Vivimos en una sociedad que nos obliga a ser felices a toda costa y pasamos la mayor parte de nuestras vidas en busca de este estado de plenitud perpetuo. La felicidad no es un ente objetivo y depende de factores que a menudo se escapan de nuestro control, pero hay pequeños trucos capaces de ponernos en el camino hacia su conquista.
En este preciso momento, millones de personas buscan la felicidad como meta de su existencia, en parte porque tienen la necesidad interior de hacerlo y en parte porque el mundo occidental la cifra como uno de los elementos imprescindibles del éxito y la abundancia. Hay quien se atreve incluso a dar la receta: un buen trabajo, una cuenta bancaria saneada, amigos con los que ocupar el tiempo libre, una vida afectiva y familiar plenas y… cuanto más de todo, mejor.
La sociedad actual está intentando construir la felicidad desde fuera y no desde dentro. Y es que la felicidad la consigue uno, los momentos de felicidad son momentos artísticos en el sentido de que es uno mismo quien los experimenta. Mientras que en la sociedad se nos está bombardeando con una felicidad exportada y eso a la larga trae más desencanto y malestar que otra cosa. Muchas veces hay más una retórica de la felicidad que felicidad en sí misma. Estaríamos hablando de un convenio colectivo basado en la «felicidad material», pero alejado del todo de las verdaderas necesidades existenciales del ser humano.
A lo largo de la historia se han dado múltiples explicaciones sobre el concepto, desde la definición filosófica de Aristóteles, basada en la creencia de que el único ser que puede ser feliz es Dios, hasta la teoría epicúrea del placer como base de una vida dichosa. La religión católica señala que el destino del ser humano es volver al Creador y, en consecuencia la obligación del individuo es ser feliz y los idealistas alemanes como Fichte, suponen que quien no es feliz simplemente no es hombre.
A través de la filosofía moral
El sentido de la vida está claramente vinculado a la idea de felicidad que el ser humano persigue. La filosofía moral habla de la «buena vida» o «vida con sentido» tomando en consideración lo que debemos hacer y en función de ello lo que esperamos conseguir. De esta manera, el ser humano dirigiría todos sus actos a la consecución de un fin superior, la esperanza de encontrar sentido a la propia existencia.
Desde la filosofía moral hay dos escalas o niveles para ser más felices: uno es aprovechar todo aquello que fomente el espíritu positivo, desde el paisaje, el amor, el sexo, la amistad… y otro nivel más alto que es el moral y que se refiere al hecho de hacer lo que uno cree que debe hacer, promover la bondad y sentirse satisfecho en este sentido. Pero no existe acuerdo alguno a la hora de definir qué es la felicidad o cómo podemos alcanzarla y quizás por eso ha sido denominada como un «imposible necesario» o «utopía necesaria», algo hacia lo que debemos tender.
Existen tantas clases de felicidad como personas y, en buena parte, la felicidad es un concepto misterioso e inescrutable. Probablemente quien diga a secas que es feliz miente. La felicidad tiene una parte emocional. pero por encima de todo somos animales racionales y lo que tenemos que hacer es equilibrarnos dentro como personas, conseguir conjugar los sentimientos y la inteligencia, de manera que adquiramos un estado general armónico y equilibrado.
Una de las principales dificultades para alcanzar la felicidad, es que lo que cada persona espera de la vida raramente llega, o lo hace de un modo diferente al que habíamos soñado. Esta sensación es la que conduce a pensar que la existencia carece de sentido, y es ahí donde la creencia en un ser superior ayuda a muchos a superar ese obstáculo. Los cristianos encuentran la felicidad a través de la creencia en un Dios eterno, todopoderoso y amoroso que, les muestra el camino de la inmortalidad que les llevará a ser eternamente felices.
Independientemente del credo que se profese todos los individuos comparten la convicción de que la vida tiene sentido y de que universales como la bondad o sentirse a gusto con uno mismo son lo más importante.
Ser positivo
La acción a través del pensamiento positivo puede ser mucho más satisfactoria y plena, además numerosos estudios han demostrado que las personas que ven el vaso medio lleno y no medio vacío gozan de mejor salud a todos los niveles.
Desde la psiquiatría se trata de ayudar al hombre a explorar y recomponer los desajustes encontrados en su proyecto existencial y, ser positivo es también uno de los ingredientes esenciales para conseguirlo. En este sentido, la felicidad es una vivencia que liga un estado de ánimo «positivo» y para sentirse feliz se requiere un mínimo de «congruencia personal».
En el devenir existencial, debe aceptarse con serenidad no culpable lo «ya vivido»; debe contarse con un proyecto para lo que queda «por vivir». Con estas dos condiciones, si la vivencia de mi yo interno (lo que soy en mi intimidad) se ajusta a mi yo externo (lo que aparento ser), puedo permitirme disfrutar del presente y vivenciar momentos de felicidad.
En la actualidad, las teorías de Martin Seligman, expresidente de la American Psychological Association, han alcanzado una gran popularidad porque se centran en lo que ha denominado una «psicología positiva», preocupada por estudiar las emociones del ser humano y el desarrollo de sus virtudes para alcanzar la felicidad. En realidad esta idea estaría muy próxima a la idea de la «buena vida» que defendía la filosofía moral, ya que se centra en los aspectos que hacen felices a los individuos para trabajar sobre ellos y potenciarlos.
Jorge Edwards dice en un estupendo ensayo que, para Borges, «escribir y leer eran una forma tangible y permanente de la felicidad… Su visión de la literatura era un tejido, una construcción que no terminaba, un goce permanente…».
A lo largo de la historia, los seres humanos han acudido a la creación artística con la esperanza de encontrar sentido a sus vidas, como medio para alcanzar cotas de belleza que trascendieran y tuvieran sentido por sí mismas.
Quizás la manera más sencilla de definir la felicidad sea decir que es aquello a lo que todo ser humano aspira por el simple hecho de estar vivo. Aceptarse y amarse tal cual se es, podría ser la base de cualquier felicidad.