En las tragedias griegas clásicas se nos enseña cómo los hombres son presa de su destino, y principalmente de sus errores. El héroe no es más que un hombre mortal, y los dioses, implacables. Edipo se arrancó los ojos por culpa de su ignorancia, y Ulises volvió a su casa sólo para encontrársela patas arriba. Y como si de una tragicomedia se tratara, Cataluña y España están asistiendo desde el pasado mes de septiembre a una obra de guion infumable y personajes patéticos. Una que da ganas de sacarse los ojos como el pobre hijo de Yocasta. Básicamente, por aburrimiento.
Esta tragedia llamada Cataluña y España no se quieren vivió el pasado 21 de diciembre el segundo acto de la cansina obra, que ha resultado ser igual que el primero. Porque las elecciones autonómicas, que debían poner orden al desaguisado causado por la declaración unilateral de independencia -no oficialmente declarada según quien lo diga- han acabado igual que empezaron. Con mayoría parlamentaria del bloque independentista, y un Gobierno central con cara de no saber qué pasa.
Pasar han pasado muchas cosas, y muy significativas. La primera es que, por primera vez en más de 30 años, un partido no nacionalista ha ganado las elecciones. Ciudadanos, con Inés Arrimadas a la cabeza, se ha llevado más de un millón de votos y 37 escaños. Inaudito. Un partido que no cuenta con ni una sola alcaldía en toda Cataluña. Un partido que hace 10 años obtuvo poco más de 300.000 votos y era una fuerza política residual.
Las elecciones, pues, las ha ganado Ciudadanos. Pero el Parlamento, no. El conjunto de partidos soberanistas ha logrado una mayoría suficiente para conformar gobierno. Eso sí, se dejan por el camino un puñado importante de escaños y votos respecto a las elecciones de 2015. Pero no tantos como se preveía. Junts X Cat, el partido del exiliado expresidente Puigdemont -está en Bruselas huido de la justicia española-, ha quedado segundo, mientras que Esquerra Republicana, que tiene a su candidato en la cárcel por el proceso soberanista, se va a la tercera posición. ¡Mejor que Odiseo no hubiera salido nunca de Troya! Porque estas dos formaciones políticas que gobernarán junto a los anticapistalistas de la CUP, lo único que tienen en común es el proyecto de independencia. Son como la noche y el día. Como la derecha y la izquierda, vamos.
¿Volverá Puigdemont a España para ser investido presidente y, a la vez, encarcelado? ¿Puede Cataluña tener un presidente en prisión sin funciones administrativas? ¿Volverán los partidos independentistas a declarar unilateralmente una separación del resto de España? ¿Mantendrá el Gobierno español la aplicación del Artículo 155 de la Constitución, que ha intervenido la autonomía y disuelto el gobierno anterior?
Pase lo pase, ambas partes enfrentadas lo tienen ahora mucho peor para defender sus posiciones de forma unilateral. El Partido Popular del presidente Rajoy se ha desplomado en estas elecciones, pasando a ser la última fuerza política y a no tener grupo propio en el Parlament. El presidente insiste en que seguirá sin haber independencia. Pero ya no tendrá ni voz ni voto en la política catalana. Es una derrota psicológica sin paliativos . Y en cuanto al bloque independentista, ¿tiene ahora fuerza moral para decir que representa a toda Cataluña, después de que un partido constitucionalista haya ganado las elecciones?
Terminado ya el segundo acto de esta tragedia, Edipo aún no se ha enterado de que Layo es su padre y de que anda en casamientos con su madre. Y una se levanta de la butaca con la sensación de que en el tercero, el pobre rey seguirá viviendo en la ignorancia. Como en un bucle infinito. Porque en Cataluña nadie dialoga, nadie se aguanta y nada ha cambiado. Y es el tiempo de la POLÍTICA. Con mayúsculas. Si darán la talla estos personajes tragicómicos que tenemos por políticos, eso está por ver.