«El silencio es un trato con el maltrato»
Que hasta en las más nobles causas se esconden, se infiltran y hasta se emboscan depredadores sexuales es una realidad innegable, por mucho que se la trate de disimular. Hace nada, ayer o antes de ayer mismo, nos dejó sin resuello la infame conducta de explotación sexual, acoso e intimidación llevada a cabo por algunos dirigentes y cooperantes de Intermon Oxfam, sobre mujeres supervivientes del devastador terremoto de Haití de 2010. La investigación de The Times reveló la práctica de ocultación realizada por esta organización humanitaria, consistente en zanjar el asunto con medidas de carácter interno, permitiendo la dimisión o mediante el despido del personal implicado. Algo parecido ha ocurrido con otras ONG dedicadas a la ayuda humanitaria, que se han apresurado a confesar comportamientos de abuso, excesos y arbitrariedades de algunos de sus miembros hacia las personas que debían amparar y proporcionar esperanza. Que en quien se confía para socorrer a víctimas de un cataclismo abuse de mujeres, niños u hombres en situación de absoluta vulnerabilidad, que se aproveche de su desesperación para conseguir favores sexuales y que además utilice para ello el dinero de la solidaridad de miles de personas, resulta repugnantemente desolador.
Un cooperante, un médico, alguien que nos tiende su mano con comida o manta, cualquier persona que nos auxilia en la desesperación de haberlo perdido todo y conservar la vida por los pelos, es lo más parecido a un ángel de la guarda de carne y hueso. En situaciones límites de supervivencia, el agradecimiento que nos proporciona quien nos da agua o comparte su plato de macarrones, quien nos ayuda a levantarnos y seguir con la vida, establece un vínculo de confianza y de creencia muy profundo en la persona socorrida. Las víctimas de catástrofes naturales, de guerras y de exilios ven a estas personas responsables de protección y asistencia como héroes, invisibles para nosotros, pero palpablemente bienhechores para quienes viven al límite de la vida. Sin embargo, entre la mayoría de estos salvadores anónimos, se confunden algunos «ángeles» que esconden una perversidad silenciosa de explotación y abuso sexual.
La falta de control preventivo en muchas de las organizaciones humanitarias sobre el abuso sexual en la distribución de la ayuda o la contribución al mercado del sexo local con recursos de emergencia desviados, contribuye a la explotación sexual de género. En muchas crisis humanitarias las cartillas de racionamiento han tenido un coste sexual para muchas mujeres. Durante los primeros meses de emergencia por un desastre natural, los casos basados en violencia de género aumentan tanto en el seno familiar como fuera de ella (Sanz y Tomás, 2012). La explotación infantil en momentos de conflictos y catástrofes destapa el lado más ruin de algunos adultos. Conforme a un informe de UNFPA (Fondo de la Población de la ONU), en 2013, las niñas y mujeres jóvenes tienen hasta 14 veces más probabilidades de morir de hambre o abandono en un desastre natural. Son ellas las que disponen de menos poder para garantizarse seguridad, alimentos y acceder a un rescate. De ahí su enorme vulnerabilidad a situaciones de explotación y abuso sexual. El perverso ángel de la guarda conoce bien esta realidad. Como lucifer, estos depredadores, mayoritariamente hombres, saben brillar en la desesperación. El abuso sexual perpetrado por mujeres es un tipo de abuso difícil de catalogar. Es frecuente que en estos casos las agresiones tengan lugar en la relación sexual de adolescentes con mujeres adultas iniciados con consentimiento. Algunos estudios (Jarrett, 2017) apuntan a un aumento considerable de mujeres que comenten acciones de maltrato, acoso y abusos.
Parecería lo que no es, considerar al abusador sexual en este contexto de la ayuda humanitaria en zonas devastadas donde impera la calamidad por doquier, como alguien que actúa por insatisfacción sexual o por un deseo sexual insaciable, patológico, similar al de algunos violadores. Parecería lo que no es, no comprender que no se trata de individuos con una personalidad extraña. Existen casos de abusos sexuales perpetrados por alguien con trastorno de personalidad antisocial, o violaciones realizadas por psicóticos y maníacos; pero creo compartirán conmigo, que la presencia de estos trastornos entre las filas de trabajadores humanitarios, es, en todo caso, excepcional y ni mucho menos justificaría las decenas de casos de los que tenemos noticias. Los agresores sexuales y los que contribuyen al mercado del sexo de supervivencia son capaces de juzgar correctamente la situación y saben qué están haciendo. En general, estas personas no despiertan desconfianzas, ni levantan sospechas. Por el contrario, gozan de una reputación intachable. El carisma del trabajador humanitario casi le otorga un aura de integridad personal. Para la mayoría de las mujeres, niñas y niños que sufren abusos sexuales, quien ejerce esta acción perversa, es persona conocida, admirada y en la que se ha depositado la mayor de las confianzas.
En efecto, el perverso ángel de la guarda, como cualquier otro abusador sexual en contextos diferentes, se caracteriza por su cercanía. Utiliza la seducción gradual y el convencimiento, no carece por completo de empatía y transmite seguridad. La sugestión psicológica es una aptitud que domina. Manipular a alguien en un contexto catastrófico, aprovechándose de su debilidad física y psicológica, es un ejercicio de abuso de poder, que cometen estos individuos porque se creen superiores. De ahí que resulte manifiesto y necesario, que para descubrir y denunciar la conducta deshonesta de un miembro de una organización de ayuda humanitaria hacia las personas que ha venido a proteger, o hacia la organización que representa, no busquemos indicios de su conducta deshonesta en su necesidad sexual, sino en sus ansias de poder.
El hecho de que las víctimas tarden mucho en denunciar, porque lo urgente es sobrevivir, existe ruina y vacío legal, y la corrupción se extiende como la metástasis de un tumor, facilita que la percepción de impunidad del agresor sea superlativa. Más allá de que las víctimas no se callen, los gobiernos y comunidades, la sociedad civil de las zonas afectadas por catástrofes y las entidades y organizaciones humanitarias que acuden en socorro de las personas damnificadas, son responsables de promover mecanismos de defensa y de denuncia efectivos, que permitan a las víctimas una salida de la situación de abuso sexual.
Las heridas que infringe el abuso sexual son profundas, sus cicatrices pueden no cauterizar jamás. Donde hay carencia de todo, el apoyo social y emocional a las víctimas de maltratos y abusos se hace tan necesario como el arroz.