Antes de que las masacres de los Einsatzgruppen recorrieran las tierras del este en Babi Yar y el bosque de Ponari; antes de que las fosas comunes se llenaran de cuerpos inertes colocados como sardinas y que se construyeran los primeros campos de la muerte, el mundo había sido advertido de la barbarie que estaba apunto de ocurrir.
No fue un evento aislado ni un hecho espontáneo, la Kristallnacht significó la oficialización de la violencia física contra los judíos, un evento pensado y ordenado desde las mismas entrañas de la Cancillería del Reich. Fueron los discursos de Hitler llevados a la praxis, y la propaganda de Goebells surtiendo efecto. Atrás habían quedado las medidas que pretendían aislarlos de la vida civil, ahora las fuerzas se concentraron en la destrucción del ethos judío; destrucción que casi se ve materializada una vez entrada en funcionamiento la «solución final al problema judío». El mismo Hitler había consentido la barbarie, según un discurso pronunciado semanas antes del progrom* era necesario que los judíos «vivan la cólera del pueblo».
Setenta y nueve años nos separan del 8 y 9 de noviembre de 1938, setenta y nueve años han pasado desde que fueran incendiadas 267 sinagogas y miles de comercios fueran destruidos; setenta y nueve años han transcurrido desde que en los territorios anexionados al Reich (Austria y los Sudetes) se asesinaran a 91 judíos y otros 36.000 fueran deportados al moderno sistema de campos de concentración creados por Heinrich Himmler y gestionados por las SS; Dachau, Buchenwald y Sachsenhausen fueron los campos en los que miles de judíos fueron recluidos para realizar trabajos forzosos bajo condiciones inhumanas.
Desde aquellos fatídicos dos días varias generaciones han tenido noticia de este evento, algunas leyeron sobre él, otras quizá no. ¿Nos hemos cuestionado seriamente qué pasará con la próxima generación? ¿Hablarán ellas de la Kristallnacht? ¿Tendrá algún significado esta palabra? Si el siglo pasado fue el siglo del esclarecimiento y la búsqueda de la verdad, este es el siglo del relativismo, y cualquier persona está invitada a poner en duda casi cualquier verdad; es muy común encontrarse en redes sociales y algunos medios de comunicación masiva, bulos y «verdades alternativas» que pretenden respaldar y apoyar aquello que se dice cierto, verídico y fehaciente.
Días atrás, los noticieros se inundaron con el reportaje de la abuela nazi, Ursula Haverbeck, negacionista del Holocausto, a sus 88 años fue condenada a seis meses de prisión por afirmar que en Auschwitz no murieron miles, y mucho menos millones de judíos, y que nunca existieron las cámaras de gas. Ursula tenía 8 años cuando ocurrió la Kristallnacht, edad suficiente para entender todo lo que ocurría a su alrededor y aun así fue capaz de negar uno de los mayores crímenes en la historia de la humanidad. Sus argumentos son tan banales como banales son sus declaraciones, pero para nosotros Ursula es la muestra del mal que aqueja este siglo, y el botón de alerta de un fenómeno que día a día toma más fuerza y más seguidores: el negacionismo del Holocausto, también llamado «Revisionismo».
Esta forma de ver y entender el Holocausto no es de ninguna manera nueva, negar el Holocausto fue un ejercicio iniciado desde el mismo día que el primer remanente de judíos entrara a las cámaras de gas en Treblinka, Belsec, Sobibor o Auschwitz; los encargados de «administrar» los campos no se ruborizaron cuando en el tribunal de Núremberg dijeron que «no tenían idea de lo que estaban haciendo» y que además «se limitaban a seguir órdenes de sus superiores». Aunado a esto, los civiles de todos los países que vieron desaparecer cientos de miles de judíos afirmaron no saber que sus vecinos de toda la vida estaban siendo deportados para ser exterminados sistemáticamente.
De carácter más reciente, revisionistas como David Irving, niegan la existencia de las cámaras de gas y de que Auschwitz fuera un campo de exterminio donde fueron asesinadas más de un millón de personas entre judíos, polacos, gitanos y Testigos de Jehová; sus argumentos se basan en opiniones y en aparentes observaciones, de ninguna manera en hechos concretos y argumentos históricos; al igual que Ursula, Irving demuestra la persistencia de un mal arraigado aun en los negacionistas: el antisemitismo.
Revisar la historia del Holocausto no vuelve antisemita a nadie, negarla sí, por eso es que en esta fecha que nos devuelve en el tiempo es importante recordar aquel fatídico 8 y 9 de noviembre de 1938, no solo para enaltecer y recordar la memoria de aquellos que perecieron, sino para recordarnos lo que seres humanos, amantes de su país y respetuosos de la ley, son capaces de hacer contra cualquier otra persona cuando las circunstancias y el contexto se los permite.