«Solo comprendemos aquellas preguntas que podemos responder»
(F. Nietzsche)
Una discusión, que pudiéramos calificar de bizantina, se viene suscitando en Chile desde hace un lustro, acerca de la conveniencia de eliminar la asignatura de Filosofía, tanto de la Enseñanza Media como de institutos de capacitación técnica. Sí, apreciado lector, polémica asaz inútil, porque las autoridades educacionales tomaron hace más de una década la decisión de suprimir esta cátedra, cuyo destino incierto permitió que se mantuviera por algunos años como «ramo optativo», sin ninguna incidencia en el currículo ni menos en las calificaciones de promoción. Cosa parecida ocurrió con otra asignatura, la Educación Cívica, también defenestrada (descatedrada, debiéramos decir). Los pragmáticos ideólogos del presente han propuesto borrar pronto el ramo de Historia Universal (dejarán el sucedáneo de la crónica ilustrada de Chile, para no segar por completo los hilos de la memoria).
La cátedra de Castellano, que se impartía aquí con el pomposo nombre del idioma imperial español, fue reemplazada por Lenguaje, denominación menos «invasiva», considerando las virtudes de una docencia más directa y utilitaria, puesto que necesitamos la herramienta de comunicación básica en la lengua que «heredamos de los conquistadores torvos», según expresara Neruda. El ramo lingüístico matriz ha ido prescindiendo, paulatinamente, de las lecturas de los clásicos, reemplazándolos por autores más «coloquiales» y «modernos». Se descartan los paradigmas anacrónicos y se recurre a escribas noveles y actualizados. Toda una innovación.
Estos acontecimientos cabe apreciarlos desde la perspectiva ideológica que hoy prevalece: el neocapitalismo de rango salvaje, cuyo principal exponente planetario bien pudiera ser nuestro país, donde campea por sus fueros, quizá como en ningún otro lugar del orbe. Entonces, no es ociosa ni vana la pregunta: ¿Para qué nos sirve hoy la Filosofía? ¿Qué objeto tiene su enseñanza? ¿En qué áreas de la productividad y los servicios puede significar un beneficio para las nuevas generaciones? El mismo destino inútil corresponde a la mentada Educación Cívica y a la mismísima Historia. Tal vez no se ha pensado aún en eliminar las artes: música, pintura, literatura y otras, puesto que cumplen un papel, secundario pero útil, de entretenimiento y dispersión.
Cuando iniciaba la escritura de esta crónica, recibí un correo de mi amigo Martín López Corredoira, físico y filósofo español (gallego, para mayor abundamiento), investigador titular en el Instituto de Astrofísica de Canarias, miembro del Círculo de Filosofía de la Naturaleza, a propósito de un debate en torno a la vigencia de la filosofía en el mundo de hoy. Extraigo de su epístola cibernética (con su anuencia previa) las consideraciones que me parecen pertinentes:
«Ser filósofo comprende un gran abanico de posibilidades dentro de una actitud común, que es el interés por el pensamiento y el conocimiento; ser filósofo es ser amigo del saber…».
Y cómo no recordar aquellas definiciones que aprendimos en la secundaria, en esas apasionantes clases que impartía una profesora que sentíamos entonces como maestra, cuando citaba a Cicerón: «Filosofía es, según la etimología de la palabra, el amor a la sabiduría, y la sabiduría, según la tradición de los antiguos filósofos, es la ciencia de las cosas divinas y humanas y de los principios que las informan»; o a Blaise Pascal: «La Filosofía es el esfuerzo que necesariamente hace el espíritu humano para condensar, en un todo ordenado y coherente, sus ideas sobre el hombre, el mundo y Dios». Invitación a pensar, desde el afecto y la empatía, con lo que somos y queremos ser. Inolvidable.
En el segundo acápite del correo, López Corredoira pone el dedo en la llaga, con su estilo directo y desenfadado, a ratos vehemente, lo que pudiera ser una limitación para reflexionar sobre temas filosóficos; pero, si fuera por eso, qué diríamos de Nietzsche o de Kierkegaard o de Marx. Martín opina, apostilla con el estilete de la palabra:
«La ‘muerte de la filosofía’ es una expresión metafórica. Obviamente, sólo hay muerte en seres biológicos cuando termina su vida, pero puede extrapolarse el concepto a visiones sociológicas o culturales. Usualmente, se refiere uno a la muerte de una actividad cuando ya ésta ha dejado de tener la relevancia y la viveza que ha tenido en otros tiempos… Decir que la filosofía está muerta no quiere decir que nadie se dedique hoy en día a filosofar, o a mercadear con ideas filosóficas en entornos universitarios, no. Más bien se refiere a que ya no se esperan nuevas revoluciones ideológicas auspiciadas por filósofos; ha dejado de ser un elemento ‘vivo’ de una cultura, para quedarse en círculos académicos cerrados, donde se la estudia como quien estudia los cuerpos embalsamados de los faraones egipcios. Hoy, queramos admitirlo o no, se espera más de la ciencia que de la filosofía… Ya no son los filósofos los que engendran cambios en nuestra sociedad o tienen poder de influencia en ella. Ya los reyes o dirigentes políticos no tienen a su lado a filósofos como consejeros, ya no se nutren de aquéllos las élites culturales… sino que los nuevos gurús de esta sociedad están más relacionados con economistas, informáticos, científicos especialistas e individuos de otras profesiones técnicas, y algún guiño filosófico a lo Hawking es lo máximo que llega a trascender».
Dentro del permanente diálogo, establecido sobre todo en Internet, entre los miembros activos del Círculo de Filosofía de la Naturaleza, destaca la participación alerta de su director, Miguel Espinoza, quien refuta a Martín con los argumentos que paso a transcribir:
«Esta última afirmación, Martín: "Ya no se esperan nuevas revoluciones ideológicas auspiciadas por filósofos, ha dejado de ser un elemento "vivo" de una cultura para quedarse en círculos cerrados académicos donde se la estudia como quien estudia los cuerpos embalsamados de los faraones egipcios" es arbitraria, no considero que se imponga.
»Antes de la aparición, p.ej., de Platón, de Descartes, de Hegel, de Marx, de Husserl, o ahora de A.N. Whitehead, de Heidegger o de René Thom, muchísimas personas estaban convencidas de que ya no había nada que hacer, que la filosofía estaba muerta. La historia de la filosofía enseña que la creencia en lo moribundo de la filosofía se aplica en ciertos momentos a todas las épocas. La aparición de un verdadero pensador es un evento raro. Salvo excepción, en cada siglo se pueden contar con los dedos de una mano.
»Imposible estar de acuerdo con esta otra afirmación, Martín: "Ya no son los filósofos los que engendran cambios en nuestra sociedad o tienen poder de influencia en la sociedad". Mencionas la dimensión política. Precisamente, muchos países desde fines del siglo XIX y durante el siglo XX se reclamaron de Marx. Ha sido éste el autor de filosofía política más influyente del último tiempo. Y hoy, desgraciadamente, tanto Europa como muchos países de las Américas están dominados por la ideología filosófica y política utilitarista, ultraliberal y pragmática. Y es esta ideología filosófica la responsable, te cito, "de que los nuevos gurús de esta sociedad están más relacionados con economistas, informáticos, científicos especialistas y otras profesiones técnicas". La ideología es una ética, un sistema de valores. Ahora bien, como no hay sociedad sin sistema de valores, no existirá nunca una sociedad sin filosofía…
»Respecto de la ciencia, es una de nuestras actividades más preciosas; pero si se la rebaja al estatus que el neopositivismo y el pragmatismo le dan, llega a ser un océano de insignificancia y pierde su valor espiritual y cultural. Lo valioso es el continuum ciencia-metafísica, la filosofía de la naturaleza, es decir la búsqueda de inteligibilidad».
Por supuesto, cada época posee un ideario filosófico que respalda el quehacer humano; la nuestra, pragmática, materialista y globalizada, también cuenta con él, aunque sea sólo para refrendar sus presupuestos básicos –incuestionables hoy para quienes administran el poder y para sus corifeos-, vale decir: el aumento a todo trance de la productividad económica, sustentada en el emprendimiento progresivo bajo la libertad irrestricta de mercado.
Encabalgados en el tercer milenio, se nos dice y pregona que no existe un sistema socioeconómico superior al neoliberalismo para el pleno desarrollo de la vida humana; que sus imperfecciones son corregibles, siempre y cuando no intentemos enmendarlas a través de modelos, no ya dudosos, sino históricamente fracasados, como el socialismo soviético y como los más recientes ensayos fallidos de Cuba y Venezuela.
Es verdad, amigos Miguel y Martín, que yo escribo desde esta larga y enjuta isla llamada Chile, no inmerso en la realidad española o francesa, como ustedes. Mi ámbito de oficio no es la Filosofía, pese a que me acerco a ella con la expectación de un neófito curioso. No obstante, desde la literatura el panorama no es más optimista, pese a la porfía de muchos escribas que perseveramos en esta actitud cada vez más solitaria. Creo entender la posición crítica y desencantada de Martín, la que comparto, a partir del rumbo equívoco en que navega la barca escorada de la educación chilena, proscribiendo de las aulas juveniles la enseñanza de la Filosofía… y de otras asignaturas que consideramos parte sustancial de las Humanidades, pues el prurito de razonar y crear desde el venero de la memoria se incentiva y fortalece en la escuela, máxime cuando ello no ha sido posible en el hogar.
Pero si todo el esfuerzo educativo se orienta y estructura hacia los dogmas feroces de la productividad capitalista, el resultado no podrá ser menos deplorable. Lo venimos apreciando en Chile, desde hace cuatro décadas. Lo sucedido con la academia quizá sea su ejemplo más patético. No ha mucho, comentábamos con Martín que, en la patria de Gabriela Mistral, de Pablo Neruda y de Jorge Millas, era más fácil fundar una universidad que abrir una tienda de ultramarinos. Así, el estudiante devino en cliente, el maestro en preparador técnico y el director en gerente de ventas. La solvencia económica o capacidad de pago se instaló, junto con el lucro, en el lugar de la aptitud académica.
¿Hay en Chile pensadores haciendo filosofía? Por supuesto que sí. Pero no gravitan en la sociedad, pues los poderes prescinden de su concurso –como bien apunta López Corredoira refiriéndose a un espectro más universal-. Se opta, en cambio, por sustitutos utilitarios para aplacar la angustia existencial del ciudadano común, dirigidos a encauzar voluntades hacia logros tangibles que corroboren el bienestar consumista. Como base esencial para la enseñanza de la Filosofía, el maestro Sócrates procuraba suscitar en sus discípulos «el júbilo de comprender». Muchos siglos más tarde, Goethe escribiría: «Sin entregarse al amor por las palabras no será posible crear una literatura perdurable».
Miguel Espinoza parece resumir estos afanes de trascendencia cuando escribe:
«En este círculo de reflexión, lo que nos concierne de más cerca es la filosofía de la naturaleza, expuesta muchas veces en 'Scripta Philosophiae Naturalis' y en los simposios, a los cuales participan y asisten no sólo los miembros del círculo. Puesto que somos un centenar de académicos activos, se empieza a reconocer en nuestros escritos y enseñanza, una contribución al renacimiento de esta actividad que se consideraba muerta –la filosofía de la naturaleza-. Se entiende entonces que quienes estamos despiertos reaccionamos cuando se declara la muerte de aquello en lo cual pensamos día y noche».
Paciente lector, hago votos porque ni tú ni yo, en el sobresalto existencial de cualquier duermevela, nos preguntemos, azorados:
¿Filosofía, para qué?