Y piensas que aquí todo es diferente. Tal vez porque lo ves de una manera diferente. Es Minaya, es el campo, es el pueblo, mi pueblo, fuera de ruidos, de ruinas y miserias. Es un pueblo como uno de esos cientos que anidan en nuestra geografía. Es el sentido de lo rural, lo auténtico. Y es cierto, todo es lo mismo pero simplemente eres tú el que lo ves con un ojo diferente.
Hay una soledad que se busca y otra que se siente.
El viento nos recorre con fuerza en estos lugares. No paro mucho, lo suficiente para sentir que todo lo que vemos es lo que queremos ver. Casualmente la luna es inmensa y se nos ofrece en todo su poético esplendor.
El simple hecho, humilde y sencillo, de pararse un instante a contemplar y dejarnos llevar de esa sobre dimensión que nos ofrece, ya merece la pena.
Es curioso como por aquí, en este pueblo, uno más, inhóspito, seguro que miserable para muchos, pero siempre grandioso para unos pocos -como para mí-, todo se contempla tan diferente: los cielos son mucho más azules, las nubes parecen algodones inmensos y la luna casi te nombra para que la muerdas.
El mayor tesoro que podemos poseer está dentro de nosotros, no fuera.
El hogar está dentro de ti. Si sales, siempre puedes regresar a él.
El antes y el después son términos que no significan nada. El antes y el después son fruto de tu pensamiento porque solo existe el Ahora.
Lo que damos recibimos. Si damos una parte solo recibimos una parte y es en ese momento cuando sientes que te falta que estás incompleto y nos aparece el miedo.
El miedo siempre surge de nuestra mente, de nuestra percepción. El miedo es el sentimiento de carencia.
Tenemos miedo a perder algo que creemos tener debido a esa sensación de habitualmente tenemos de carencia.
Si creemos que tenemos todo, no nos pueden quitar nada, no tenemos miedo pues.
Elegimos todo los que experimentamos y es cuando lo proyectamos al exterior. Percibimos lo que proyectamos.
Nuestra proyección fabrica nuestra proyección; percibimos lo que hemos elegido proyectar.
Todo en nuestra experiencia, en nuestra existencia, es algo que nosotros hemos elegido.
Somos todo. Nada hay que no seamos nosotros. Nada hay que no tengamos y, por ello, nada hay que no podamos experimentar si es lo que queremos.
Elige tu destino y seguidamente márcalo en un mapa para llegar a él. Dónde estás y dónde quieres llegar. Toma la dirección adecuada.
Valores, misión, visión, propósito y metas. De dónde partes, dónde estás y a dónde quieres llegar.
Ser tú mismo y vivir la vida profundamente y lo más consciente posible.
Es cuestión de compromiso, pero no de un compromiso externo, de un compromiso interno, con nosotros mismos.
Sufrimos. Sufrimos por nosotros mismos y nos cuesta comprender nuestro sufrimiento. Descubrir quiénes somos, descubrirnos. Comprender nuestro sufrimiento es aceptarnos como somos y esto definirá nuestras vidas.
Necesitamos ser comprendidos, necesitamos comprender.
Aquí, en estos campos, digan lo que digan, juzguen o critiquen lo que quieran criticar, me encuentro. Podemos pasar nuestras vidas persiguiendo nuestra búsqueda, y no nos damos cuenta que esa búsqueda la encontramos al lado, cerca, en el Aquí, en nosotros, en nuestra esencia.
Tenemos que apreciar lo que ya tenemos y así seremos capaces de alcanzar esa felicidad verdadera en el Aquí y el Ahora.
Dejarnos llevar, dejarnos sentir. Apreciar, contemplar, valorar. Es lo que tengo, es lo que soy. Nada más. Y lo importante, siempre marcando el norte, cerca o lejos, siempre ahí.
Sentado en una de esas lindes, escuchar el cielo, el sonido del viento en las siembras, las golondrinas que comienzan a bailar bajo cielos nublados, azules o grises, inmensos en belleza. Casi todo poesía. Todo calma. Vida. Sentimiento. Humildad.
La humildad es un saber que consigues solo si vences al ego.
Cuántas equivocaciones para aprender que de lo simple se hace lo bello, que el verdadero poder está dentro de nosotros y el valor que nos damos es lo que importa.
Esas piedras, las piedras que componen cada linde, siempre me han fascinado. Sus formas, sus colores, su presencia. Lo soportan todo y a todo, incluido el tiempo.
Mientras escuchas así, sentado, el viento, te recuerdas en las adversidades. Esas que a cada uno en su medida acompaña o esas que cada uno en su medida provocamos. La tierra que piso te hace sentir firme y el fuego te ayuda a enfrentarte a ellas.
Sentado en una piedra eres capaz de encontrarte contigo, con tu verdadera mente, en calma. Te escuchas mientras el viento intenta como levantarte al cielo. A veces este viento te incomoda, pero si te concentras eres capaz de sentir cómo abraza las piedras y a ti. Su sonido es una ayuda para calmar la mente que iba intoxicada de los ruidos de la capital.
Si la mente escucha el viento no piensa en nada más. Se concentra.
Si te sientas y escuchas, en calma, nuestra mente descansa y podemos ver todo con absoluta claridad.
Cuando estamos inquietos nada se ve claro, todo es borroso y oscuro.
A veces es necesario resetearse. A veces es necesario no pensar en lo que era todo esto que nos rodea, incluso las piedras, la tierra, y volver a pensar en lo que de verdad es.
A veces creemos saberlo todo de todo.
Dejar de juzgar, perdonar y soltar apegos es necesario para volver a ver con esta mente de la que somos dueños.
Lo que entendemos es lo que creemos del pasado. Cuestionarnos nuestras creencias, cuestionarnos lo que hemos aprendido o creemos haber aprendido. Si lo que aprendimos no nos ha ayudado en nada es que no ha funcionado. Aprendamos de nuevo. Desaprendamos y volvamos a aprender.
Ahí, sentado en una piedra, miras alrededor y muchas veces no entiendes lo que ves. No entiendes el dolor, no entiendes la culpa, no entiendes nada.
La vida no se entiende. ¿Para qué entenderla? La vida hay que vivirla.
Comenzamos a restar y a caer en picado, tal vez a más velocidad de lo que pensamos. Eso da miedo. El miedo que te llega porque has creído tener lo que no tenías, porque lo único que tienes es tu Ser, y el resto es una pura ficción. Un invento vital.
No he estado nunca donde debía estar. Y tal vez no quede tiempo para estar donde se debe estar.