Cuando Erre empezó a pintar en las paredes en Zipaquirá, municipio a poco menos de una hora de Bogotá —si el tráfico lo permite—, la traba menos compleja que le imponía su familia era que una mujer no podía estar fuera de su casa luego de las siete de la noche. Es la segunda de cinco hijos, todos con talento para los números y para dibujar; ella fue la única que se animó por una vida dedicada al arte. Erre cuenta que su familia aún no termina de entender cómo es eso de que le pagan por pintar paredes o que se va a otros países a presentar su obra —un destino próximo es Los Ángeles, donde está invitada—.
Tiene 28 años y es diseñadora industrial de la Universidad Nacional. Pronto se desencantó de las posibilidades profesionales que su carrera le ofrecía, pero tomó muchos de los conocimientos para mejorar en eso que había empezado a hacer en Zipaquirá: rayar con mensajes las paredes de su pueblo. Muchos de esos mensajes que aún hace en las calles de Bogotá —desde hace tres años de forma continua y definitiva— vienen del punk; como ejemplo está Únete al desorden, que viene de una canción con el mismo nombre de la banda Eskorbuto, originaria del País Vasco.
Al punk llegó gracias a un hermano que primero le presentó el rock comercial, fue como la primera puerta que la condujo a los sonidos que más alimentan su arte. Se pueden encontrar esqueletos vistiendo chaquetas con taches, animales con crestas, mujeres con latas o grabadoras listas para armar desorden, además de las ya mencionadas frases. También se puede ver a El Chopo, su perro border collie —que tiene su propia cuenta en Instagram—, raza de la cual señala es la única border buena.
Su mamá le recordó alguna vez que cuando era más joven le decía que su sueño era andar en un jeep con un san bernardo. Erre dice que su perro de ahora es mejor. Por esos días empezaba a perfeccionar su dibujo haciendo caricaturas de los profesores del colegio, como la de una monja que enseñaba álgebra y era igual —cuenta ella— a El Pingüino, el villano de Batman. Cuando la ‘profe’ se enteró, la regañó, pero luego la buscó en el día del profesor para que le hiciera una caricatura a cada uno de sus compañeros de trabajo.
Cuando estaba terminando la carrera de Diseño Industrial en la Nacional, la necesidad de trabajar y el vivir fuera de Bogotá la alejaron de las paredes, el tiempo no le daba. Tuvo que encontrarse frente al trabajo de otros artistas urbanos para darse cuenta que no quería solo estar como espectadora o la mayoría de su tiempo, quería dejar su marca en las calles bogotanas.
Entre las cosas que cambió para mejorar está su firma. Al principio ponía Maxareta en su trabajo, un pseudónimo que surgió de la palabra ‘majareta’ —también proveniente de una canción de punk español— con una «x» adicional para que fuera Max, algo que ella considera un tanto adolescente. Luego vino Erre, por la «r» que tiene su nombre, Irma, y que un hermano decía Irrrma después de que le costara decir esa letra. Le gusta que su nombre es neutro en cuanto al género, lo cual no refuta la idea que tienen muchos y que ella refuta con curiosidad y de buena gana: Erre es hombre.
Hace unos meses, pintó una banda de punk compuesta por animales, así como una niña que lleva a su gallo entre las manos y dice en su gorro «A mi manera» —piezas de gran tamaño—, gracias a una beca que obtuvo con Idartes (Instituto Distrital de las Artes). Sin embargo, esto no significa que sólo pinte cuando le dan permiso. Ella entiende que el arte urbano también requiere de ese elemento transgresor que lleva pintar mensajes inesperados, incómodos y indeseados, como el de MásRobo, en el que junta la corrupción —uno gran problema de Colombia— con una reconocida marca de cigarrillos, para mostrarnos cómo puede padecer cáncer un país entero. Algo cercano es el caso del candidato Queca Gadota, que aparece en los carteles que ella diseñó y donde se lee claro el slogan de campaña: «Porque todos hablan mierda… ¡Pero ninguno la caga como yo!».
Por eso las prohibiciones o regulaciones establecidas por la alcaldía de Enrique Peñalosa —actual burgomaestre Bogotá— al arte urbano poco han mermado su trabajo o sus ganas. Recuerda que este año empezó pintando el primero de enero, en la madrugada, luego de recibir el 2018 en un asado con unos amigos. Ella sabe que si pintan de gris uno de los muros que ha intervenido, estará lista para ponerle arte de nuevo.
Su trabajo es bien conocido en la ciudad, en el país y en fuera de él. En 2016, trabajó junto a Toxicómano y Lesivo —miembros del colectivo Bogotá Street Art, del que Erre hace parte, además de DJLU— en la muestra de arte urbano Ahora o nunca. Las ideas son para divulgar, que hacía parte de la exposición que la Biblioteca Nacional dedicó al héroe independentista Antonio Nariño, quien a finales del siglo XVIII tradujo al español el texto aprobado por la Asamblea Nacional de Francia a comienzos de la revolución, donde se consagran los derechos del hombre y del ciudadano. A su vez, ha pintado muros del otro lado del Atlántico, en Berlín y Bremen, gracias a los contacto que ha hecho haciendo lo suyo.
Y es que ella lo que le interesa es hacer, seguir perfeccionado su arte, seguir creando y divulgando, cumpliendo con esa lista de ideas que tienen en un word de cuatro páginas en el que anota lo que se le ocurre mientras camina por la ciudad o toma con sus amigos unas cervezas. Mientras esto ocurre, los caminos se van mostrando: así llegan personas interesadas interesadas en comprar una pieza suya o aquellas que quieren llevarla a otra ciudad a que pinte en sus paredes.