Para ese negocio organizamos una sociedad mercantil: Producciones Quetzal, S.A., con J.M. como Presidente y Director Ejecutivo, y yo como Gerente Administrativo. Alquilamos el chalet «San Rafael», e instalamos allí una sala de filmación, con cámaras, pantallas y toda clase de parafernalia, salón social, dormitorios y otras dependencias. El costo total de los filmes era de 50 dólares cada uno, incluyendo el envío al D.F. de México para su procesamiento y retorno antes de diez días hábiles.
¡Nosotros vendíamos los cortos por el inverosímil precio de 900 dólares cada uno! Los interesados lo aceptaban gustosamente, sin cuestionarlo. Y el éxito fue inmediato y nos abrumaron los constantes pedidos, para propaganda de escuelas, carreteras, puentes, del gobierno, y productos de la industria como los de la fábrica de licores y otros. No nos dábamos abasto para cumplir puntualmente con tantos pedidos. ¡Teníamos en nuestras manos una verdadera mina de oro!
Durante varios meses logramos acumular ingentes sumas de dinero provenientes de aquella inesperada bonanza. El trabajo era exigente, arduo, pero evidentemente promisorio. Especialmente al observar el monumental e inagotable crecimiento de nuestras cuentas bancarias.
Quién podría imaginarse razonablemente que, al final de aquel venturoso año, Juan Miguel me confesara que estaba por terminar le escritura de un guion para el largometraje de sus sueños y que estuviéramos listos para su pronto rodaje. Yo quedé estupefacto, pero conociendo ya bien a J.M. y sus ambiciones, además de su predilección por privilegiar su idealismo, ausente de ideologías foráneas, sobre el dinero, cualquiera que fuese su extraordinario monto, como el nuestro, apetecible sin miramientos por la inmensa mayoría de seres humanos, no quedaba otra alternativa que embarcarnos en el montaje de semejante obra, sin pérdida de tiempo.
Mi única «sugerencia» para J.M. fue que yo aceptaba su ofrecimiento de que me encargara del cargo de productor si él estaba de acuerdo con que también yo asumiera la gerencia financiera, porque con el correr del tiempo me había dado cuenta de que el dinero era para él simplemente un vehículo carente, a menudo, de conciencia y verdadero valor humano. Todo fue aceptado como siempre, cordial y amigablemente, diciéndome «gracias por todo, señor Chacón». Curioso dato este de «Sr. Chacón», ya que desde el momento y día en que nos conocimos, siempre, sin excepción, se dirigió a mí de esa manera. A veces pensaba yo que la razón podría ser que me consideraba mayor que él, aunque lo dudo, porque sí, soy mayor que él, pero por un día solamente: nací el 19 de octubre de 1921 y J.M.M. el 20 del mismo mes y año.
Creo que muchas personas que conocieron a J.M. en aquellos tiempos pensarían, al escucharlo expresar sus pensamientos y sus objetivos, la erudición de que ya entonces disponía y su impactante carisma, que tenia por delante un excepcional futuro, más allá de lo usual, pero dudo que alguien pudiera imaginar, acertadamente, la brillantez , magnitud e inigualable desarrollo y superación personales que fue adquiriendo paso a paso, y que lo erigieron como lo que llegó a ser, un personaje de impresionantes características y demostraciones intelectuales, académicas y literarias que lo colmaron de merecida fama mundial. Al constatar esos logros y recordar lo mucho que aprendí de él, me llega a la mente lo que Nietzsche mencionó repetidamente en su libro Así habló Zaratustra: «la voluntad del poder», que intuyo J.M . abrigaba íntegramente en su personalidad desde un principio, acaso sin estar plenamente consciente de ello.
Continuamos, por supuesto, con el negocio de los cortos, pero con menos intensidad, pues era necesario comenzar con toda clase de arreglos, planes y proyectos relativos al filme, y contando ya con el guion, la urgencia tomaba prioridad exclusiva. Por cierto, al leer el guion me contagié inmediatamente del entusiasmo y dedicación de J.M. por su sueño dorado que estaría a punto de realizarse y sobre todo, manteniendo vigente mi eterna admiración por aquel magnífico adalid de la aplicación irrestricta de la justicia , en todos los ámbitos de la naturaleza humana, sin distinción de clases. Requisito tan descuidado, casi inexistente y manipulado al sabor y capricho de quienes pretendían mantener en la ignorancia a las masas desposeídas –y aun hoy también--, para lograr votos que los eligieran en cargos productores de ganancias espurias. Pero, parafraseando al gran Pablo Neruda, en su célebre Poema 20, y la conciencia cae al alma como al corazón la justicia.
Muy difícil, siento yo, emprender la tarea de escribir este historial sin antes haber intentado una relación histórica del arquitecto responsable de la tan buscada y esperada Naskará. Es por ello que se presentan las anteriores páginas escritas de acuerdo con mi mejor saber y entender, y mi experiencia personal, que reflejan solamente parte de la ilustre existencia de este idealista, el Dr. Juan Miguel de Mora Vaquerizo, como reza la introducción de su masiva biografía: investigador, escritor, novelista, indólogo, ensayista, traductor, dramaturgo, director de teatro, cine y televisión y periodista. Y más adelante, «en el área de especialización del Dr. de Mora es la lengua y la cultura sánscritas, sus aportaciones a la comunidad universitaria» cuya labor, agrego yo, extendida por muchos caminos alrededor del mundo.
Nace Naskará, término del idioma Tz’utujil que significa amanecer, genialmente escogido por su escritor Juan Miguel, pues muy adecuada y conceptualmente específica responde, sin la menor duda, a la esperanza de que «amanezca» en la conciencia de los ciudadanos que presencien la película, la inquietud y la moral de emprender algo -aunque fuera sólo en sus mentes- que pudiera revertir en ellos esa antipatía, esa incomprensible tendencia de envolverse en racismo y hasta de burlarse, usando despectivos términos , cada vez que encontraran a su paso algún ser ataviado con sus magníficas y bellísimas vestimentas.
Para comenzar, estudiamos cuidadosamente con cuánto dinero contábamos para hacerle frente a los costos reales, que mostraba nuestro presupuesto, para decidirnos a emprender adecuadamente la filmación. Sin sorprendernos, confirmamos lo que hacía meses habíamos descubierto, la acumulación de fondos en sumas casi estratosféricas. No cabía duda, todos los gastos se cubrirían puntualmente.
J.M. viajó inmediatamente al Distrito Federal para la búsqueda urgente de actrices y actores que en su concepto fueran los mejores para interpretar a cabalidad todos los aspectos relevantes del tema. Además, quería contratar al mejor camarógrafo. ¿Y quién mejor que él, con su genio de haber creado todas las peculiaridades de su guión? Y así fue como pocos días después regresó habiendo contratado a Estela Inda, como insigne protagonista principal, y José María Linares, considerados ambos entonces como baluartes del cine mexicano . También contrató al camarógrafo que él quería y un par de actrices para papeles secundarios.
Al recibir todo aquel envidiable enjambre de colaboradores y hospedarlos en el mejor hotel de aquel entonces, el Panamerican –todavía en funciones- y los costos de transporte aéreo, viáticos, etc., nos asaltó la preocupación de que a pesar de los amplios fondos de que disponíamos, considerando todos los reales detalles que vendrían, sería muy práctico agregar más dinero al fondo principal. Por esa razón yo aporté mis ahorros y todos los salarios a los que tenía derecho como gerente Administrativo y Financiero, con el fin de proceder sin alarmas ni sobresaltos. Lo mismo hizo J.M.
Mientras J.M estaba en México yo me encargué de coordinar, como obligación inherente a mi cargo, todo lo relativo a itinerarios, horarios, reservaciones hoteleras, locaciones y todo el transporte para filmar (según lo discutido antes con J.M.), De esa suerte mis asistentes y yo viajamos a Santiago de Atitlán, una de las 12 poblaciones indígenas ubicadas alrededor del lago del mismo nombre, para examinar aquellos aspectos relevantes allí para filmar, al igual que en Sololá y Panajachel, las escenas de la película, en parajes, todos ellos impresionantes e inolvidables. De ida nos detuvimos en Pana para confirmar las reservaciones en el hotel Tzanjuyú el mejor en aquella época, y establecer ahí nuestra base de operaciones en la región.
Llegados ya a Guatemala todos los integrantes del equipo de actores y el camarógrafo mexicanos, nos trasladamos en dos cómodos vehículos hasta Santiago, dejando de camino todos los enseres personales en el Tz’anjuyú. Los habitantes de aquel pueblo nos recibieron con su característica y tradicional cordialidad y afecto, y sin solicitarlo nos proveyeron de exquisitas viandas y bebidas, convirtiéndose muchos de ellos en extras, con inesperada calidad de actores.
Por supuesto, Estela Inda y el resto del elenco iniciaron allí la filmación, la que con espectaculares imágenes de aquella paradisíaca región y diálogo en idioma T,zutujil, continuaron con el tan esperado rodaje de la cinta Fue precisamente en ese pueblo donde, según el script, ocurrió la salvaje violación de la hermana de María (Estela) y se inicia el vía cruces de ésta en su búsqueda por una comadrona que atendiera a su hermana embarazada y también su lucha por lograr justicia de parte del jefe político, cuyo hijo era el culpable.