Desde la creación de las dos Coreas allá por 1948 se podría decir que el régimen norcoreano de los Kim (Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un) ha sido una de las piedras más molestas que los estadounidenses han portado en su zapato. El régimen norcoreano ha sido la asignatura pendiente de todos los hombres que han ocupado la Casa Blanca, pues no en vano la Guerra de Corea fue uno de los primeros conflictos de la Guerra Fría y a día de hoy –casi treinta años tras la caída del Muro de Berlín- las relaciones entre Corea del Norte y EEUU no han mejorado ni un ápice.
Diplomacia de plató
El pasado jueves 8 de marzo, el presidente de EEUU Donald Trump aceptó la invitación de Corea del Norte para reunirse con su líder, Kim Jong-un, para negociar su programa nuclear. Una decisión sin precedentes por parte del presidente estadounidense. Esto ocurre después de que aparentemente haya habido un incremento en las hostilidades entre ambas naciones y se haya planteado la posibilidad de una guerra nuclear hasta el punto de que Trump dijese el pasado septiembre en la cumbre de la ONU que al régimen norcoreano «no le quedaba mucho tiempo por aquí».
Además de esto, ambos líderes se han estado intercambiado todo tipo de cumplidos: Trump ha regalado a Kim Jong-un adjetivos como «short and fat» y «rocket man» mientras que el líder norcoreano le ha respondido con lindezas del tipo «old lunatic» y «Dotard» -mezcla de Donald y retard-.
A pesar de todo ello, Donald Trump y Kim Jong-un han acordado reunirse en persona presumiblemente el próximo mes de mayo. No hay negociaciones previas ni expectativas de que vaya a producirse ningún acuerdo, pero por primera vez el presidente de EEUU y el líder de Corea del Norte se van a sentar a hablar frente a frente. En lo que parece un giro de los acontecimientos ambos líderes han dejado de lado los insultos de patio de colegio y ahora se sienten con ganas de charlar, pero la verdad es que no es algo tan de extrañar. Ambos líderes tienen fácil el irse para casa con una victoria de cara a sus respectivos pueblos. Por un lado, Trump se jactará de que sus habilidades negociadoras -de las que tantas veces ha presumido- sumadas a su autodeterminación y mano dura han conseguido que Corea del Norte ceda finalmente en sus pretensiones nucleares. Por su parte, Kim Jong-un se mostrará ante los suyos como el líder que al fin ha conseguido que el país más poderoso del mundo occidental les reconozca su estatus de nación soberana.
A ver si no llueve ese día
Sería lógico por parte de ambos líderes el pensar que a poco que consigan con este encuentro será un éxito para ambos, tampoco tienen que ceder mucho, basta con que acuerden reunirse otra vez y el mundo verá ese acto como un acercamiento sin precedentes que pueda suponer un cambio en un escenario que ha permanecido inmóvil durante los últimos setenta años. En el caso de Kim Jong-un se podría esperar que llegará a esa reunión con la actitud de conseguir fácilmente un triunfo. En el caso de Donald Trump se podría pensar que todo depende de cómo se levante esa mañana o si se ha desatado un nuevo escándalo en su gobierno, pero extremadamente tonto tendría que ser para desperdiciar una ocasión que le permitiría mejorar notablemente en las encuestas, y a Donald le encantan las cifras, como demostró tras su ceremonia inaugural. Lo que sí hemos visto es la relación ‘diplomática’ más extraña de los últimos tiempos. Hemos escuchado a un presidente estadounidense poner motes al líder norcoreano y viceversa como si de unos adolescentes se tratara y luego ver un acuerdo para un encuentro sin precedentes. Es como si nada importara y solo hiciese falta seguir adelante con lo que sea, lo que se dijo ayer ya se ha olvidado de la misma manera que se olvidará lo que se diga mañana al día siguiente. Es diplomacia de timeline en la que los hechos sucederán en función de cómo se levante el día.