El cerebro acepta mal el vacío. Hablar es una de las mejores acciones que lo llenan. Si bien medir el contenido de la mente es difícil, la inmensa mayoría de nuestras experiencias mentales son verbales. Nuestro cerebro se pasa la mayor parte del tiempo hablando, le encanta comunicar ideas. Hablar es muy sano para la salud mental. Poner en palabras lo que percibimos, lo que sentimos y emociona, nos ayuda a entender, a crear argumentos. Hablar es bueno aunque no tengamos a nadie con quien hablar, le dirijamos la palabra a nuestra mascota, hablemos con una planta, o lo hagamos con nosotros mismos.
Contrariamente a lo que se cree, hablar solo no solo no es de locos, sino que resulta una de las acciones más beneficiosas que estimulan nuestros mecanismos de percepción, especialmente en lo relacionado con la comprensión de los mensajes con los que a diario interactuamos más internamente. Hablar solo parece extraño, porque existe la propensión de asociarlo a algo anormal, incorrecto, estúpido. Todos, en alguna ocasión, nos encontramos de repente pensando en voz alta, hablándole al espejo por la mañana. ¿Sabían que el ejercicio de hablar frente a un espejo, de acuerdo a una investigación publicada en la revista Health Day en 2012, Talking to Yourself Could Have Mental Benefits y citando un estudio de la revista Quearterly Journal of Experimental Psychology, nos mantiene más alerta, nos ayuda a ser menos despistados y olvidadizos? En general cuando hablamos con nosotros mismos, estamos focalizando más y mejor nuestra atención hacia aquello que requiere de mayor concentración. Mantener conversaciones con nosotros mismos es un mecanismo de adaptación que permite la disminución de la tensión emocional, facilita el recuerdo, mejora la confianza y organiza los pensamientos. Es un desahogo que te saca cosas de la cabeza al convertirlas en palabras.
La gente sana que habla sola está muy cuerda. Hablar solo no es algo que se haga irracionalmente. El soliloquio es ponerle sonido a los pensamientos. Como que nuestra capacidad de hablar no está orientada solo hacia los demás, podemos utilizarla en nosotros mismos, a nuestro favor. Escucharnos a nosotros tiene un gran impacto sobre la memoria, desde la neuropsicología esta ganancia se extiende a todo nuestro sistema límbico, al afectar positivamente a las emociones, al control sobre éstas al interactuar con la corteza cerebral, al aprendizaje, a la regulación de la conducta. Cuando nos repetimos algo lo asociamos a más de un sentido, consiguiendo que la memoria sea más eficiente. Es un hecho probado que decir las cosas en voz alta ayuda al cerebro a activar información adicional, activa esa capacidad de nuestra memoria por la que somos capaces de desdoblarnos al pasado para alcanzar la información. Y es que realmente nuestro cerebro tiene un gran poder de evocación, y hablar solo lo estimula. De eso, de cómo nuestro cerebro es una gran «máquina del tiempo» quisiera hablarles, pero será en otra ocasión.
Hablar con una pared es sano. ¡Entiéndanme! Quiero decir que no es muy diferente que hablarle al espejo y, como ocurre con éste, puede sernos útil para objetivar nuestras emociones y conflictos. Lo que sí resulta poco recomendable es hablarle a quien te escucha con la disposición de respuesta de una pared. Hablar solo tiene su parte resilente (Resilencia: en psicología, capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas), es una manera de superación, nos ayuda a focalizar nuestra atención en cómo vivimos lo que nos pasa. El beneficio más inmediato de este ejercicio es, sin duda, el aumento de la autoconfianza. Todos los días nos enfrentamos a situaciones en las que tener confianza en uno mismo tiene una importancia decisiva, en nuestro bienestar y en las relaciones que mantenemos con los demás. La autoconfianza disminuye el estrés. Hablar solo es una estupenda manera de reflexionar, de aclarar ideas sobre lo que nos conviene o no. Todos, alguna vez, en más de una ocasión si somos sinceros, nos hemos echado en cara algún error del pasado. Conversar con nosotros mismos tiene un efecto balsámico sobre nuestra tendencia humana a juzgarnos duramente.
Hablar solo no es de locos, pero sí de extrovertidos. Las personas más comunicativas, las que precisan de más estímulos sensoriales, hablan más consigo mismas. Esto suele estar relacionado con una menor actividad cortical del cerebro, lo que explica la mayor variabilidad de las conductas en la búsqueda de actividad y excitación. Los introvertidos se encuentran más cómodos con los silencios. La actividad de las neuronas del córtex cerebral es mayor en las personas circunspectas. Los que tienen menos capacidad para inhibirse de los problemas, desarrollan menos este mecanismo de alivio de hablar solos. No obstante, tanto para unos cerebros como para los otros, el discurso privado con nosotros mismos o con cualquier cosa que no sea otra persona, nos proporciona beneficios mentales e intelectuales. Además, en la charla con nosotros mismos encontramos ese espacio de contención, como el que supone la conversación próxima cuando podemos sentarnos a hablar con familiares y amigos, pero tan difícil de mantener con regularidad en estos tiempos y en nuestros modernos estilos de vida.
Pero, se preguntarán, ¿tiene algo de malo hablar solo? En realidad no. Forma parte del desarrollo normal cuando somos niños, y en la adultez nos sirve para escucharnos y comprendernos.
Entonces, ¿por qué procuramos que nadie nos esté escuchando cuando mantenemos un soliloquio?
La creencia de que hablar solo es de locos, es un síntoma de soledad o de no tener amigos viene de lejos, de las sombras de la institucionalización psiquiátrica y del desprecio al diferente. Hablar solo está mal visto por la sociedad. Esta consideración se ha instalado en la vida social bajo la presunción de desorden mental. La idea es que los locos hablan con nadie. Pero la realidad es que asociar la charla solitaria, con los trastornos psiquiátricos que cursan con alucinaciones auditivas es un despropósito, un desconocimiento singular. La verdadera charla con nadie, el soliloquio patológico, se produce cuando existe evidente desapego de la realidad. Por mucho que el diálogo sobre el pasado sea poco amable con nosotros y ansiosamente inútil, o que el estrés nos salga por la boca cuando no nos ve nadie, hablar solo en estas circunstancias no es motivo suficiente para etiquetar a ninguno de chalado, en término coloquial, y mucho menos para apoyar un juicio de enfermedad mental. Y es que las palabras son gratis. Las frases hechas, tramposas. Tanto unas como las otras las utilizamos en ocasiones con «mucha alegría».
Como quizá compartas ya conmigo, hablar solo no es hablar por hablar, es decir, que no nos hablamos a nosotros mismos sin segundas intenciones sobre un determinado tema, que no suele ser un sinsentido lo que expresamos en esas ocasiones o que hablamos sin conocimiento del asunto que nos trae hablando solos.