Hace algunos años un escritor que vivió en el Medio Oriente redactó: «Lo que hoy siembres con lágrimas, mañana lo recogerás con regocijo». David, el más pequeño entre sus hermanos, jamás pensó que iba a ser comisionado para liderar a su pueblo y dirigir las riendas de un reinado. Nadie, ni siquiera su padre, creyó en el llamado del dulce cantor de Israel, como fue conocido más tarde. Al pasar de algunos años, David sufrió el menosprecio de aquellos que debían apoyarlo, sus hermanos lo hicieron a un lado, por lo que decidieron relegarlo al cuido de las ovejas de su padre, sin intuir que el pequeño menospreciado, los libraría del exterminio y la desaparición. Fue aquel pequeño que convivía con el rebaño de su padre, el que con una honda y unas pocas piedras derrotó al gigante Goliat, muy a pesar de la poca fe que tenían en él.
Por su parte, Rut vivió rodeada de la inseguridad que le proveía ser una mujer viuda, todo un estigma en aquella época; quizá hoy sería señalada y discriminada por no vivir en el seno de una familia tradicional, ya que convivía con su suegra. Pero más allá de esto, Rut, con su sola capacidad fue capaz de romper paradigmas y erigirse como reina, enarbolando la bandera de la lucha por la igualdad en tiempos oscuros y en los que la figura del patriarcado controlaba la vida de las mujeres. Dos figuras jóvenes ciertamente, dos figuras menospreciadas, dos ejemplos de que a pesar de lo que nos rodea, siempre prevalece nuestra entereza, nuestro trabajo y, sobre todo, nuestra fe. Lo que siguió para ambos no necesariamente fueron alegrías y triunfos, pero los dos supieron sortear las circunstancias que el destino puso en su camino: lloraron cuando tuvieron que llorar, rieron cuando se presentaba la oportunidad, fracasaron cuando no lo dieron todo, y triunfaron cuando caminaron la milla extra. Y de eso se trata el camino que están por recorrer estimados estudiantes, de aquí en adelante no será fácil, la vereda se empina, el valle se convierte en una ciénaga y el sol pareciera no regresar. De aquí en adelante solo ustedes serán dueños de su destino, lo moldearán de acuerdo a su obstinada y empecinada entrega a su carrera, nadie los esperará, nadie estará ahí para alentarlos, serán ustedes y el mundo, librarán la batalla más hermosa que en su vida pueda enfrentar: la batalla por adquirir conocimiento.
Hoy, mientras muchos de ustedes se debaten qué estudiar, y tratan de medir cuál carrera se ajusta más a la oferta laboral y a las necesidades del mercado, (e inclusive a los deseos de sus padres), recuerden que no es su patrón el que decide contratarlos, es su empecinamiento y extravagancia en lo que hagan, es su pasión por lo que hacen el termómetro que mide su éxito. No hay carrera saturada cuando hay pasión. No hay profesión sin oferta laboral cuando hay pasión; el amor por lo que hacen es el catalizador de su éxito.
Richard Feynman, unas de las mentes más prodigiosas del siglo pasado y ganador del Premio Nobel de Física en 1965, no tuvo un inicio muy fácil, durante sus primeros tres años no dijo una sola palabra, y cuando abrió su boca por primera vez tartamudeaba. Ya en la universidad sus amigos decían que hablaba como un vagabundo; pero había algo que Feynman tenía muy claro, y sin duda fue el camino que lo dirigió hasta el Nobel cuando dijo: «Lo que más te interesa, estúdialo duro y de la manera más indisciplinada, irreverente y original posible». Son acciones como estas, queridos estudiantes, las que definen su futuro, las que trazan la dirección de su andar y la vela que comanda su barca.
Suerte similar corrió Marie Curie, quien se tuvo que valer del estudio clandestino durante su juventud, corría la primera década del siglo XX y en este contexto era impensable que una mujer estudiara. Sufrió todo tipo de cuestionamientos, y fue altamente subestimada por su condición de mujer en un mundo controlado por hombres. Pero Marie tenía la mente clara en su objetivo, años después y para sorpresa del mundo entero, recibió el Premio Nobel de Química por su aporte en el campo de la radioactividad, al tiempo de este, recibió otro Nobel, esta vez el de Física. Nunca nadie, ni antes ni después de Marie Curie recibió dos Nobel en distintas disciplinas
Hoy, ustedes, al igual que Feynman y Marie Curie, son dueños de su destino y son los encargados de forjar su futuro. Recuerden queridos estudiantes las palabras de Baruch Spinoza, quizá el hombre más solitario del mundo, expulsado por sus correligionarios y odiado por sus conciudadanos: «La actividad más importante que un ser humano puede lograr, es aprender para entender, porque entender es ser libre», y solo la verdad, es decir, la búsqueda incesante del conocimiento, los hará libres.