¡Cómo nos atan al sofá las páginas de la literatura cuando contienen mensajes encriptados, o las que tienden al lector celadas en las que puede caer… o resistir!
Otras usan datos que pueden ser reales, por ejemplo de personas, y también de pueblos (Macondo, cambiando el nombre a la original Aracataca; Comala, aunque en la realidad no sea igual que en la novela); y, así, confunden nuestro eterno deseo de ir a ver de cerca el lugar donde se ubica el relato.
Mucho antes, Cervantes habla de «un lugar de la Mancha». ¿Usted sabe cuál es?
Por siglos, los fervientes lectores aspiraron a conocer dónde exactamente está el renombrado lugar, seguramente para llegar a él a través de un buscador especializado, ver fotografías o, mejor, ir de visita en persona.
¿Y si se tratara meramente de un pueblo imaginario y nada más? El autor pudo mantener a medio mundo, a través de los siglos, buscando un punto que nunca existió.
Pero no. De que existió, existió. El propio Quijote lanza el reto, al final, de a ver quién da con el lugar, pues lo escondió bien durante toda la narración:
«Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo nombre no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero».
Unos paisanos del escritor se pusieron a trabajar duro, y, por fin, dieron con el encriptado sitio. Fue un grupo de investigadores en ciencias sociales comandado por Francisco Parra Luna.
Apenas en este siglo –no en este año- de los 400 de muerto Cervantes, se ha sabido dónde está el punto geográfico más célebre de una de las más grandes literaturas de la historia.
El material que manejaron fue doble. Por una parte, se enlistaron sin faltar ninguna las múltiples características del sitio mencionado por Cervantes; por otra, se hizo una lista de los pueblos que podrían llenarlas. Se cruzaron ambas para encontrar en cuál pueblo había más coincidencias. Ese fue el trabajo en lo general.
Prosiguió la investigación, ya con un método topográfico. Es fascinante. En él están las velocidades promedio/día de Rocinante y Rucio, los recorridos emprendidos, sus interrupciones (para comer, dormir o por alguna acción expuesta en la novela), y las distancias entre los puntos geográficos mencionados en la obra. Ya antes hubo quien hizo simulacros de recorridos a la manera del caballero y su escudero leal, es decir: semejantes cabalgaduras, semejantes pesos en ellas, tipos de superficies, climas, etcétera, repitiendo con máxima fidelidad lo que habrían tardado los dos personajes en ir de un lugar a otro.
El mismo hidalgo dice que el lugar de la Mancha está a tal distancia de un pueblo, y así de los demás, y no cesa de orientar o despistar al lector curioso.
Con todo lo anterior se concluyó que el lugar que buscaban tenía que estar en el centro del campo de Montiel («Y comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel. Y era verdad que por él caminaba»; esa es una cita entre tantas, que menciona la extensión que –a diferencia de Comala- sí tiene su correspondencia con la realidad).
En ese momento se trazó un triángulo tocando tres posibles pueblos. Se hicieron cálculos de distancias y tiempos de recorrido para ver en cuál de ellos se confirmaban más esas posibilidades; todo a la luz de las referencias del libro tomadas aquí como indicios útiles para confirmar lo que se perfilaba.
Uno de los lugares superó sin dejar duda a los otros dos.
Ese pueblo es Villanueva de los Infantes, capital del Campo de Montiel, perteneciente a la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha, al que don Quijote se refiere como «En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme (…)», sentando, con el relato que esa frase entrañable anuncia, y para siempre, las bases de una de las lenguas más bellas del género humano.
Notas al pie
Extraña saber que Villanueva de los Infantes en 2015 contaba 5.000 habitantes; la mitad que en 1950, en que rondaba los 10.000.
Medio mundo ha hecho estudios sobre la ubicación real del pueblo del Quijote. Ninguno tan científico como el que nos ha ocupado, sin embargo, les persigue este juicio: que parten de ideas preconcebidas, como la de hacer por que la patria chica de quien investiga acabe siendo el emblemático sitio. A Luna Parra se le reprocha, precisamente, por ser oriundo de Villanueva de los Infantes.