Es verdad que no todos sienten la poesía, al igual que no todos son capaces de sentarse un tiempo y dejarse llevar por la belleza que le rodea, en el espacio y momento presente, sin la prisa que nos acompaña en el caminar diario.

Tal vez por eso quiero comenzar el año con este breve texto que escurra la sensibilidad del verso.

Está aquí la verdad, en ese instante de encuentro con uno mismo, en el lugar que sea, en el momento que sea.

Y eso es la poesía, verdad. Y los poetas somos aquellos que buscamos, y rebuscamos, esa verdad que a veces dejamos se nos oculte, o nos tapamos la vista, aun sabiendo que está dentro de nosotros.

Dice Adam Zagajewski (Lwów, actualmente en Ucrania, 21 de junio de 1945) en ese fantástico librito que es En defensa del fervor que «necesitamos la poesía al igual que necesitamos la belleza. La belleza no es para los estetas, la belleza es para todo aquel que busca un camino serio; es una llamada, una promesa, tal vez no de felicidad, pero sí de un gran peregrinaje eterno».

Con el tiempo, me doy cuenta que necesito y busco más la poesía. Los días que terminan con una sonrisa convertida en verso, con una palabra simplemente especial o el perfume del viento, son días que quedan esparcidos en futuros poemas. A veces pretendo que todos lo sean, pero no siempre lo consigo.

En este día, frío de invierno, que me encuentro, como uno más, atrapado y quieto, entre escrituras y versos, reconozco que en gran medida las incomprensiones suelen ser fruto de lo que uno es para sí, más allá de lo que los demás quieren que sea. Ser lo que uno quiere y como quiere, no es lo mismo que ser lo que uno puede y como puede. De ahí, a veces, nuestro poco tacto con el resto. La esencia poética del ser también está en comprender.

Sentir este suave frescor, unido al silencio que me provoca perder la mirada en el infinito del cielo, reposando los sorbos de vida que durante la semana casi ni nos damos cuenta de beberlos, es suficiente como para apreciar que tampoco es necesario mucho más que tragar lo amargo y dejar reposar el sabor de la belleza poética de la vida.

Vamos como sin darnos cuenta de nada. Corremos, nos llenamos de ruidos y nos perdemos en un vacío existencial. Ni siquiera conocemos el propósito de nuestras vidas porque ni siquiera nos posamos un instante, en ese banco o escalón, a pensarlo.

Estas pausas del día, estas tardes, reequilibran la mente, el espíritu, la vida. Desacelero, paro. Me escucho, me siento.

La poesía, va marcando mi caminar. Te invito a que tú también lo sientas, a tu ritmo. Siempre he entendido, que cada uno de nuestros pasos es ese verso que va construyendo el poema de nuestras vidas. Ese poema irreemplazable, nuestro; ese poema que solo tiene un final, ese verso no escrito.

La poesía es ese mundo de humildad y sencillez en el que me escondo junto con a la filosofía.

No soy el único que siempre he entendido lo filosófico unido a lo poético. Cada poema esconde un significado, una emoción, una respuesta filosófica a la vida.

El poeta goza lo que vive al expresarlo. Cada poema es único. El poeta nace de la vida porque la vida es poesía.

Si algo puede reconstruir la verdad en este mundo, entre tanta mentira que nos rodea, es la poesía.

Un verso puede guardar tanta emoción, que con solo lanzarlo hacia el cielo podría hacer explotar en lágrimas de estrellas la luna.

Solo la emoción es verdad, como es esa mirada infantil que se asombra con la primera luz del día.

Hemos terminado el año y hemos iniciado, con el invierno, otro. De los árboles han comenzado a caer las hojas como post-it que pegados en las calles, con letras y palabras, formarán estrofas y rimas, hasta que vuelvan a surgir, desde la raíz, el verde primaveral convertido poemas.

«Me laten los pensamientos
y aparezco así
como de repente
sobre el reflejo del papel».
(JLM2017)

La poesía está en el silencio y el silencio está con nosotros. Debemos querer y sentir.

La escritura poética sirve de introspección. Es una forma de dar cuenta de los estados del alma.

«Asomé para ver
el fondo de mi vida.
Quedé aterrado
y comprobé
que no había más
de aquello que alcanzaba
mi mano en la espesura
del vacío».
(JLM2017)

«Ser poeta es difícil; querer serlo, más difícil todavía: saber serlo, dificilísimo», decía el maestro Juan Ramón Jiménez.

La poesía tiene su tiempo, como las estaciones. Tal vez por eso, cada mañana, en cada pensamiento, sueño con encontrar esa palabra que provoque un verso que, al cabo del día, haya sido capaz de recuperar, al menos, ese instante de poesía.

Busquemos la poesía en cada uno de nuestros momentos, alejemos los malos pensamientos que nos perturban, dejémonos llevar por lo bueno de la vida y así, disfrutemos de cada día que despierta.