«Hacer versos y amar, naturalmente ha de ser...».
Estas breves palabras bien pueden resumir la vida del más grande de los ingenios, Lope de Vega.
Con una biografía abundante en literatura y experiencias, emplea su propia vida como material para sus obras. Multitud de amantes, esposas e hijos, contactos con hombres poderosos que le proporcionaron bienes materiales y puestos en la corte, pudo formar parte de expediciones navales, fue nombrado sacerdote y, al final de sus días, también la desgracia de la pérdida.
Con todo, es el autor que mejor refleja la sociedad de la primera parte del siglo XVII. En sus textos introduce leyendas, canciones, historias que todos conocen, mezclando lo popular y lo elevado en la dosis adecuada. En pleno Siglo de Oro, con el auge de los corrales y los coliseos, la gente acude en masa, atraída por la comedia. Lo que ofrece el teatro es un espectáculo único, que incluye coplas, danzas, elementos de juglaría, textos cantados, esgrima y desenlaces felices. Y la comedia aporta la aventura, lo inhabitual, lo no creíble que se hace creíble (no era normal que un caballero estuviera encerrado en el dormitorio de su amante para verla desnudarse, ni tampoco la confusión de personajes ni el lío amoroso).
Pero a finales del siglo XVI aparece Lope de Vega, que cuenta que la vida es risa y lágrimas, tragedia y comedia. De este modo, crea un género nuevo que es ambas a la vez, es decir, tragicomedia, en donde mezcla lo trágico con lo cómico a partir de elementos sacados de autores anteriores (Gil Vicente dio un primer paso en esta dirección con su Tragicomedia de don Duardos), resultando así un género más verosímil.
Lo que se hace en España no le interesa, no capta al público, es necesario reconducir el teatro por otros derroteros. De ahí que Lope llevase a la práctica una serie de mecanismos dedicados a provocar respuestas en el público: suspenses (acciones que se interrumpen constantemente, hasta llegar al inevitable desenlace), final feliz, premoniciones (anticipación de lo que sucederá), técnica del disfraz (los espectadores saben más que los personajes, y causa tensión), volver a contar la historia (para que el que se haya perdido regrese a la acción), habilidad en las escenas desfollantes (escenas turbulentas en medio de la tranquilidad de la acción para llamar la atención del público), pluralidad de niveles (elementos diversos que se acoplan a los diversos gustos).
Lope es consciente de lo mercantil del teatro: se adapta al gusto del espectador y le da lo que pide (a cambio, recibirá las acusaciones de "poeta paniaguado"). Lope gana 500 reales por obra, lo equivalente a 1500 hogazas de pan; un hecho sin precedentes en una época en la que un obrero cualificado ganaba 4 reales. Se plantea los dilemas de Aristóteles, quien establece las unidades de tiempo, acción y lugar, por ser el único modo en que se puede llevar a cabo una representación. Lope rompe con este esquema: aunque escenográficamente con frecuencia surgen dificultades, suple las carencias con la propia palabra del actor, que cuenta lo que está sucediendo en la escena. Mezcla lo trágico y lo cómico, los personajes nobles con los de clase baja. Al incumplir estas unidades, se aproxima más a la realidad, y esto le proporciona mayor credibilidad.
De esta síntesis de elementos previos con sus nuevas aportaciones nace El arte nuevo de hacer comedia, un modelo de teatro que, aunque levantó algunas ampollas, será el que a partir de entonces sigan los dramaturgos de la época.
Aunque los corrales y coliseos eran los principales lugares de representación, existían otros espacios, como las universidades y las iglesias. Aunque disponían de un teatro propio, en ellas también se interpretaban obras de Lope: se sabe que en la iglesia de Cardeñosa fue representada una de sus obras porque el cura fue denunciado a la Inquisición.
En Madrid, con la apertura de los corrales del Príncipe y de la Cruz, el teatro se convierte en empresa lúdica ya reglamentada, y las representaciones pasan a ser diarias. Lope, que sabe conectar con el público, adapta su producción al ritmo exigido por el teatro, está sujeto a la ley de la oferta y la demanda. El público lo jalea en los corrales y sus obras son identificadas como «de Lope».
En Madrid una obra podría estar en cartel cinco días, lo que supone un ritmo vertiginoso de creaciones para satisfacer las demandas del público. En la Égloga a Claudio, Lope escribe:
«Mil y quinientas fábulas admira,
que la mayor el número parece,
verdad que desmerece,
por parecer mentira,
pues más de ciento en horas veinticuatro
pasaron de las Musas al teatro».
La estimación es muy elevada, ya que solo se conservan poco más de 400 obras, algunas con dudosa autoría, pero aun así supone escribir ocho piezas al año, además de otros textos. Aunque es innegable la genialidad de las mismas, ello no quita para que se aprecien numerosos versos repetidos, fruto del ritmo con el que veían la luz sus creaciones.
Lope resuelve sus finales en pocas líneas, todos felices. Algunas de sus mejores obras, como Fuenteovejuna o Peribáñez y el comendador de Ocaña no tuvieron éxito. El castigo sin venganza es una obra diferente a las demás: quizás se pueda comprender la diferencia por pertenecer al final de sus días.
Muchas fueron las mujeres de su vida, sintiendo gran inclinación por las que ya estaban casadas; pero ni esto ni sus propios matrimonios impidieron que se consolidasen esas relaciones, e incluso que vinieran al mundo más criaturas.
Elena Osorio, Isabel de Urbina, Micaela Luján, Marta de Nevares... Las más importantes dejaron su presencia también en sus obras (Filis, Belisa, Lucinda, Amarilis). Una de ellas, Elena Osorio, sería su amor de juventud: comprometida con otro hombre, fue abandonado por Lope, al que a su vez dejará por uno de la alta sociedad. Lope no pudo por menos que vengarse con unos versos sátiros, que lo llevaron al destierro.
Cincuenta años más tarde, recrearía esos mismos amores en La Dorotea, ¿sería acaso Elena el gran amor de su vida?
Los azares y sinsabores de la vida lo llevan a una crisis espiritual y toma los hábitos como sacerdote. En la iglesia del Carmen, en Madrid, oficiará su primera misa, al parecer, ante más admiradores que beatos.
Pero poco le dura el misticismo, y aunque mantiene su nuevo oficio, regresa a los teatros y también a las pasiones de la carne. Lo que en un principio pudo suponer un escándalo, sin embargo, llega a ser bien aceptado por la sociedad del momento.
Tras la muerte de quien fue la última de sus pasiones, Marta de Nevares, y su hijo predilecto, Lope Félix, sumado a la ausencia de los favores con los que en otra época contaba, el pesimismo se hace presente también en sus textos.
El 27 de agosto de 1635 muere Lope de Vega a los 73 años. Prolífico escritor, de vida polémica: amante, padre, sacerdote, inquisidor y poeta. Era tan admirado que su funeral se convierte en una enorme manifestación en señal de duelo.
Se había marchado el «Monstruo de la naturaleza», quien mejor define el esplendor cultural de España. Sobre la mesa de su despacho, su último soneto, Al Siglo de Oro.