El Gobierno español, que en la materia no tiene pelos en la lengua, le ha pedido a la Real Academia de la Lengua que reflexione en torno a la introducción del llamado lenguaje inclusivo en la Constitución española. El tema provocó una tormenta vista la renuencia de la RAE, y la amenaza de algún académico lenguaraz de dimitir en caso que la iniciativa prospere.
Darío Villanueva, director de la RAE, estima que «el problema está en confundir la gramática con el Machismo». Ante la reacción airada de algunas malas lenguas, Villanueva precisa que por diferentes razones no falta quien exija retirar del diccionario lo que no le gusta o no le conviene, generando encontronazos lexicográficos que animan debates sin sentido. Y entrega algunos ejemplos:
«La corrección política es una forma de censura perversa, que no procede del partido, del Gobierno o de la Iglesia. Es una censura difusa, que no sabemos muy bien de dónde viene, y según la cual, hay cosas que no se pueden decir. Exigen que se retire del diccionario una determinada palabra. Y cada grupo dice cuál es la palabra que no quiere que esté en el diccionario. Cuando si están ahí es porque la gente las usa. La Embajada de Japón protesta porque en el diccionario está 'kamikaze'. Incomoda 'judiada'. Y a los jesuitas, 'jesuítico', en su acepción de hipócrita. Esto no tiene fin. Llegan todos los días peticiones. La última, que hay que retirar la palabra racional, porque es una ofensa a los seres irracionales».
Del mismo modo, agrega, existen las palabras globo, que aparecen, y luego se desinflan sin dejar huella. ¿Hay que incorporarlas al diccionario de la RAE? ¿Hay que autorizar el uso de, por dar un ejemplo, buzos y buzas, o bien buz@s? Hay quien se muerde la lengua.
Étienne Klein, doctor en Filosofía de las Ciencias y director del Laboratorio de investigación sobre las ciencias de la materia del Comisariado de la Energía Atómica de Francia, refiriéndose al lenguaje utilizado para explicar las ciencias físicas, sostiene que
«partiendo del hecho que nuestra manera de decir las cosas determina nuestro modo de pensarlas, si las decimos mal, las pensaremos mal: se hará decir a la Física lo que no dice, y no le haremos decir lo que sí dice»
(«El mundo según Étienne Klein». Ed. Flammarion)
Como otras expresiones del quehacer humano, las ciencias exigen el uso de un lenguaje preciso, y en ningún caso de medias lenguas. Klein dice que es necesario crear un lenguaje dentro del lenguaje para no traicionar los conceptos que ayudan a comprender la realidad, o lo que tenemos por la realidad.
Para extender el conocimiento de la Física es necesario pasar de su formalismo de origen, las matemáticas, a un lenguaje ordinario. Klein dice que hay que metaforizar las ecuaciones, para que digan lo que dirían si pudiesen hablar. En griego, metáfora quiere decir «mudanza, traslado, desplazamiento». Es preciso pues desplazar los conceptos del lenguaje matemático al lenguaje que utilizamos cada día.
Ahí comienzan los problemas. No solo porque asistimos a una significativa perversión del lenguaje, a una masiva pérdida de información como diría un especialista de la física cuántica, sino también porque el abuso de la facilitación genera errores y dificultades monumentales.
Carlos Liscano, en su Igualdad de oportunidades lingüísticas (Lengua curiosa, Ediciones del Caballo Perdido, Montevideo, 2003, p. 55-57.), sostiene:
«El respeto por el lenguaje rudimentario, de adjetivos únicos, tics, clichés, no es un favor que se le hace al hablante que lo posee como única variante de expresión. El lenguaje pobre, y su defensa, su culto, consagra y remacha las injusticias sociales y económicas. [...] La libertad individual depende mucho de la competencia (y la incompetencia) lingüística. Vivir en un mundo que uno no es capaz de nombrar es estar condenado a la esclavitud ante las cosas, las noticias, y, sobre todo, ante hablantes con un idioma desarrollado. [...] La indiferencia, el rechazo y hasta la hostilidad por el lenguaje complejo, matizado, flexible, se presentan a veces como forma de luchar contra el poder. De prosperar esta ‘escuela’ es seguro que se estaría condenando a los más débiles a nunca compartir el poder».
Y a permanecer tan ignorantes como le conviene a quienes lo detentan.
Étienne Klein ofrece un par de ejemplos de transcripción, o de desplazamiento de conceptos, que atañen a la Física. Ambos errados. Uno tiene que ver con la Teoría de la Relatividad de Einstein. Los manuales suelen afirmar que ella establece que «la velocidad del paso del tiempo depende de la velocidad del observador». Tal formulación comporta dos errores. Primero, afirma que el tiempo tendría una velocidad, una suerte de ritmo de su flujo. Ahora bien, señala Klein, hablar de una velocidad del tiempo supondría que hay una variación del ritmo del tiempo con relación al ritmo del tiempo, lo que es un contrasentido.
Por otra parte, dicha formulación deja entender que no existiría sino un tiempo, el mismo para todos, pero elástico, es decir con una velocidad que cambiaría de un observador a otro. Así, de manera muy ingenua, alguien pudiese pensar que si leer un libro le lleva dos horas sentado en casa, le tomaría un tiempo diferente –medido por su reloj– si leyese el libro a bordo de un cohete lanzado a 150 mil kilómetros por segundo. Lo que no es verdad. Leer el libro le llevaría igual dos horas.
La diferencia con la Física clásica, la de Newton, reside en que al regresar de su viaje por el espacio su reloj no estaría sincronizado con el de quienes se quedaron en la Tierra, que por lo demás ya estarían todos muertos. Porque lo que dice la Teoría de Einstein es que cada observador está dotado de un «tiempo propio» que, como indica su nombre, le es propio. Cambiar de referencial, o sea pasar del punto de vista de un observador al punto de vista de otro observador que se desplaza con relación a él, no significa aumentar ni disminuir la velocidad de un tiempo único común a los dos observadores, sino, simplemente, pasar de un «tiempo propio» a otro «tiempo propio» particular, distinto del precedente, sin poder decir que uno fluye más rápidamente que el otro.
El segundo ejemplo de Klein, se refiere a la Física cuántica, al principio de incertidumbre de Heisenberg. En general, dice Klein, se le resume diciendo que no es posible conocer, simultáneamente, la posición y la velocidad de una partícula. Lo que deja entender que cada partícula posee una velocidad y una posición bien definidas. Sería pues la Física cuántica la incapaz de determinarlas, de conocerlas. No obstante, el formalismo de la Física cuántica dice otra cosa: una partícula cuántica no es un corpúsculo y por consiguiente no se le pueden atribuir las propiedades –velocidad, posición– que la Física clásica le atribuye a los corpúsculos.
Una vez más debo recordar las palabras de mi amigo Giorgio Ciucci,
«le particelle si comportano come particelle…»
o sea en modo muy distinto a los corpúsculos que vemos y comprendemos fácilmente en la Física newtoniana.
Las partículas cuánticas son otra cosa. Saber qué son exactamente, requiere no solo del uso de un lenguaje preciso, sino también abandonar lo que la intuición ordinaria nos indica. Del mismo modo que tuvimos que abandonar la intuición que nos dice que la Tierra es plana, y que el Sol gira alrededor de la Tierra. Muchas veces la realidad nos saca la lengua.
En otros ámbitos, –lo he escrito cientos de veces–, inducimos en errores dramáticos a quien lee que un trabajador fue «desvinculado», y en ningún caso despedido. O que un ciudadano fue “sometido a apremios ilegítimos” en vez de torturado. El uso de un barbarismo como empoderar nos lleva al mismo tipo de error: el término, en inglés, connota una autorización, y en ningún caso el ejercicio de algún grado de poder. Asegurar que alguien o algo es «competitivo», nos confunde, habida cuenta que la palabrita no significa nada, o bien algo muy distinto a lo que pretende quien la utiliza.
En vez de decir sandeces, es mejor callar, como si te hubiese comido la lengua el gato. El gato de Schröedinger desde luego. De donde extraigo la conclusión que la lengua no debe ser maltratada. En cocina, yo la preparo a la vinagreta.