No invento nada: es el título del último libro de David Graeber, doctor en antropología, economista, profesor en la London School of Economics y en el Goldsmith College de la Universidad de Londres. Para más inri, Graeber es estadounidense. Pero anarquista, lo que sin duda constituye una circunstancia atenuante, como lo es su precedente libro Deuda: 5.000 años de historia, del cual te contaré algún día.
Bullshit jobs puede ser traducido al francés como boulots à la con, al italiano como lavoretto del cazzo, al español como curro puñetero si estás en Madrid, laburo tostero o laburo en solfa si caminás por Corrientes o por la cashe Florida, chamba calembe si vas por por el Estado de Falcón en Venezuela, o bien pega fulera o pega alpedo si estai en Chile poh, ¿catchai?
Graeber percibió que una significativa proporción de asalariados estima que hace un trabajo absurdo, inútil, superfluo e incluso nefasto. Que quede claro: no es un tercero el que expresa un juicio de valor relativo al empleo de tal o cual. Es el propio asalariado quien juzga que lo que hace, o no hace, para ganarse la bistecca no tiene sentido, carece de utilidad social, es prescindible, innecesario e inservible.
En la materia conviene ser cuidadoso con el significado que porta el significante, o sea escoger bien las palabras y su contenido semántico. Un curro de mierda, una chamba de mierda, un laburo de mierda o una pega de mierda hacen pensar en un trabajo penoso y mal pagado. Pero que puede ser socialmente útil. Eso no es lo que describe Graeber. Él habla de empleos inútiles, equivalentes a los «inspectores de atmósfera».
El mismo Graeber, en su libro, ofrece un ejemplo luminoso. En algún momento, en New York, coincidieron dos huelgas. La de los basureros, esos humildes asalariados que recogen los desechos, la basura, la mugre y las inmundicias que deja la población de las grandes ciudades viviendo su vida cotidiana. Y la huelga de los bancos, del «ejecutivo de cuentas» al trader, pasando por los estrategas financieros, los analistas de activos, los magos de los swaps, de los LBO, de los seguros y otros productos derivados.
Según Graeber, New York comprendió rápidamente qué oficio era realmente útil, y cuáles eran los bullshit jobs que no aportaban absolutamente nada. Sacar basura es un empleo socialmente útil, necesario, imprescindible e irremplazable. Mientras que los trapecistas de la moneda…
Curiosamente, cada vez que hizo falta dinero líquido los neoyorquinos se las arreglaron para emitir un cheque recibido en pago, que era a su vez aceptado como moneda por algún proveedor, algún trabajador o un prestador de servicios. Pero… limpiar la ciudad, evitar los olores, la degradación de desechos orgánicos, la proliferación de ratas e insectos, la difusión de miasmas intolerables… solo los basureros.
Graeber procedió pues a realizar un estudio en serio, sistemático, masivo, entrevistando a miles de asalariados, para verificar la dimensión del fenómeno. A su gran sorpresa, entre 35% y 45% de los entrevistados declaró ejercer un trabajo absurdo e insensato, o bien no hacer nada o prácticamente nada que pudiese ser considerado socialmente útil. La pregunta siguiente caía de cajón: ¿Es Ud. feliz haciendo ese trabajo? La respuesta, invariablemente, fue «no».
Peor aún, cientos de miles, millones de asalariados sufren y se ven aquejados de depresión, estados de ansiedad, diversos tipos de neuropatías, al tiempo que ven desarrollarse en torno a sí mismos comportamientos sadomasoquistas que frecuentemente llevan al suicidio en la misma empresa.
Uno de los entrevistados declara:
«Para mí, verme obligado a levantarme todas las mañanas para ir a hacer un trabajo que encuentro absurdo se reveló psicológicamente agotador. La experiencia me deprimió completamente. Progresivamente, perdí todo interés por mi trabajo. Me ponía a mirar filmes y a leer libros para colmar el vacío. Actualmente me escaqueo varias horas al día sin que nadie se dé cuenta de nada».
Lo que me recordó mi propia experiencia en una multinacional. Mi responsabilidad de gerente comercial consistía mayormente en preparar los presupuestos trimestrales, en examinar el consumo telefónico de mi veintena de colaboradores, en asistir a reuniones de coordinación de los gerentes de la división en lujosos hoteles y mesas bien servidas, en redactar informes (que nadie leía) sobre las tres actividades ya descritas, en distribuir el informe a mis superiores, en hacer una copia para el controlador de gestión, y en volver a empezar el trimestre siguiente.
Con la evidente intención de facilitar la comprensiva, Graeber procede a la clasificación de los curros puñeteros, y establece cinco categorías, sin necesariamente ser exhaustivo:
El sirviente o criado, que tiene como único o principal objetivo hacer que el superior parezca o se sienta importante. «Tráeme un café”, «Resérvame un vuelo», «Avísale a fulano que…», son tareas reservadas al sirviente que podría perfectamente hacer la persona «importante».
El «pistolero», cuyo trabajo comporta una dimensión agresiva. Este tipo de bullshit job existe fundamentalmente porque otros ya lo crearon. Típicamente, cada país tiene un ejército porque el país del lado tiene un ejército. La definición vale para los lobistas, los agentes de relaciones públicas, los tele-vendedores y los abogados de negocios.
El «manitas» o «chapuza» es aquel cuya labor consiste mayormente en arreglar dificultades, problemas y disfuncionamientos que no debiesen existir. Este tipo de laburo en solfa abunda entre los fabricantes de software. Una parte de los genios de la informática conciben sistemas complejos, y una proporción inimaginable de los mismos genios pasa su tiempo intentando hacer que «el sistema no se caiga».
El «entrevistador» o «llenador de QCMs», o sea la persona que pasa el día respondiendo a cuestionarios de opciones múltiples. Su principal objetivo consiste en permitirle a una empresa hacer creer que hace lo que no hace. Betsy, empleada en una casa de reposo, declaró: «Lo esencial de mi trabajo consiste en entrevistar a los residentes para anotar sus preferencias en materia de pasatiempos. Luego entro esos datos en un computador que procesa la información y hace cálculos que son impresos para ser enviados directamente al tacho de la basura. Nunca nadie tomó en cuenta la opinión de un residente para elaborar el programa de pasatiempos…».
Los «jefecitos», «petimetres» o «cómo jefes» se dividen en dos categorías. Los de la primera se limitan a asignarles tareas a los de la segunda. Si el «cómo jefe» de la primera categoría estima que sus subordinados pueden arreglárselas solos, se evita incluso la tarea inútil de asignar tareas. El «cómo jefe» de la primera categoría es un sirviente al revés: es tan superfluo como el otro, pero en vez de ser subordinado es un «superior».
El «cómo jefe» de la segunda categoría pasa su tiempo inventando otras Chambas calembes para tener a quien darle instrucciones y a quien supervisar. Tú ya sabes, los supervisores, los fiscalizadores, los controladores y otros reguladores constituyen el prototipo del «inspector de atmósfera».
Cada cual puede libremente identificar los Curros puñeteros que ejerce, o que ve ejercer a su alrededor. Personalmente aun no me repongo de la impresión que me causó saber que existen «ejecutivos de cuentas», o sea una suerte de «cómo jefes» de escrituras contables. El tema trae tela, y podríamos pasar horas sumergidos en un mar de boludez sistemática.
Lo que me pareció mucho más importante en el trabajo de Graeber es la consecuencia psicopática de los Bullshit Jobs. El asalariado se deprime no haciendo nada, o bien haciendo un trabajo inútil y absurdo. Para cada trabajador es muy importante tener algún valor a sus propios ojos. De ahí una férrea voluntad que lo impulsa a ofrecerle a la sociedad un trabajo útil.
Esto, de cara a las teorías de la economía neoclásica, es un golpe fatal, una sentencia de muerte. Si leíste mi libro No hay vacantes, sabes que toda la teoría neoliberal sobre el desempleo reposa en una afirmación gratuita e inverificable: el trabajador es un haragán consumado, y su principal utilidad consiste en tirárselas todo el día.
Para arrancarlo del ocio, el corajudo emprendedor se sacrifica voluntariamente, arriesga su capital con el generoso objetivo de permitirle al currante ganar su vida produciendo lo que otros currantes necesitan. Un emprendedor es una Sor Teresa de Calcuta que se ignora…
He aquí que un estudio serio, realizado por un antropólogo formado en el Imperio, demuestra exactamente lo contrario: el ser humano no vive intentado eternizar el ocio, sino que necesita y busca un trabajo socialmente útil para dignificarse ante sí mismo, condición sine-qua-non de una vida sana.
¿Te comenté que entre las pegas alpedo se cuenta la de economista?