Esta conversación no es fácil para nadie y les pido que me tengan paciencia cuando abordo un tema que parece políticamente incorrecto o ciertamente prohibido. Algunos de ustedes quizás ni siquiera lo hayan escuchado. Implica una elección individual, algo que es un principio básico estadounidense y que ahora, en el capitalismo tardío, se trasformó en el control extremo de nuestras vidas. Para encontrar las fuentes de este control simplemente, si es que ya no lo haces, sigue la ruta del dinero.
Primero quiero apuntar a la diferencia entre género y transgénero. A todos se nos asigna un género al nacer y se basa en el sexo que parecemos tener. Claro que se cometen errores. ¿Pero cuántos? Según las últimas estadísticas, 700.000 personas se clasifican como transgénero solo en los Estados Unidos. Estas no dudan de que nacieron en el cuerpo equivocado y la mayoría se le someterá a un tratamiento hormonal y luego, para corregir ese error, a la cirugía.
Este nuevo movimiento ha surgido en los talones de la lucha por el matrimonio homosexual y no tiene nada que ver con la atracción o la orientación sexual, que, hasta ahora, la ciencia afirma vienen con el nacimiento.
Fui yo una de las primeras psicólogas feministas que empezaron a usar el término género para distinguir lo aprendido, inclusive de forma inconsciente, de lo que es genético. Eso fue un primer gran paso, ya que se creía que todos los aspectos del ser humano estaban ligados al sexo de nacimiento. Este «todo» de origen biológico incluía desde el gusto por el color rosado hasta las muñecas versus los camiones de juguete, desde la tranquilidad de la niña hasta la actividad y curiosidad del niño. Si eras un niño y te gustaba vestirte con ropas del otro sexo, entonces, estabas inevitablemente destinado a ser gay, una palabra que se susurraba, si apenas uno se atrevía a verbalizarla, en la década de 1950. Los de esta condición utilizaban otras palabras codificadas, como «de ambiente», para que solo ellas las entendieran. Muy pocas personas, por lo peligroso de hacerlo, «saldrían del clóset».
El género como disciplina nacería para descubrir cuánto de nuestras preferencias eran genéticas y cuántas, desde que te pusieron la cobija azul o rosa al nacer, eran aprendidas. El estudio del género tiene ahora 50 años y ha descubierto mucho, incluso que la orientación sexual no puede, ni por terapia, cirugía o todas las intervenciones que se han inventado, modificarse. Es un hecho. El pujante campo de la epigenética muestra claramente que el entorno puede apagar y activar algunos genes, pero no alterara la orientación sexual básica. Desde el punto de vista cultural, el matrimonio homosexual se ha legalizado en muchos lugares del mundo y a las personas homosexuales simplemente se les está dando la oportunidad de llevar una vida normal. Estos son simples derechos humanos.
Sin embargo, el género nunca debe interpretarse como sentirse en el «cuerpo incorrecto» o estar sujeto al tratamiento médico, procedimiento que comenzó en 1966. La fluidez es un hecho. Las múltiples atracciones sexuales son posibles. Hay ahora tantos términos disponibles para la sexualidad que pronto todos deben transformarse en eso, una sexualidad de todos los tipos imaginables.
Sin embargo, exigir que el cuerpo se modifique para que se adapte a tus ideas de género no se basa en la ciencia, sino en una nueva forma de perseguir el dinero. La cirugía de cambio de género, accesible en ciertos países blancos y desarrollados, es una forma más de ganar mucha plata. Las beneficiadas, obviamente, son la industria de la medicina y de la farmacología. Cada uno de estos 700.00 individuos gastará cientos de miles de dólares en estas intervenciones. Sufrirán todo tipo de efectos adversos, tanto a corto como a largo plazo, aunque aún no tengamos los estudios de ellos.
Antes de que se estableciera la América Blanca, la mayoría de las culturas aborígenes tenían el concepto de que existían tres o cinco géneros y vivían, gracias a ellos, muy felices. En todos los otros continentes, las sociedades que tenían más de dos géneros, prosperaban sin que a nadie se le mutilara sus órganos genitales. Y nadie hacía dinero de esto.
Mi punto no es solo apoyar la fluidez y los matices de género, sino cuestionar cómo las profesiones médicas occidentales han tomado el estudio de género para reforzar la dicotomía. La medicina se ha abrogado el papel de volver, gracias al bisturí, a ubicarnos solo con dos géneros. Por medio de intervenciones genitales y faciales peligrosas, y no siempre exitosas, que empiezan en los $50.000, se nos confirma que nacemos como hombres masculinos y mujeres femeninas y que todo lo demás, está sujeta a modificaciones médicas. No incluyo en estos costos lo que significa tomar de por vida hormonas que indudablemente causarán, en las futuras generaciones, el cáncer y otras serias enfermedades. ¿Quién se beneficia de esto? Pues como sucede con el abuso de los derivados del opio, estamos seguros que, con las intervenciones de la industria de cambio de sexo, más sufrirán que se aliviarán. Estos procedimientos no se han estudiado lo suficiente como para que sepamos cuál podría ser el efecto a medio y largo plazo. No solo se hicieron permisibles sino que ahora ya no es permitido cuestionarlos. Si uno lo hace, se nos ubica en el rubro negativo de lo reaccionario y de lo anticuado.
Las personas transgénero ansían reforzar lo binario que la cultura blanca occidental nos ha impuesto. En vez de apoyar el camino hacia la fluidez y lo nuevo, refuerzan lo binario y los opuestos. Esto tiene que parar. No le niego a nadie el derecho a vivir como uno quiera, con el vestido, maquillaje, manierismos que disfruten, pero no quiero que la industria médica me diga que estos gustos deben ir acompañados de intervenciones quirúrgicas. La medicina debe dejar de tratar de curar en vez de inventar condiciones que ella sola debe administrar.
Referencias
- Kaschak, E. ( 2015): Género y raza a través de ojos ciegos; Columbia University Press.