Como la mayoría de ustedes ya sabe, usar el primero de enero como comienzo del año es una decisión cultural y arbitraria. Por ejemplo, podríamos comenzar un nuevo ciclo cuando la Madre Naturaleza nos traiga la primavera y las flores y las plantas broten del suelo en barbecho. Sin embargo, esta renovación se produce, en diferentes épocas del año, en diferentes climas, por lo que quizás, para llegar a un consenso, lo mejor sería elegir, por acuerdo mutuo, una fecha al azar. Para evitar las negociaciones, hemos acordado usar el calendario romano/cristiano. Entonces, cada primero de enero comenzamos año. Olvidémonos de los detalles de esta elección y aceptemos que es una costumbre aceptada casi universalmente, aun combinándola con los calendarios budista, hebreo u otros. En esa fecha, tenemos celebraciones en todo el mundo.
También existe la costumbre omnipresente de hacer resoluciones de Año Nuevo. Tengo la impresión de que la mayoría de estos, en los cualquier pais, involucran mejorar la salud y perder el peso. «Voy a hacer más ejercicio», nos decimos, «y a comenzar una nueva dieta o ir a la cita con el médico que hemos pospuesto». También habrá una serie de promesas de «seré más amable, más agradecido y trataré mejor a los demás». Y muchas esperanzas de «encontraré mi alma gemela o al menos, este año, un compañero/a».
Para la mayoría de nosotros, estas resoluciones duran unos días o tal vez unas pocas semanas, tal vez hasta que expire la membresía del gimnasio, aunque eso suele ser mucho después de que ya dejamos de hacer ejercicio. Hay una razón muy sencilla y muy humana para estos lapsos y está en nuestra constitución psíquica y no en nuestras debilidades. Es casi imposible hacer una resolución, cuya motivación dure 365 días. No es realista y ni siquiera es humano. Ninguna forma de psicoterapia, sin otra intervención, intentaría un cambio de comportamiento que dure tanto tiempo. En cambio, ¿por qué no probar una alternativa que reconozca cada día como una oportunidad para un nuevo comienzo, dándonos la opción de despertar y vivirlo con plena conciencia?
Estoy absolutamente convencida de que la conciencia plena se ha convertido en una receta cultural para casi todo lo que nos aqueja emocional o espiritualmente. Hay tantos grupos en los que practicar la meditación de plena conciencia que ni siquiera pude contarlos. De hecho, unirse a dicho grupo puede ser una Resolución de Año Nuevo para muchos de nosotros. Algunos, incluso, nos quedaremos por varios meses y otros por más tiempo.
Quiero hacer una propuesta más simple y alternativa. Plena conciencia no requiere una práctica grupal u horas de meditación. De hecho, puede comenzar con un ejercicio simple de uno o dos minutos cada mañana. El primer y más importante paso es simplemente darse cuenta de lo que uno siente. Fíjate cuando despiertas cómo te sientes y observa la habitación y las personas que te rodean. Ten en cuenta que te han regalado otro día de una vida preciosa. Luego, haz tu plan para la próxima hora o para todo el día. Cuando estés pensando en cómo gastar tu dinero o cómo buscar una nueva carrera, considera algo aún más valioso: ¿Cómo vas a pasar este día que se te ha otorgado? Si lo analizas bien, este podría ser el último día que te queda. Si fuera así, ¿sería sobre dinero con lo que te gustaría acabarlo?
Es triste especular sobre el gran número de personas que pasan sus horas, sus días y sus vidas enteras en automático. Si estás así y te cuesta ponerte a pensar un día entero sobre lo que sientes y tienes a tu alrededor, pues, empieza con una sola hora y hasta con solo un minuto. Esta tarea es algo que la mente / corazón humano puede hacer. Esta es tu única vida. Por tu bien, préstale atención.