Impactantes imágenes de destrucción física, en contraste con las sonrisas de algunos habitantes que andan por la calle y aportan su semilla para reedificar la vieja ciudad de Mosul. El patrimonio histórico del lugar parece haber sido blanco privilegiado de los ataques islamistas. El minarete de la mezquita de Al Nuri, con sus ocho siglos de existencia, quedó simplemente mutilado. Uno no puede evitar de dimensionar las pérdidas humanas, a saber las mujeres y los hombres civiles que quedaron desplazados, bombardeados o presas de las prácticas particularmente sanguinarias de los yihadistas.
Desde hace un año y medio, la segunda ciudad de Irak, que cuenta con alrededor de 4 millones de habitantes, quedó liberada de la ocupación del Estado islámico. El asedio, iniciado en octubre 2016, duro alrededor de seis meses y opuso 3.000 combatientes yihadistas a unos 30.000 soldados del ejercito iraquí y kurdo, sostenido por la coalición internacional. La toma de la ciudad fue un momento bisagra para la organización islamista, donde Abu Bakr al-Baghdadi se declaró califa (sucesor del profeta Mahoma en la religión musulmana) en julio 2014, creando así un viento triunfalista susceptible de sumar nuevas reclutas. La intervención aérea de los Estados Unidos puso un freno directo a su progresión cuando se dirigían hacia la ciudad kurda de Erbil.
En Mosul, al igual que en otros lugares, el Estado islámico estuvo en carne y huesos. Ocupó el territorio durante tres años. Cosechó capitales financieros y equipamientos dejados en el lugar por un ejército desestructurado. Instaló localmente un régimen de dominio y clientelismo con los grupos religiosos y políticos locales. Para dar un aspecto más «digerible» a tal fenómeno, algunos habitantes piensan también aquí que el Estado islámico tiene que ver con un brazo armado de la OTAN o un cuerpo militar de substitución bajo mandato de algún servicio secreto para sembrar el caos y debilitar a Irak. Vi este tipo de pensamiento mágico circular en otras partes del mundo. Pero muchos saben que el islamismo militante es un fenómeno más complejo y de larga trayectoria. Su nueva forma ofensiva es temida y conocida, si bien el fenómeno hoy en día está relativamente contenido en Irak.
Frente a tantos escombros, viene rápidamente en mente la pregunta acerca de cómo se llegó a este escenario de enfrentamiento paroxístico. ¿Cómo lo político en bancarrota cedió tanto terreno? ¿Cómo tal movimiento islamista pudo ser capaz de expandirse y finalmente imponerse militarmente en una ciudad que contaba con un ejército más sofisticado? ¿Cómo pudo el Estado islámico permanecer nada menos que tres años en la ciudad de Mosul? ¿Por qué no actuó antes la coalición internacional y los países árabes vecinos?
Estas preguntas abren un amplio debate que difícilmente se puede abordar desde lo políticamente correcto. Dos palabras me vienen en mente en el instante: debilidad e ignorancia. Ignorancia por un lado, ya que la fantástica acumulación de errores estratégicos de parte de los Estados Unidos en su guerra de elección (y remodelación) en Irak y Afganistán es la causa indirecta de emergencia del Estado islámico. Surge también porque en el telón de fondo, muchos Estados árabes siguen vulnerables (fracaso en el largo plazo del nacionalismo, del socialismo árabe con una dificultad de modernización) y que transitamos unos cuarenta años de reislamización militante del mundo musulmán bajo el impulso de Arabia Saudita, Irán y ahora Turquía.
En el proceso para neutralizar el terrorismo internacional (marginal si lo miramos a escala global), Irak pagó un altísimo precio. Parece que las 200.000 víctimas de la intervención militar en Irak en 2003 no fueron suficientes. Desde el desconocimiento total del terreno político en Irak y Afganistán, hasta la ausencia de solidaridad de los países árabes para oponerse a la ofensiva imperial estadounidense, es un gran combo de ignorancia, debilidad y brutalidad que queda pulverizado en las cenizas sobre las cuales caminamos.
Nadie quería o estaba realmente preparado para enfrentar tal ofensiva islamista en Mosul. La coalición internacional no reaccionó cuando progresaba en pleno desierto el Estado islámico hacia Mosul. Por más difícil que sea de creer, el ejército iraquí huyó y no resistió a la llegada del Estado islámico en el año 2014. Luego, después de tres años de ocupación, se necesitó seis meses de combate para vencer a un adversario muy inferior en cantidad, pero determinado para combatir hasta la muerte. El precio para enfrentarlo en teatros irregulares es alto y ninguna potencia occidental hoy está dispuesta a pagarlo en «vidas». En definitiva, es más fácil luchar intramuros en Occidente contra un terrorismo colocando cada tanto unas bombitas que poner el cuerpo aquí en esta región, cuya espesor político y cultural impide ser ignorante. En momento de crisis, el cobardismo y la impotencia quedan desnudos.
Una lluvia fina salpica las calles de Mosul. Orgullo de la batalla final, vergüenza de la ocupación del tirano en un territorio entregado. Que vaya un homenaje a los combatientes peshmergas kurdos e iraquíes que libraron el combate físico contra el ocupante. Hoy como ayer, ser débil en este mundo significa pagar un alto precio.