Vivimos en un mundo que da mucha importancia al resultado final, a esa imagen perfecta, esa obra maestra que nos emociona, pero pocas veces nos planteamos la importancia de la idea, la herramienta inspiradora que ha dado lugar a esas maravillas que tenemos la suerte de apreciar.
Que una técnica vocal de canto sobreviva casi cuatro siglos habla mucho de su importancia y sus implicaciones. El bel canto nació en Italia a finales del siglo XVII como una técnica que busca la perfección en el desarrollo de elementos virtuosos en el instrumento de la voz como el trino, la coloratura o la transparencia y brillantez de los agudos además de un manejo magistral de la respiración. Es en realidad una técnica para lograr transmitir lo sublime, lo superior. Un medio operístico para entretener a las élites que podían llegar a disfrutar de aquel espectáculo y hacerles partícipes de la sensibilidad completa del alma humana en todos sus matices.
Si en estos tiempos turbulentos – llenos de furia, miedo y estupidez– aún podemos apreciar en toda su grandeza y su complejidad este arte con mayúsculas es por las figuras – compositores y libretistas- que tradujeron musicalmente historias que alimentasen e invocasen un enorme abanico de emociones, pero también por los grandes intérpretes masculinos y femeninos de una disciplina tan compleja. Figuras tan reconocidas como Maria Callas (no en vano apodadala Divina), Alfredo Kraus, Enrico Caruso y una mujer nacida en Barcelona llamada Montserrat Caballé.
En una disciplina tan elitista hay historias chocantes de cenicientas pobres y feúchas devenidas en auténticas diosas llenas de reconocimiento, como es el caso de Callas y de Caballé. Una niña de posguerra que vivió un desahucio pero que pudo llevar a cabo su formación y su extensa, exitosa y prolífica carrera gracias no sólo al talento innato que pudiera tener, que lo tenía, sino al apoyo por parte de una adinerada familia barcelonesa que patrocinó su entrada en el conservatorio de su querido Liceo. El Liceo de Barcelona, un talismán personal, un templo de la cultura al que ella misma ayudó a su reconstrucción tras su incendio en 1994.
En la era de You Tube y Spotify aún se pueden encontrar grabaciones míticas de los conciertos o representaciones más perfectas de bel canto. Y, entre ellas, hay una que define el personaje de Montserrat y que está considerada como cumbre en el ámbito de esta disciplina artística. Algo histórico. En ella representa a la heroína belliniana Norma, una suma sacerdotisa compleja: invoca a la madre naturaleza y sus dones, pero es una amante vengativa que vende a su amado y a su patria. En esa representación de julio de 1974 en Orange, Montserrat personifica a través de su voz la complejidad de ese personaje. La cadencia de su voz, a una vez calurosa y acogedora, otras sobrenatural y casi etérea definen a la heroína.
Cualquier persona tiene un talento concreto. La cuestión es conocerlo y trabajarlo. Cuando además ese don se comunica con tanta perfección armónica, transportas al resto al reino de la belleza y el arte en mayúsculas. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que fue la Superba Caballé: una embajadora del arte y la belleza. Descansa, divina diosa.