William Somerset Maugham escribió una de sus novelas más conocidas bajo este mismo título en un verano de Erasmus con 20 libras en el bolsillo y toda la curiosidad juvenil de un estudiante del King's College en Florencia. Mientras traducía al inglés algunas páginas de alguna obra de Ibsen –y, ya de paso, seguía perfeccionando su pasión por la palabra y por construir diálogos- y leía el Infierno de Dante, se dio cuenta de que la vida y las historias de las personas más cercanas son siempre la mejor herramienta del verdadero escritor, mucho más inspiradora que la galería de los Uffizi.
En aquel verano de trabajo y casi sin dinero se quedó en la pensión de una señora cuya hija –muy joven aún, con sólo 26 años- había quedado viuda y en breve se uniría a un convento. Tal cual. Ella, salida de un personaje de tragedia griega, le enseñaba precisamente italiano al muy británico Maugham, que quedó impactado por una de las historias que Dante cuenta en su obra y que la chica, Ersilia, le explicó como el suicidio de una adúltera a la que encierran en el castillo de una ciudad por su traición.
Es curioso cómo, pese a la poca inclinación inglesa a demostrar cualquier tipo de sentimiento – el orgullo nacional es la contención y el stiff upper lip o apretar el labio superior en las peores circunstancias su mantra- en este caso puede el talento y la sensibilidad mundana de Maugham, su atención por el detalle para una historia que hoy en día sigue siendo revolucionaria. Más aún en la época del #Me Too.
Brevemente, para no despedazar el interés, es una historia del despertar del autoconocimiento femenino y su poder. Su libertad e independencia. La protagonista, Kitty, es una inglesita hermosa pero superficial de clase media acomodada que quiere llevar una vida acorde a su estilo y rodeada de gente de sociedad pero, por la circunstancia de encontrarse atada a un marido completamente inaccesible y opuesto a ella en costumbres, inquietudes y formas de pensar se ve inmersa en una lucha por su propia independencia y por cuidar su propio espíritu, que descubre mucho más valioso de lo que ella creía. Llega a darse cuenta del enorme poder del amor en cualquier circunstancia –incluso cuando vives en un lugar empobrecido y perdido en el medio de China que está pasando por la peor epidemia de cólera en décadas- y que nadie tiene la última palabra en qué debes hacer en la vida. Ni un marido que te adora, pero que no se comunica de ninguna forma contigo, ni un amante petulante y narcisista, ni una madre controladora y mezquina. Al final, para bien, tu vida está en tus manos. Y lo más importante, siempre hay tiempo para recomenzar.
Es una lección que cabe recordar actualmente, cuando ponemos modelos de liderazgo feminista a seguir en actrices que se convierten en princesas y que lo único que han hecho por el feminismo es dar un breve speech en la ONU y escribir una carta a una empresa cuando tenía 9 años. Menos marketing Windsor y más realidad. Cada cual tiene su historia, con muchísimo valor propio, y es preferible caminar desde la solidaridad de la comunidad (no sólo entre mujeres) y la humildad que poner «mitos» donde no los hay. El verdadero liderazgo feminista está en todas esas mujeres que cada día obran milagros para educar, cuidar y proteger a sus hijos mientras siguen siendo profesionales y también seres pensantes e independientes con sueños propios. En aquellos hombres que educan a sus hijos en el respeto, la convivencia y la igualdad. Esos ejemplos obran milagros a diario. Caminar sola ante un altar no es feminismo, pero sí lo es hacer que tus hijos desarrollen con normalidad (nada de compartir, sino trabajar) sentido de la responsabilidad y de la importancia del valor propio.
Porque, a veces, sucede lo más inesperado y es que precisamente un hombre en los principios del siglo XX (cuando en muchos países las mujeres no podían ni votar) es capaz de desnudar y describir las dudas, tribulaciones y la libertad del alma femenina en toda su extensión. Sin grandes alharacas ni hastags. Sin manifestaciones. Sólo porque era una historia muy humana que le impactó y que transformó en un canto al autoconocimiento y la libertad de las mujeres. Porque, como él mismo dijo, todos estamos juntos en ese velo pintado que llamamos vida. Dejemos a un lado las máscaras y poses.