«Lo propio de la máquina capitalista es hacer la deuda infinita»
(«El Anti-Edipo», Deleuze/Guattari)
Ya conoces el gancho, el anzuelo… Suena el teléfono, descuelgas… Una voz con un acento improbable te anuncia el Santo Graal: «Le tenemos un crédito preaprobado». Desde luego tú no has pedido nada. Por supuesto, eso de preaprobado va acompañado de un mundo de condiciones que hacen del crédito lo más parecido al delito de usura, o de agiotismo si prefieres. Si cedes y caes en la trampita… formarás parte del desastre que paso a describirte ahora.
En la materia respeto escrupulosamente mi regla de oro: no invento nada. Me limito a reproducir lo que dicen los que saben, o creen saber. En este caso el benemérito John Mauldin, financial adviser de su estado, que se gana los fifiles vendiéndole consejos y asesorías a quienes tienen un billete excedentario que molesta en las faltriqueras. Tú ya sabes, las ansias de lucro y la codicia llevan a este tipo de bípedo a buscar más y más ganancias.
Johnny, en una nota titulada El tren de la deuda se va a estrellar, dice que el mundo –lee bien… el mundo– está ahogándose en un exceso de deuda que determina la próxima crisis, una peor que todas las conocidas hasta ahora. La cuestión no es «si», sino «cuando» vendrá para arrasar con todo, incluyendo tus pinches ahorros, tus pijoteras cotizaciones previsionales secuestradas por una AFP, tu frágil patrimonio, el futuro de tus hijos, las joyas de la Corona y tutti quanti. A menos, desde luego, que te apuntes a los sabios consejos de Johnny. Que previene:
«He pasado varias semanas explicando por qué pienso que la deuda, excesiva, está arrastrando la economía mundial hacia una caída épica. El camino hacia delante se ve claro por ahora pero no será siempre así. El fin, probablemente, no será muy bonito».
Lo que hace correr un escalofrío espantoso desde las siete vértebras cervicales hasta el cóccix, también llamado rabadilla, son las cifras. Para darte una idea, el PIB de los EEUU está en torno a US$ 20 billones. Agrégale otros US$ 20 billones de la UE, US$ 20 billones más por cuenta de China, y –siendo generosos– otros US$ 25 billones por el resto del mundo. Todo junto da un total de 85 billones de dólares de PIB planetario. Visto lo cual uno se imagina que nadie en su sano juicio pudiese prestar sumas superiores a la riqueza creada por todo el planeta en un año de dura, pero fructífera labor. ¿Ah? Sin embargo, los números muestran otra cosa. Mauldin se hace profético:
«Hace algún tiempo difundí un cuadro de McKinsey (instituto de estudios económicos, N del T) que adiciona la deuda global total. Ella apunta a los US$ 199 billones en el segundo trimestre de 2014. Nótese que la deuda crece más rápido que el PIB global. Todo lo que veo sugiere que seguirá subiendo, a un ritmo cada vez mayor».
No sé tú, pero a mí se me encoge el género, refugiándose en las cavidades de donde provino: una suerte de criptorquidia al revés. Por si albergases alguna duda, Mauldin aporta datos más recientes:
«Hace un mes, McKinsey publicó una herramienta muy útil para visualizar la deuda global, basada en los datos del segundo trimestre de 2017. Ella muestra una deuda global de US$ 169 billones, menor que la indicada para el 2014. ¿Se reduce la deuda? No. La nueva herramienta excluye la deuda Financiera, que hace tres años era de US$ 45 billones. Otro informe del Instituto Internacional de Finanzas (IIF) dice que ella era de US$ 59 billones a fines del 2017. Aún cuando no son cifras estrictamente comparables, podemos estimar muy groseramente que la deuda total estaba entre US$ 225 y US$ 238 billones (la última actualización del IIF, de la semana pasada, dice que ahora es de US$ 247 billones)».
Justo para darte una idea, eso quiere decir que cada uno de los 7.000 millones de habitantes del planeta debe la friolera de 35.285 dólares. Si tomas en cuenta que la mitad, o sea 3.500 millones de pringaos, apenas vive con un par de dólares diarios... ni modo, tendrás que ponerte a trabajar.
Aún cuando los hogares –o sea tú y yo– debemos apenas US$ 40 billones, no es menos cierto que la deuda de los gobiernos pende sobre nuestras cabezas como una espada de Sófocles (el inolvidable diputado Mario Palestro sostuvo en la Cámara que solo la derecha, en su conocido egoísmo, podía negarle a Sófocles el derecho a tener una espada…). De tal manera que, bien visto, debemos US$ 118 billones.
Sin ánimo de incordiar, debo recordarte que cuando el descalabro financiero conocido como la Gran Recesión (o crisis de los subprime), el personal tuvo que ponerse para rescatar los bancos con dinero público. Los islandeses, o bien los irlandeses, bien lo saben visto que siguen pagando la borrachera especulativa. Para no hablar de toda Europa.
Sin exagerar el trazo, sumo pues los US$ 59 billones a los ya mencionados US$ 118 billones. Vamos en US$ 177 billones. Queda la deuda de las empresas. Algo me dice –tal vez la práctica constatada en mi vida profesional– que cuando una empresa quiebra el billete ya salió hacia paraísos fiscales. Las manipulaciones fiscales que le facilitan a las empresas la impunidad impositiva, y la impunidad a secas, me hacen temer que tendremos que cargar también con esos US$ 56 billones.
Chavos más, chavos menos, la deuda global es impagable –lo que sostuvo Jean-Luc Mélenchon durante la campaña presidencial francesa del año pasado– a menos que, una vez más, pague Moya, o sea nosotros, la masa de asalariados, incluyendo a quienes, por misteriosas razones, se ven a sí mismos como «clase media», una suerte de partícula cuántica sin velocidad ni posición espacial definidas.
Razón por la cual oso sugerir que si recibes una llamada de tal o cual banco de mis dos, con el mensaje «le tenemos un crédito preaprobado», les envíes de regreso al claustro materno.
De nada. Cuando se te ofrezca.