La violencia por razones de género continúa siendo una de las formas de discriminación y desigualdad más frecuente y de mayor impacto en la vida de las mujeres. A nivel mundial son víctimas de múltiples formas de violencia como la simbólica, patrimonial, psicológica, sexual o física, pero también víctimas de la forma más extrema y dramática de violencia por razones de género como lo es el femicidio y el feminicidio. Este, con independencia de la denominación dada en cada país, supone la muerte violenta de mujeres por razones de género, es decir, motivada por sexismo o misoginia, cuyos perpetradores suelen ser: 1) El hombre con quien la víctima mantuvo alguna relación de carácter sexual o afectiva. 2) Otras figuras masculinas con quien la mujer tuvo algún tipo de relación de cercanía, dependencia o subordinación.
En América Latina el femicidio y el feminicidio alcanza altos índices de ocurrencia, goza de aceptación y permisividad social, al mismo tiempo que, con frecuencia, es justificado por los medios de comunicación; convirtiéndose en una de las principales amenazas para las mujeres de la región. Así ha quedado en evidencia con las cifras oficiales de 15 países consultados, entre ellos: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela; las cuales dan cuenta de que entre los años 2010 y 2017 han sido asesinadas por motivos de género un total de 7.922 mujeres. Esto equivale a 1.131 mujeres al año, 94 al mes y 3 al día. De acuerdo a ello es posible afirmar que la violencia contra la mujer en la región se ha convertido en lo que Eugenio Zaffaroni define como una «masacre por goteo».
Pese a la gravedad de estos hechos los gobiernos latinoamericanos tienden a negar, obviar e invisibilizar los altos la índices de violencia femicida y feminicida, conformándose con tipificar el delito y aplicar penas ejemplificadoras para los perpetradores cuando se logra obtener justicia; mientras siguen presenciando y permitiendo la muerte de su población más joven pues, al menos el 78% las víctimas tenían entre 18 y 49 años de edad.
En América Latina prevalece el femicidio y el feminicidio íntimo, aproximadamente el 58% de estos delitos son cometidos por la pareja de la víctima y un 26% por su expareja, esto confirma la tesis de la feminista Marta Dillon, quien afirma que la pareja heterosexual es un factor de riesgo para la vida de las mujeres. Por su parte, los femicidios y feminicidios perpetrados en el contexto de la violencia sexual suelen tener como víctimas a quienes se encuentran en condición de vulnerabilidad: niñas, adolescentes, mujeres con discapacidad y mujeres de la tercera edad; pero también mujeres migrantes en el contexto de las redes de trata y prostitución que proliferan en escenarios de conflicto o precarización, un ejemplo de ellos son los numerosos casos registrados en los últimos años de venezolanas víctimas de femicidio y feminicidio en la región.
En promedio, el 45% de los casos de femicidio y feminicidio en América Latina ocurren en el domicilio donde la mujer convivía con el agresor, un 17% en la residencia de la víctima y un 19% son consumados en espacios públicos donde el victimario suele citarla amistosamente. Así mismo, llama la atención que pese a los altos índices de rotación de armas de fuego en la región, para la comisión de estos crímenes se recurre al empleo de armas blancas en alrededor del 50% de los casos, seguido de diversas modalidades como la asfixia, el estrangulamiento, los golpes y el envenenamiento.
Finalmente, las estadísticas regionales también permiten constatar los altos niveles de impunidad, negligencia e inoperancia de las instituciones de justicia ante los casos de violencia contra las mujeres; cerca del 19% de las víctimas de femicidio y feminicidio registrados entre 2010 y 2017 ya habían denunciado a su agresor, pero no se hizo nada para protegerlas. Aunado a ello, apenas un 15% de los casos logran una sentencia condenatoria y por los menos el 14% de los femicidas y feminicidas toman la decisión de suicidarse para evadir la justicia.
En este contexto el femicidio y el feminicidio avanzan como una epidemia; cada año el machismo continúa sentenciando a muerte a miles de mujeres ante la mirada ineficaz, permisiva, cómplice y patriarcal de los Estados latinoamericanos.