Conmueve que miles de hermanos centroamericanos migren hacia el Norte, con hambre, enfermos, cansados, desesperanzados por la tensa situación que atraviesa el istmo. La realidad conlleva un acontecer de violencia y terror: ajustes de cuentas, perversidad en las relaciones interpersonales, formas de enfrentamiento social cuyo forcejeo arroja una sombra de desesperanza. Es suficiente atender a las noticias del día a día, para cerciorarnos que, entre tantas calamidades, presenciamos tácticas de poder cuyo aguijón clava en el fatídico tránsito hacia la morada final. A José Alberto Hernández no solo le interesan las armas y los contextos violentos; para elaborar su obra también observó la fragilidad humana –siguió a ese sujeto de estudio en hospitales, salas de operación, morgue, donde la cualidad humana yace entre despojos.
Hernández refiere a un dúo actuante, el sujeto que empuña el arma (agresor u homicida), y el agredido; relación víctima-victimario, pero también, en ocasiones, el arma es empuñada contra sí mismo (agresor suicida). Se trata de un enfoque a la actual estética de la incertidumbre, cuando las constantes agresiones motivan una toma de conciencia acerca de nuestra vulnerabilidad, al estar inmersos en un día a día tan aguerrido e intolerante.
Formas de la violencia
La agresividad contra la mujer, la juventud, la niñez, los adultos mayores, la familia, las minorías, son temas a meditar. Agresión contra un ser anónimo –del que más interesa a la esfera del arte-, pues por lo general no tienen nombre, no son agentes noticiosos ni son divulgados, se pierden en la memoria furtiva del colectivo social; cuando hasta la agresión animal y al entorno natural son tema de noticias. Se habla de tensión durante las migraciones de los niños, mujeres, adultos, centroamericanos que buscan un mejor Norte para su futuro y se disponen de frente al arma. La chispa de una simple mirada puede ser daga empuñada en las relaciones humanas. Existe un forcejeo sensible entre las masas populares y los gobiernos militares, fueron y son otra forma de violencia. Los 43 de Ayotzinapa aún resuena como un caso incompleto, con heridas sin suturar.
En el escenario mundial se escuchan decapitaciones y destrucción perpetrada por los islamistas de ISIS. Las migraciones en el Mediterráneo en barcas atiborradas de personas se hunden. Los migrantes sirios huyen del terrorismo y recién conmovió un niño de cinco años limpiándose la sangre de la frente, como si fuera sudor. Los migrantes venezolanos, cubanos y africanos atiborran las fronteras para perseguir una esperanza. Otro flagelo se presenta entre pandillas por el dominio de territorios para la droga y la corrupción. Actualidad intolerante, que, de alguna manera, es foco de estas propuestas para el arte político, el cual siempre es y será incómodo. Importa reflexionar sobre el compromiso histórico del artista de no permanecer callado, sin externar sus divergencias o disensos ante las contingencias que le compungen. Este contexto tan aguerrido marcó a José Alberto Hernández desde sus inicios, vida o muerte, armas y contingencias que se dibujan en la línea de fuego.
Entorno de crecimiento
Nació en San José, 1978, en un entorno social, histórico y cultural coyuntural, cuando a pesar de la aparente paz, en el país pervivían fuertes tensiones políticas y sociales, tiempos de la revolución sandinista que derrocó al dictado Somoza en 1979. Sería todavía un niño cuando escuchó por las noticias de la invasión estadounidense a Panamá, 1989. Era un adolescente en 1991 cuando ocurrió la guerra del Golfo Pérsico, y diez años después el ataque a las torres gemelas en 2001, cargado el paisaje de imágenes bélicas, donde las armas y la muerte que conlleva, pellizcaron su sensibilidad artística.
En el terreno artístico, durante esa segunda parte del siglo XX, trasciende el manejo de los materiales y la manera de expresar la obra artística, como en el Arte Povera de los sesenta. Sucedió la irrupción en el escenario internacional del Arte Pop y tiempos de los happenings y el Arte Conceptual, ebullición que de alguna manera marcó los símbolos de su imaginario. En la perspectiva de esos años, se presagiaba un arte joven que tocaría quizás los lenguajes execrables, se recuerdan los happenings del austriaco Hermann Nitsch. José Alberto comenta que eso ocurrió para la Bienarte, 1999, cuando el evento aún era solo de pintura:
«Yo estaba en esa época con mis primeras series de fotos sobre mataderos. Cuando presenté “El interior de la vaca”, 1999, que era un objeto transitable, los organizadores argumentaron que no era pintura, además, de la pieza salían manguerillas plásticas con fluidos que tuve que introducirlas dentro de la caja, porque al dejarlas por fuera sobrepasaba las medidas permitidas».
En la acción del arte
En 1999 también se dio el concurso de arte en vivo Artistas en acción, donde José Alberto obtuvo el premio con la instalación Los huevos del gallo, consistía en un gran cartón de huevos custodiado por un gallo vivo (sobre cada huevo -globo inflado- había una cabeza de gallina de carnicería). El MADC convocó a tal concurso que tenía como premisa crear una obra in situ+, permitiendo mostrar el proceso de acción. Obtuvo, además, el segundo premio del Primer Concurso de Videocreación organizado por el MADC, 2002, *Inquieta Imagen: Contaminados, con el video-instalación Autopsis, sobre el tema de la morgue. Seguidamente para la I Confrontación en el Arte, 2002-2003, Galería Nacional, y en in-Tangible, 2003, en el MADC, exhibiría fragmentos de cuerpos y anatomías humanas suspendidas en formaldehído.
Revisión de su trabajo en el Museo Nacional
Antes de Capturas, 2016, Museo Nacional, curada por Adriana Collado, realizó tres exposiciones individuales de fotografía: Entre 4 paredes, 2003,TEOR/éTica, que fue el proyecto expositivo que lo llevó a culminar las series de Hospital-básicamente fotografías de salones y cuerpos en camas hospitalarias. «Pongo en foco la fotografía en serie», comenta José Alberto, «porque es mi manera de trabajar conceptualmente, y tener reflexiones más existenciales». De igual manera produjo la muestra Metodología: Serie Inventario, 2007, en el MADC, proceso para culminar sus registros de armas decomisadas por el Organismo de Investigación Judicial.
En salas del MADC, 2011, realizó RIP, Retratos Inconclusos Policiales, trabajando el tema del retrato en la fotografía, desde la figura delicuencial. La muestra Capturas, de exhibición reciente en las celdas del antiguo Cuartel de Bellavista, hoy Museo Nacional de Costa Rica, representó la continuidad a ese mismo proceso. Es en Metodología – Inventario, 2007, Salas 3 y 4 del MADC que Hernández define lo que andaba buscando, desnudar lo que puede hacer en el arte, lo que posee para impactarnos como observadores de su trabajo de más de veinte años, son sus propias armas. Armamento intelectual, que nos golpea cuando intentamos reflexionar.
RIP, Retratos Policiales Inconclusos
Para esta muestra y porque sigo de cerca su trayectoria, publiqué en uno de mis blogs el siguiente comentario:
«Me impactó entrar a oscuras al MADC, sin la acostumbrada iluminación de un museo de arte; sólo había unas cuantas lámparas con sus cables desperdigados por el piso, de esas luces que alumbran cuando se cava, se abren fosas, o se escruta entre capas registros (des)cubiertos en el lugar donde se cometió un crimen. La idea de dejar en manos del visitante el poder manipularlas, poder encenderlas, desplazarlas, fue estrategia de intervención del espacio museístico, para sumar a la tensión temática tratada: Llevar “luz” hasta aquellos retratos de gran formato, o dar lumbre a las profundas y estrechas oscuridades del crimen. No era cualquier arma la que interesa, son solo las que revelan historias. La táctica fue hacer participar al espectador de la actividad cual si fuera una indagación policial rastreando registros, métricas, territorialidades, estratificaciones donde (des)cifrar el enigma de aquellos rostros velados, borrosos, (de)formados por el recurso de la creación iconográfico».
Engullido por esa trama de contradicciones, detonante de la degradación social, de la criminalidad que demuestra astucia, recordé su juego salvaje, la dosis de ambiguo erotismo que poseen las armas: La bala, cualquiera que sea su calibre, es un símbolo penetrante, erótico si se quiere, pero que mata. Recuerda aquella visión que cuaja el pathos, lo que provoca deseo trae la pócima que engulle la vida. No puedo tampoco hacer a un lado, mis recuerdos de ObeliskWDC, expuesto en el Premio Nacional de Diseño Morphogénesis, 2009, MADC. En aquella pieza, Hernández centró una enorme bala blanca, ese objeto exquisitamente minimalista, que se vuelve ícono de los procesos de criminalidad y que doblegan las ciudades con las intenciones perversas del crimen organizado.
(En)torno a una captura
El Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) y el Museo Nacional de Costa Rica (MNCR) mancomunaron esfuerzos para abrir entre mayo y agosto 2016, la muestra en lo que fueran los calabozos del antiguo Cuartel de Bella Vista, marco que agregó sentido al exponer esas dramáticas fotografías. Las vibraciones propias del espacio expositivo cargaron de interés a cada signo o imagen catapultada para implicar el discurso central: La existencia de una forma de belleza advertida quizás en ciertos grados del dolor, persistentes en vivencias traumáticas o en estados de la inconsciencia del ser activo en la temática fotográfica. Lo expuesto era advertido en ese grado de aproximación a lo bello que pueden tener esos grandes íconos de armas o las mismas balas o proyectiles a veces dirigidos en contra de nuestra propia humanidad.
Hernández crea con fotos de revólveres, rifles, balas, detalles de los mecanismos y aparataje estudiado por la balística, Metodología: Serie Inventario, 2007; y algunos retratos de la serie RIP, Retratos Inconclusos Policiales, 2005-2010, encendieron la memoria. Trajo, además a las salas, rostros de convictos que quizás aún purgan en prisión, y lo demuestran sus gestos difusos, marcados por una “deformidad” intencionada por él, para no explicitar la identidad del sujeto ya sentenciado, o en caso de estudio policial o judicial.
Aparecieron también algunos protocolos de archivo, útiles para el registro o administración penal y de Justicia. Este encuadre conformó el “texto” principal de lo expuesto, pero se disfrutó de igual manera la existencia de un «contra-texto»: unas fotografías de pequeño formato e impresas en un material distinto, quizás metálico, que a veces sacaban de la lectura principal al estar dispuestas en sitios inesperados –o muy abajo o muy arriba de las paredes. Provenientes de una acción titulada, Gráfica de Encierro, 2011-2016, realizada en un penal. Él dio a un grupo de privados de libertad una cámara compacta (con película incorporada), para que capturaran la cárcel física tangible desde dentro, la que ellos perciben como paisaje cotidiano.
Capturas de la memoria
Mientras caminaba por las salas, y este argumento me sirve para concluir con esta aproximación al trabajo de Hernández, recordé a Oscar Wilde, Epístola: In Carcere et Vinculis (De Profundis) y en cada pieza de la muestra machacaba los signos de la desesperanza de quizás cuántos relatos de desazón y espasmo ocurren; precisamente recordé la última frase con que concluye el relato de los años de reclusión del poeta y novelista inglés: «Quizás me fue dado enseñarte algo mucho más maravilloso: el sentido del dolor – y su belleza». Esta percepción es tremenda y... ¿acaso nos es central en el discurso de esta muestra? Pareciera enfermizo considerar «la belleza del dolor», pero en el fondo, es un concepto comprendido solo por quienes vivencian o lo vivenciaron.
Recordé otra lectura más, Urbanoscopio, 1997, del connacional Fernando Contreras-Castro, donde en una de sus narraciones refiere a cómo eliminar las cárceles, revisando un experimento hecho con un grupo de reclusos a quienes, a cambio de libertad, les fue implantado un dispositivo para que observaran de por vida unos barrotes que le recordara su condición. Tremenda quimera:
«A donde quiera que dirigían la vista, ahí estaban perennes las ventanas de barrotes… siempre las rejas proyectadas sobre la superficie del mar, sobre la piel de las mujeres desnudas, entre sus ojos y los ojos de sus madres, entre los ojos y los ojos de sus hijos, entre los ojos y los ojos del mundo».
Termina la narración sentenciando: «Solo sobrevivieron los dos que vaciaron sus ojos».