En el año 1985 la escritora canadiense Margaret Atwood escribió la que se convertiría en una de sus más emblemáticas obras, The Handmaid's Tale (El cuento de la criada). Esta novela ambientada en los Estados Unidos y llevada a la gran pantalla en el año 1990 y a la pequeña pantalla en 2017, describe una sociedad distópica en la cual, tras un golpe de Estado y el asesinato del presidente, se instauró una sociedad totalitaria denominada República de Gilead, la cual se organizó en torno a los valores del puritanismo religioso, el biologicismo funcionalista, y cuyas principales víctimas fueron las mujeres.
Tras el golpe de Estado las mujeres fueron progresivamente despojadas de sus derechos políticos, económicos y sociales. Primero fueron despedidas masivamente y bajo coacción de sus lugares de trabajo, luego se les impidió disponer de sus recursos económicos, se les prohibió tomar decisiones sin el consentimiento de sus esposos, fueron expulsadas de los espacios académicos, científicos, políticos, económicos y sociales, además de que se ilegalizaron y persiguieron las uniones y matrimonios homosexuales. Tras este periodo de transición, las mujeres en la República de Gilead fueron totalmente reducidas a la condición de esclavitud materno-sexual; y organizadas en 4 castas que dependen de su clase social, su grupo etario, su capacidad reproductiva, así como, de su voluntad de colaboración o adaptación al nuevo «orden social».
En este contexto, el primer lugar en la pirámide de las sin derechos lo ocupan las esposas, pertenecientes a la casta pudiente, esposas de los decisores en la «nueva república» y cuyo rol social radica en asumir y reproducir de manera eficiente la condición de esposa y madre (de los hijos propios o subrogados). En un segundo lugar se encuentran las tías, mujeres que superaron la edad reproductiva pero que, al ser las principales colaboradoras del orden totalitario patriarcal, cumplen la función de reclutamiento, adiestramiento y administración de castigos de las gestadoras subrogadas. En tercer lugar se encuentran las martas, mujeres de la clase sin recursos económicos y poder de decisión que cumplen funciones de cocineras, cuidadoras y limpiadoras. Y en cuarto lugar, las criadas, último eslabón en la cadena de opresión, constituida por mujeres transgresoras de la feminidad puritana establecida: divorciadas, concubinas, madres solteras, lesbianas, bisexuales, pero sobre todo mujeres fértiles pues, en una sociedad donde la fertilidad pasó de ser una norma a una excepción (según los fundamentalistas por el uso de anticonceptivos), las mujeres fueron convertidas por la fuerza, exclusiva e inevitablemente en medios para la reproducción de nuevos sujetos; concebidos mediante la violación ritualizada denominada «la ceremonia» y posteriormente arrebatados de sus madres gestantes para ser entregados a las esposas.
Esta narrativa de Atwood en clave distópica -entendiendo la distopía o antiutopía (mal lugar), como una construcción imaginaria donde el futuro se presenta como contrario a lo ideal y deseado, donde el devenir se constituye como perverso, como degeneración, como sociedad imperfecta, decadente; a veces producto de una fructopía, es decir, como consecuencia del fracaso o degeneración de una utopía-, intenta visibilizar y denunciar sin adornos ni disimulos la fragilidad de los derechos alcanzados y la situación social de las mujeres y la población Lgbti; así como advertir y exhortar sobre los peligros eminentes de los discursos y prácticas sexistas, misóginas, antifeministas y fundamentalistas que proliferan en las sociedades contemporáneas.
Por supuesto, hay quienes consideran improbable, ridículo e incluso exagerado que esos niveles de represión, control y supeditación pudieran ocurrir en nuestras sociedades democráticas, modernas y tecnologizadas, pero lamentablemente y aterradoramente, El cuento de la criada contiene más proximidades con la realidad de las esperadas. Al respecto es necesario reconocer que los derechos conquistados no son absolutos, menos aún en un contexto de constante amenaza y arremetida patriarcal heteronormativa; en diferentes momentos históricos las mujeres y la población Lgbti han perdido derechos ganados, han retrocedido en los avances alcanzados, y han visto y padecido la profundización de la opresión contra la cual han luchado. Entre los ejemplos es posible mencionar:
La pérdida de derechos políticos, económicos, jurídicos y sociales de las mujeres en Irán tras la denominada Revolución iraní y la instauración de la República islámica en 1979; esta se evidencia en la segregación en los espacios públicos, la obligatoriedad de portar el velo, e incluso en la prohibición de matricularse en al menos 80 carreras universitarias como ingeniería, física nuclear, informática, literatura inglesa, arqueología, negocios, entre otras.
La completa prohibición del aborto en Nicaragua. Entre 1837 y 2006 el aborto terapéutico estuvo parcialmente despenalizado en Nicaragua, sin embargo, en el año 2006 el Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, a cambio de apoyo político por parte de los sectores más conservadores, adoptó un código penal que prohibió completamente el aborto, incluso en casos de violación, incesto, embarazos con riesgo para la vida o la salud y malformación grave del feto.
La implementación de la ley contra la propaganda homosexual en Rusia por parte del gobierno de Vladímir Putin en el año 2013 y la denuncia durante 2017 de la existencia de campos de concentración para gais en la República rusa de Chechenia, donde se afirma están siendo sometidos a confinamiento, tortura con electricidad, violaciones con botellas, desapariciones y asesinatos extrajudiciales.
La eliminación del Decreto Legislativo 1323 por parte del Congreso de la República del Perú a pocos días de su promulgación en 2017. El decreto proponía agravar las penas para los casos de feminicidio, violencia familiar y violencia de género, y también incluía la tipificación de delitos por preferencia sexual e identidad de género.
El restablecimiento del tratamiento de la homosexualidad en Brasil. Durante 2017 el juez Waldemar de Carvalho derogó una norma del Consejo Federal de Psicología (CFP) que impedía a sus afiliados abordar la homosexualidad como una patología y por tanto la realización de terapias de conversión sexual.
La emergencia y fortalecimiento de grupos de supremacistas masculinos en los Estados Unidos como A voice for men conformado en Texas y Return of the kings en Washington D.C.; incluidos durante 2017 en el mapa de los grupos de odio de Southern Poverty Law Center (SPLC). Según el informe, estos grupos ven a las mujeres como una plaga, las consideran una «fuerza maligna en la sociedad», son percibidas como malvadas y llamadas «zorras», persiguen una subyugación total y abogan públicamente por dar muerte a todas las mujeres.
El rechazo del Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) por parte del Senado en Argentina el pasado mes de agosto, pese a su previa aprobación en la Cámara de Diputados del Congreso; aunado a la comisión de múltiples delitos de odio contra quienes de forma pública apoyan el proyecto de ley, entre estas amenazas, hostigamientos, persecuciones, pintadas, insultos y agresiones físicas.
La legitimación y popularización de discursos abiertamente misóginos y lgbtifóbicos por parte de presidentes como Donald Trump en Estados Unidos y Rodrigo Duterte en Filipinas; pero también de candidatos presidenciales como Jair Bolsonaro en Brasil que ha generado multitudinarias movilizaciones en su contra y la emergencia de la campaña #Elenão (Él no).
Este reagrupamiento de los sectores más conservadores, y el fortalecimiento de discursos y prácticas misóginas y lgbtifóbicas fundamentados en criterios religiosos y biologicistas, ponen en evidencia la fragilidad de los derechos hasta ahora conquistados por las mujeres y la población Lgbti; al mismo tiempo que llama a mantener las alertas y redoblar los esfuerzos ante la arremetida patriarcal y heteronormativa del fundamentalismo religioso y de ultraderecha que persigue la supresión de los derechos conquistados por estos grupos transgresores de la desigualdad, y el retorno de la sociedad a escenarios tradicionalistas, excluyentes, fascistoides y autoritarios.