En apenas dos semanas, la guerra de Siria entrará en su octavo año de existencia. Más de 500.000 muertos, 4 millones de desplazamientos internos y 6 millones de refugiados en el exterior desde los primeros levantamientos el 15 de marzo de 2011. La verdadera gran tragedia de la humanidad en lo que llevamos del siglo XXI. Y la batalla no cesa. A pesar de la casi destrucción del Daesh, las posibilidades de que el conflicto se descomponga y se descontrole son importantes.
El mal menor
Una vez parece que se estima que al Daesh le quedan «dos telediarios», continúa el problema del futuro de Siria. Tras ocho años de conflicto, una generación perdida y la pervivencia en el poder del hombre que comenzó todo, Bachar Al-Assad, al usar la fuerza contra sus compatriotas, los problemas se acumulan para lograr la viabilidad de la futura Siria.
Frente al potencial mortífero del Daesh, Assad pasó a ser considerado un mal menor y necesario. Sin embargo, ahora que la neblina no es tan espesa, los focos vuelven sobre el dictador. Su relación estrecha con Irán y organizaciones como Hezbollah, también vinculados al régimen de los ayatollah, es vista con recelo por Israel, Arabia Saudí y Estados Unidos, principales enemigos de Irán y temerosos del poder regional del régimen iraní y sus aliados tras sobrevivir a la encrucijada. Pero cada uno de ellos lucha, asimismo, contra otros enemigos.
La hidra y sus múltiples cabezas
El más beligerante de todos los actores recientemente ha sido Israel, que comparte frontera con Siria en los conocidos Altos del Golán, meseta siria ocupada por los israelíes en 1967. Ante el anuncio del grupo armado Hezbollah de lanzar una tercera intifada contra el Estado de Israel, éste ha decidido no dejar ningún resquicio para que esto ocurra. Sus objetivos, por el momento, han sido diferentes plantas de armamento, misiles y armas químicas. No es la primera vez, ya que durante los ocho años de la guerra, la aviación israelí ha bombardeado en más de un centenar de ocasiones arsenales y convoyes de transporte de armas de Hezbollah en territorio sirio.
Sin embargo, ahora que «el principal enemigo» ha sido derrotado, la beligerancia de Israel encuentra cada vez más detractores. Los máximos dirigentes del Líbano, país que también hace frontera con Israel y contra los que libró una guerra en 2006, están sopesando «las amenazas de Israel, que suponen una amenaza para la estabilidad». Asimismo, la tensión se eleva en las relaciones entre rusos, abiertamente defensores de Bachar Al-Assad y cómplices con Irán y Hezbollah, y los israelíes. Diversos incidentes entre cazas rusos e israelíes en territorio sirio provocaron que Putin invitara a Netanyahu a una reunión por séptima vez en menos de dos años, para lavar los trapos sucios e «intensificar nuestros contactos» ante la «complicada situación en la región».
Pero este no es, ni mucho menos, el único desentendimiento en Siria. Por otra parte, Estados Unidos, que ha mostrado públicamente su apoyo a Israel en su lucha contra Hezbollah, y por tanto contra Irán, mantiene tensiones evidentes con Turquía sobre el asunto kurdo. El país norteamericano encontró en las milicias kurdas del noreste de Siria su principal aliado en la lucha contra Daesh; Turquía, que cuenta en su propio país con una minoría kurda muy importante, considera al brazo armado de los kurdos sirios (YPG) aliado del grupo armado de kurdos turcos (PKK), que han perpetrado diversos atentados en los últimos años en Turquía. Por ello, desplegaron recientemente a una importante tropa de milicianos progubernamentales para combatir a los kurdos sirios, que ha encontrado un contraatque por parte de Estados Unidos en defensa de sus aliados, y con ello, una escalada de tensión muy importante.
Sin esperanzas
Por último, nos encontramos con unas negociaciones de paz estancadas y con un Bachar Al-Assad reforzado que quiere aprovechar las circunstancias de los diferentes conflictos dentro del puzzle sirio para eliminar a los rebeldes que «osaron» alzarse contra su Gobierno. Los bombardeos de fuerzas del régimen sobre Gutha Oriental, cercana a la capital Damasco, y sobre la provincia de Idlib se intensifican. Los rebeldes no están unidos y se agolpan junto a grupos islamistas y otros cercanos a Al Qaeda, mientras más civiles siguen muriendo a causa de las bombas.
Del mismo modo, esta apertura de frentes ha permitido a Daesh reagruparse en el desierto de la frontera entre Siria e Iraq, desde donde podrían lanzar emboscadas contra las fuerzas sirias o kurdas, y ataques terroristas en las ciudades, como ya ha ocurrido en Irak. Además, otros combatientes que han conseguido huir de los ataques coordinados de las potencias occidentales, ahora buscan refugio en el Sinaí o un paso a través de Turquía para llegar a Europa y seguir sembrando el caos.
Ya ocurrió en Libia, y en Siria puede que sea incluso peor. Una vez más, la falta de planificación y la mezcla de intereses geopolíticos siguen arrastrando por el barro las esperanzas de los millones de sirios que han huido y esperan poder volver alguna vez a lo que alguna vez fue su casa, a lo que alguna vez conocieron como vida.