La juive es una de las óperas más judías jamás escritas, pues en ella se delibera sobre uno de los argumentos fundamentales de la Torá (Pentateuco o los primeros cinco libros del Viejo Testamento): el gran obsequio que le hace el Creador al hombre al crear el mal y luego darle el libre albedrío. Muchos pasajes de la Torá nos lo mencionan, por ejemplo en Génesis 2:9: «E hizo Dios, el Eterno, que del suelo brotara toda clase de árboles gratos a la vista y buenos como alimento. Puso también en medio del jardín el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal». En el Talmud encontramos: «Yo he creado la inclinación al mal, Yo he creado el condimento de la Torá» (Kidushin 30). Y esto es así porque está escrito: «Nada hay fuera de Él» (Deuteronomio 4:35).
Sobre esto último, que es en verdad lo primordial, rabí Baruch Ashlag recopila en forma de precioso artículo («No existe nadie más que Él») en el libro Shamati (He escuchado) la conferencia que su padre y maestro, rabí Yehuda Ashlag, diera el 1 de febrero de 1944 en Israel. Sobra mencionar los acontecimientos que oscurecían el mundo entonces. Este artículo abre el libro Shamati, que está completamente conformado por conferencias de rabí Yehuda Ashlag anotadas por su hijo. Ni el horror de los nazis llevó a pensar a Yehudi Ashlag que ello fuera otra cosa que la insondable voluntad del Creador. Pensarlo nos conduce a la idolatría. Veremos este punto más adelante.
Pues bien, sin llegar a tales dimensiones, La juive nos muestra el ejercicio del libre albedrío, con la fe sobre la razón (sobre el ego humano, que es decir en beneficio propio). Y no pretendemos decir aquí que Éléazar sea un Tzadik, (un hombre justo, alguien que se encuentra en elevados alcances espirituales), pero es evidente que se esfuerza, desde sus posibilidades, por cumplir las mitzvot (mandamientos). Éléazar cría a Rachel como judía, y esto no quiere decir, haciéndole creer que es judía, sino convirtiéndola. No puede ser de otro modo, sería sumamente malvado. La escena de Pesaj (pascua judía), nos muestra que es judía según las leyes judías, en este caso por conversión. Y antes de que deba lanzarse al agua hirviendo, le dice: puedes elegir convertirte al cristianismo y te perdonarán la vida. Pero ella elige morir. ¿Cómo es que alguien elige morir en vez de convertirse? Padre e hija eligen morir antes que convertirse. Aquí tenemos dos cosas por ver: el cumplimiento de las mitzvot, y la debilidad de quien no puede cumplirlas. Vamos a empezar con el cumplimiento. Hay una famosa anécdota del rabí Akiva.
Rabí Akiva continuó la enseñanza de la Torá en público aun cuando el gobierno romano la había prohibido con pena de muerte según los decretos de Adriano. Papus ben Iehuda, le advirtió que estaba poniendo en riesgo su vida. Rabí Akiva le contestó con la siguiente parábola:
Un zorro estaba caminando una vez por la orilla de un río, y vio que los peces nadaban de un lado al otro. «¿De qué están huyendo?», le preguntó a los peces. «Escapamos de las redes del pescador», le contestaron. «En ese caso vengan y quédense junto a mí en la tierra seca», dijo el zorro. Los peces le contestaron «¿A ti es al que describen como el más inteligente de los animales? No eres astuto, sino tonto. Si aquí en el agua que es donde vivimos estamos en peligro, cuánto más lo estaremos en la tierra seca, donde seguro moriremos».
En el libro Los secretos del Libro Eterno, Semion Vinokurov, estudioso de la cábala, compila una serie de charlas que tuviera con su maestro Michael Laitman, que a su vez fue alumno de Baruch Ashlag, en donde se explica de forma muy sencilla, que el agua en el Génesis representa la misericordia divina, y cuando las aguas se retiran y surge lo seco, se refiere al reconocimiento del mal. Podemos así interpretar la fábula del rabí Akiva en el sentido de que el pez, al abandonar su medio connatural, muere; pero dado que habla de la comunidad judía, el peligro al que se refiere rabí Akiva es la desconexión con el Creador (Dios), al asimilarse con las naciones, es decir, «deseo de recibir en beneficio propio». Rabí Akiva habla de la muerte espiritual, de la desconexión con el Creador, que es la caída en el otorgamiento en beneficio propio implícito en la idolatría, y quien está desconectado de Él se llama muerto.
En un lenguaje más contemporáneo, Rabí Ashlag nos aclara esto en sus Escritos Sociales, Artículo 17:
«Resulta que la persona reverencia (o también “se inclina ante”) el deseo de recibir, porque subyugar a la razón se denomina “reverencia”. Y esto se considera como que la persona está sirviendo a un dios extraño, que es extraño a la "kedushá" (santidad). También es llamado "un dios extranjero", porque es un extranjero para la "kedushá"».
En ese momento, la persona que lo sirve es llamada «extranjera» o «idólatra», y este es el dios extraño en el cuerpo de un hombre. En otras palabras, el dios extraño no es algo externo, es decir, que él esté sirviendo a alguien fuera de su propio cuerpo. Existe el pensamiento de que esto es, de hecho, lo que se considera cometer idolatría. Más bien, al servir y trabajar para su cuerpo, llamado «el deseo de recibir», que se encuentra dentro del cuerpo de la persona, es a lo que se le denomina que él está cometiendo idolatría, y a esa persona se le llama «extranjero» o un «idólatra».
De esta manera, Éléazar sabe que al convertirse morirá espiritualmente, pues abrazará la idolatría para salvar su vida física. Lo mismo entiende Rachel. Tienen sin embargo la libertad de escoger. De nuevo recordamos: «Yo he creado la inclinación al mal, Yo he creado el condimento de la Torá». Las acciones de Éléazar son para preservar el alma de Rachel. Decirle que es la hija del cardenal ¿en qué le ayuda con su conexión con el Creador? Y haberle contado antes que era la hija de quién acusó de herejía a sus hijos y los hizo ejecutar, ¿le hubiera traído más beneficio que ser un padre amoroso, que le enseñó el temor al Creador? Entendamos aquí que «temor» no se refiere a temer castigos horribles. Temor al Creador es temer no poder ser como Él, no poder alcanzar sus atributos, no poder servirle, otorgarle.
El otro punto, la debilidad de quienes no siguen los preceptos, se refiere bien a las naciones, o los judíos que caen en ellas, es decir, en el deseo en beneficio propio. Sin embargo, dicen los sabios, no está en nosotros juzgarlos, dado que no conocemos los motivos del Creador, y recordamos además, «Nada hay aparte del Él». Y es que, para ascender hacia una mayor conexión con el Creador, no tenemos más herramienta que nuestro ego. Así, el egoísmo no es algo malo propiamente dicho, sino la materia prima con la que construimos los “peldaños” hacia el Creador. Éléazar, como vemos, no es el judío arrogante, pérfido y rencoroso que mucha de la crítica quiere hacernos creer. Todo lo contrario. Y desde luego que Halévy lo sabía.