«Quien acosa solo cree en la libertad para sí mismo».
( Blas Ramón)
«Descubrir que el trabajo que le ofreció aquel conocido no era más, ni menos, que una estratagema para tenerla al alcance de sus insinuaciones, proposiciones y toqueteos, resultó un impacto psicológico similar a que te anuncien un tumor cerebral. No te puedes creer que te esté pasando a ti. Ella esquivaba su actitud deshonesta, sus mensajes obscenos, sus miradas descaradas, sus intentos de caricias y de besos en el cuello, como podía. Necesitaba el trabajo».
El miedo a perder el empleo es una de las razones más rotundas por las que las mujeres aguantan las acometidas de los acosadores sexuales en el entorno laboral. Conforme a un informe del Instituto de la Mujer, del Ministerio de Trabajo de España, el 46% de las mujeres reconoce el temor a ser despedidas como la causa principal por la que se aguanta y sufre en soledad, la conducta miserable del acosador sexual. El objetivo del acoso es aislar a la víctima, generar en ella lo que la psiquiatra francesa Marie-France Hirigoyen define como la patología de la soledad, basada en una enorme sensación de desamparo.
El chantaje sexual es el tipo de acoso que más presión ejerce sobre la mujer trabajadora, según se recoge en un informe del sindicato CCOO, de 2016, porque es el que producen jefes y compañeros cuyas decisiones o influencias repercuten directamente sobre la contratación, la continuidad y las condiciones de trabajo. La creación de un ambiente intimidatorio relacionado con las pretensiones de favores sexuales, comportamientos o actitudes de naturaleza sexual, es la situación que se genera más entre compañeros de igual o incluso inferior nivel a la persona acosada. En ambos casos, el rechazo de la víctima suele desencadenar acciones de humillación y hostilidad. La soledad de la mujer acosada y acorralada es especialmente espeluznante ante la actitud de saber y callar de quienes la rodean en el entorno laboral. Esta situación suele generar un fenómeno psicológico especialmente difícil para la persona afectada: el de la indefensión aprendida. Un comportamiento de inhibición ante la frustración de los intentos por solucionar el problema y que castiga cruelmente la autoestima de la víctima de acoso.
El acoso sexual en el trabajo es un secreto a voces. En cualquiera de sus expresiones. Estamos ante de un fenómeno contrario al principio de igualdad de trato y oportunidades entre y hombres y mujeres; se inscribe en el marco de la violencia contra las mujeres, los entornos laborales sexistas y el abuso de poder, tanto jerárquico como de género. No podemos abordar este tema aquí desde un enfoque neutral, que incluya los dos géneros como sujetos acosados, ya que el abuso de poder en este terreno es básicamente violencia de género contra la mujer, no obstante reconocemos la protección de ambos.
El acoso sexual o por razones de sexo es, asimismo, un grave problema de salud laboral. Las consecuencias de este comportamiento ignominioso producen gran sufrimiento psicológico y secuelas físicas de carácter somático y psicosomático para la mujer que lo padece (ansiedad, depresión, insomnio, problemas gastrointestinales, psicodermatitis, entre otros muchos). A nivel del funcionamiento eficiente de la empresa, el aislamiento, el desplome de la motivación y el aumento de absentismo laboral, son efectos negativos de gran repercusión sobre la organización.
«El jefe de E., es un tipo particularmente pegajoso. Ella, que siempre ha sido persona de valores claros, confió en que, aunque tímidas, sus respuestas (no contestaba a sus mensajes, no le reía “la gracia” a sus ocurrencias sexistas y se apartaba cuando olía su aliento o sentía demasiado cerca sus dedos), serían suficiente para que el jefe desistiera definitivamente de sus intenciones, comprendiera su no interés personal y la dejara hacer su trabajo en paz. Parece lógico pensar que, don RqueR, administrador y empresario, captaría rápidamente el mensaje, como persona razonablemente honesta e inteligente, que se le presuponía. Pero E., se equivocaba».
Quien practica acoso sexual lo hace desde una posición de poder y creencia de impunidad. Los acosadores eligen a sus víctimas basándose, sobre todo, en la percepción de su vulnerabilidad. Suelen tener habilidad para detectar los estados de ánimo decaídos y las preocupaciones dependientes. Lo utilizan. La persistencia en estos personajes tiene un componente hiperactivo, cuasi maníaco; en el sentido de que provoca irritación y enojo, se excede de positivo en sus afirmaciones, tiene aumentado su interés por el sexo, cambia de tema a conveniencia, se hace el gracioso y se expresa con arrogancia. Sin embargo, en casi ningún caso, el acosador padece un cuadro de trastorno psicológico de tipo o con un componente maníaco.
Los acosadores sexuales en el trabajo son mayoritariamente hombres, de más edad que sus víctimas. Entre los acosadores no existe un perfil netamente definido, los hay inseguros y retraídos, de la misma manera que los encontramos prepotentes, convencidos de su irresistible atractivo y poder de seducción. Suelen tener en común, que se trata de personas casadas o con parejas, que utilizan como argumento de su conducta el mal funcionamiento o desatención de sus parejas, o verdadera crisis de la relación conyugal. Comparten también la estrategia de hombre maduro protector para granjearse la confianza de la víctima. Mostrarse, al menos en los primeros episodios del acoso, como un amigo más que como un jefe, son recursos que utilizan con habilidad.
Desde un punto de vista psicosocial, suelen ser personas más frías que impulsivas o pasionales (aunque alardear de lo contrario convence más). Tienen poca capacidad para superar la frustración al fracaso (rechazo); escasa empatía hacia las mujeres y apenas parecen importarles el daño que pueden ocasionar. La cobardía es también una característica habitual entre estos hombres (y mujeres en su caso). El acosador sexual sólo no es deshonesto consigo mismo.
«La persistencia caprichosa de su acosador arrinconaba a E.,. Su estrategia de mantener en secreto el acoso y vivirlo sola no le daba resultado alguno, antes al contrario. Las negativas y rechazos no conseguían otra cosa que avivar los intentos y aumentar la frecuencia del hostigamiento sexual del canalla de su jefe. Una vez que de los mensajes y videos de WhatsApp de contenido sexual más explícito que menos, de las reiteradas invitaciones a noches inolvidables y de los comentarios pretensiosos, don RqueR había pasado a los súbitos apretones de hombros, a la inesperada caricia de mejillas, a los intentos de abrazos acechados y besos sorpresivos indeseados, E., comprendió la necesidad de cambiar de estrategia de rechazo, de la urgencia de buscar otra puerta de salida. Aunque ella – se repetía – no daba pie a nada, al jefe ya no le podía parar de su empeño ni con súplicas. Ante una situación que ya le robaba el sueño, aterrorizaba sus mañanas antes de salir a trabaja y la sumía en una tristeza que se alongaba peligrosamente al borde de la depresión; decidió enviar un mensaje inequívoco al jefe y a todos los demás: se ajustó un bonito y antiguo anillo al dedo anular de su mano izquierda y se inventó un novio postizo; alguien que creía la protegería y la liberaría de la situación. Le pareció una buena idea. Ante su precariedad económica, dejar el trabajo era una opción que se negaba a contemplar. Denunciarlo – se aseguraba a sí misma – era perder el empleo. Y es que E., como una gran mayoría de mujeres, recibió esa misma educación ideológica sexista que los hombres, que no solo actúan como caldo de cultivo para que se produzcan este tipo de conductas, sino que también determinan un mayor umbral de tolerancia en las víctimas».
Conforme a un estudio de la Fundación Mujeres, de 2010, las mujeres acosadas sexualmente en el ámbito laboral, que están casadas o mantienen una relación estable es de un 15.3%, frente al 41.4% que afecta a las empleadas que han roto su relación sentimental. Los acosadores tienden a tener mayor reparo, al menos de manera inicial, con las mujeres que tienen una relación con otro hombre. Otros datos revelados por estudios de diferentes asociaciones sindicales, indican que las mujeres que acceden por primera vez a un contrato laboral y las que poseen contratos temporales, son objetivos preferentes del acosador sexual.
El acoso sexual no se inicia por una actitud complaciente de la mujer. Nada tiene que ver con que las víctimas no sepan cómo enfrentar las acometidas persistentes del acosador. Argumentar que el acoso se inicia por que la mujer «no se ha puesto en su sitio», es una mezquindad comparable a asegurar que las personas gaseadas por los nazis se lo merecían por no defenderse. Que una mujer atosigada sexualmente no sepa cómo reaccionar, no manifieste abiertamente su indeseabilidad hacia esas conductas de jefes y compañeros de trabajo, o por el contrario los rechaces, e incluso aunque se someta al mismo por miedo e intimidación, no condicionará que el hecho, en sí mismo, constituya un delito de acoso sexual. El código penal español tipifica el delito de acoso laboral y docente en su artículo 184.
«El novio postizo de E., nació para un apuro. Desde muy joven, E., había tenido problemas con hombres: conocidos de la familia, compañeros de estudio, e incluso amigos que, de una u otra manera, con más o menos descaro y atrevimiento, acababan buscando su piel. De esa experiencia aprendió que a un moscón zumbador lo pone en fuga la presencia de un sapo. Así que diseñó un novio de pega pero creíble, con capacidad para poner al descubierto, si no era contenía, la conducta de acoso y en evidencia a quién la practicaba. Pero el esfuerzo, no se crean, no le iba a salir gratis. Mantener una ficción de este tipo necesita de un gran esfuerzo psicológico de hipervigilancia, genera un estado de ansiedad permanente. Cualquier error o contradicción que pusiera en evidencia que el novio, en realidad, no tenía más capacidad de reacción que la de un maniquí, resultaría fatal. Aunque confiaba en que el engaño funcionara, la patraña en realidad horadaba despiadadamente su sentimiento de soledad. Las relaciones con algunos de sus compañeros de trabajo resultaban más incómodas y tensas desde que el jefe, molesto por la frustración de sus expectativas, había comenzado a criticar su trabajo y a cuestionar la eficacia de todo el departamento».
La creencia de impunidad del acosador sexual forma parte de su estereotipo, de hecho, es lo que más le envalentona. La posibilidad de su fractura, de quedar expuestos, de perder la invisibilidad ante desconocidos que no controla, que no puede manipular, les mete el miedo en el cuerpo. Por lo general, en el itinerario del acosador, la frustración de sus intenciones iniciales, da paso a la humillación de la víctima, preferiblemente delante de las personas que trabajan con ella o a su alrededor. Es más frecuente de lo que podría parecer, que los compañeros de trabajo, aun sabiendo la realidad de la situación de acoso, acaben culpabilizando a la persona que lo sufre. En este sentido, y atendiendo a los datos del Instituto de la Mujer que ya he citado, si bien en un 46, 3% las reacciones del entorno apoya incondicionalmente a la víctima, de acoso sexual en el ámbito laboral, un 30.7% de los compañeros y compañeras de una víctima de acoso no manifiestan esta conducta solidaria y, por el contrario, tienden a minimizar el problema. Existe un 24% que directamente las culpabiliza. Sí. Han leído bien. Directamente les dan la espalda.
«Durante un tiempo, no mucho, el novio postizo de E., tuvo cierto efecto freno. El que transcurrió hasta comprobarse que, en realidad, no suponía un peligro o amenaza para nadie. Don RqueR, con pareja conocida por toda la empresa y jactancioso de las relaciones abiertas, volvió por sus fueros, con mayor ímpetu, menos reparos y más inquina. A E., se le vino el mundo encima. El consumo de ansiolíticos pasó a ser cosa seria. Le resultaba insufrible enfrentarse a las agresiones del jefe, a las miradas inculpatorias o a la indiferencia de otras y unos sin sus pastillas. Las bajas laborales no tardaron en llegar».
Según los resultados de una investigación publicada en British Medical Journal Open, el consumo de antidepresivos, pastillas para dormir y tranquilizantes, se ha disparado en la última década como consecuencia de las situaciones de prácticas de mobbing y acoso sexual en el trabajo. El consumo de recetas de drogas psicoactivas es cinco veces mayor en mujeres que en hombres. La medicalización de la conducta no conlleva consecuencias inocuas. El consumo de benzodiacepinas durante sólo dos semanas ya produce efectos adictivos.
«Por las mañanas E., sólo quería no tener que salir del escondite de sus mantas. Su mundo se venía reduciendo a lo que abarca la superficie de su cama. Ponerse en marcha sin una dosis de bromazepam le resultaba imposible. Querer controlar las reacciones emocionales ante las situaciones conflictivas que se encontraba cada día nada más atravesar la puerta de entrada a la oficina, se le había convertido en un hábito de consumo. Los efectos de confusión, somnolencia y reducción de estado de alerta de los calmantes, solo contribuyeron a un aumento de los errores laborales y al pretexto para su despido. En una empresa en la que el jefe es más un casero, donde no existen protocolos de prevención de acoso, sin relación sindical ni responsable de prevención de riesgos laborales, sin nadie a quien acudir, ni nadie que haya visto nada, E., desistió de denunciar, llegó a un acuerdo, cogió lo que se le liquidó y se marchó. Al menos el alivio de alejarse de aquella situación le compensaba la pérdida del empleo, de alguna manera».
«No conozco casos en los que no se haya perdido el trabajo finalmente. O bien porque la víctima lo abandona voluntariamente, o bien por la propia empresa» –escribió la psicóloga Lourdes Díez de las Cuevas, especialista en la atención a mujeres víctimas de éstas y otras agresiones. Con más de 30 años asesorando a quienes sufren estas situaciones a diario, anima a que se denuncien los acosos sexuales, y no solo en el ámbito laboral, sino fundamentalmente en el penal, a pesar, incluso, de que la mayoría de veces los casos son desestimados por la gran dificultad de prueba que tiene el acoso sexual en el trabajo. Aportar indicios que generen una «razonable sospecha, apariencia o presunción a favor del alegato de acoso sexual» sigue siendo una dificultad difícil de superar por las víctimas, especialmente cuando la conducta de acoso se favorece de los silencios, los miedos, las actitudes cómplices y la situación de soledad de la víctima. Denunciar, sin embargo, sigue siendo la mejor manera de enfrentar las conductas de acoso cuando se están produciendo.
El fenómeno del acoso sexual en el trabajo es tan complejo y profundo que casi seguro que alguna mujer que conoces ha experimentado este tipo de comportamientos en alguna ocasión. Tomar conciencia de que ni las mujeres, ni el resto de la sociedad, deben ni pueden seguir tolerando el acoso como «algo normal», aunque no sea legal, es parte de la solución, la otra reside en la educación para en la igualdad, en la coeducación en los espacios de socialización.
«En su nuevo trabajo, E., trabaja, y va recobrando la confianza en sí misma, y en los demás».