Los kurdos han sido de los grupos en Medio Oriente que más han colaborado en el combate a los grupos islamistas que aprovecharon el desastre militar ocasionado por los enfrentamientos internos y externos en el Levante mediterráneo, principalmente en Irak y Siria.
Las milicias kurdas han sacado a patadas a miembros de DAESH en Irak que les han intentado asesinar o que persiguen a minorías cristianas y yazidíes, así como a otros musulmanes en el país. De igual manera la han emprendido contra agrupaciones islamistas en Siria, sacando del juego a miembros de Jabhat Fateh Al Sham (Frente Al Nusra o Al Qaeda en Siria), logrando convertirse en un importante muro de contención contra la expansión de los radicales islámicos que acompañan a los grupos opositores al régimen de Bashar Al Assad.
Esto ha permitido a los kurdos aprovecharse de las circunstancias y gestar una realidad política más favorable a procesos de independencia o al menos obtener mayor autonomía sociopolítica, en contextos donde les han perseguido o limitado derechos culturales y lingüísticos. De esta forma se ha ejecutado un favorecimiento a más libertades para los kurdos del Rojavá sirio; y en Irak, a pesar de que tienen una autonomía constitucional desde el año 2003, en el año 2017 decidieron que querían aprovechar el impasse del conflicto para declarar a través de un referendo la independencia del Kurdistán iraquí (Kurdistán Sur), algo que finalmente no tuvo frutos positivos por las presiones de los gobiernos de Irak, Irán y Turquía, tanto de carácter militar como económico contra la zona.
Los kurdos iraquíes, pese a su esfuerzo de sentar bases importantes para gestar este nuevo Estado, y además de haber sido un pilar fundamental en la lucha contra el islamismo radical de DAESH y Al Qaeda en el país, quedaron solos ante la falta de reconocimiento internacional de sus intenciones de independizarse, apoyados únicamente por Israel (por un tema estratégico), lo cual sin duda se transformó en una puñalada por la espalda para el pueblo kurdo. Esta traición política se complementa con los constantes ataques que reciben los kurdos iraquíes por parte del gobierno de Ankara, justificado por supuestas operaciones contra el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) catalogado como terrorista por el Gobierno turco y aliados.
De haberse logrado la independencia de este territorio en la frontera con Irán, se habría convertido en una zona tapón, contemplando que históricamente hay relaciones relativamente cordiales entre occidentales y kurdos de la zona, habría gestado esto un posicionamiento que cortaría la media luna de influencia que el gobierno iraní ha logrado en el Levante y, para no preocupar al menos a los turcos, se les habría ofrecido un acuerdo de no involucramiento con los kurdos de esta región. Esto también podría haber gestado un acercamiento entre los kurdos iraquíes y los sirios, aunque la relación no sea tan cordial actualmente, un proceso de independencia podría haberles motivado, aunque claramente esto es un supuesto en el papel que no se podrá saber nunca, menos en la actualidad con un Gobierno estadounidense buscando salir de Oriente Próximo y dejando a Rusia actuar libremente; al final el resultado ha sido más poder de Irán en regiones iraquíes estratégicas.
Un detalle adicional sobre la situación en el Kurdistán de Rojavá (Siria), es que estos han tenido que ajustarse a una relación funcional con el Gobierno de Al Assad para luchar contra los grupos islamistas que se mezclan con los opositores al régimen, quienes además están contando con apoyo directo de militares turcos para realizar operaciones altamente destructivas en ciudades como Afrin. Una relación que también es pragmática para los turcos, ya que desde su perspectiva no sirve un grupo kurdo con tal nivel de independencia que pueda generar un «efecto dominó» con los que habitan en su región y que quieren autonomía también. Y la oposición turca es «justificable» porque dentro de su territorio está la población kurda más numerosa de todo el mundo.
En ambos casos mencionados, el factor común es la permisividad con la que actúa el Gobierno turco contra las poblaciones kurdas. El silencio cómplice de Occidente de no ser categórico al no criticar los ataques inmisericordes de Ankara se transforma en otra traición de occidente contra el pueblo kurdo, tomando en cuenta que desde hace tiempo los turcos son hostiles con sus políticas, acercándose a fuerzas de la región que no necesariamente son favorables a países como Estados Unidos y la Unión Europea, con quienes se supone tiene las principales relaciones económico y militares.