Si alguien pregunta por cuáles fueron las primeras universidades españolas, muchos mencionarán Salamanca –creada en 1218–. Otros, Alcalá de Henares, aparecida en 1499. Los más avezados responderán Palencia, Lérida, Murcia o Valladolid. Todos tendrían razón. Sin embargo, la provincia de Guadalajara también contó con un centro de educación superior. Se fundó en 1489, en Sigüenza, por el arcediano Juan López de Medina. Y, con momentos de mayor o menor esplendor, se mantuvo abierto hasta 1837. Más de tres siglos instruyendo a infinidad de estudiantes.
Pero, ¿cómo surgió esta iniciativa? En 1476, López de Medina –que era canónigo de Toledo y arcediano de Almazán– estableció el Colegio de San Antonio de Portaceli, donde se impartían Cánones, Teología y Artes. Fue un proyecto que se pudo desarrollar gracias a la protección y financiación del Cardenal Mendoza, que por aquel entonces era obispo seguntino. Dicha entidad docente, que se entregó a los Jerónimos, fue la precursora del centro universitario.
De hecho, el 30 de abril de 1489, gracias a una bula de Inocencio VIII, la institución pasó a considerarse «Colegio–Universidad», un nuevo modelo que permitía formar a alumnos sin fortuna mediante la concesión de becas. Se trató de un sistema que inspiró a otros centros, como el de Alcalá. Por ello, la entidad seguntina se sitúa «en el camino de la transformación de las universidades medievales en las renacentistas», explica el historiador Plácido Ballesteros. «Sus impulsores tenían una idea muy clara del sentido que estas Fundaciones debían tener en el Estado Moderno, el cual necesitaba dotarse de cuadros administrativos», subraya.
Sin embargo, San Antonio de Portaceli alcanzó su nueva consideración gracias a una petición realizada al Papa por el rector y los colegiales, ayudados por el Cardenal Mendoza. Con ello, se buscaba evitar los trastornos a la comunidad educativa, cuyos miembros se tenían que desplazar hasta otras partes de Castilla para titularse. El Pontífice concedió dicho reconocimiento, «teniendo en consideración los enormes gastos que tienen […] que hacer los que han de ser promovidos a los grados de licenciado y de doctor en alguna facultad de las universidades de estudios mayores […]».
Gracias a la nueva calificación, el centro educativo pudo conceder los grados de bachiller, licenciado, maestro y doctor. Sigüenza ya era una ciudad universitaria. «Era el Papado el que daba valor universal a los grados», puntualiza Águeda María Rodríguez, investigadora y experta en la materia. Tras este ascenso, Sigüenza incrementó su oferta académica. En 1540, Teología duplicó sus cátedras –con una de Prima y otra de Vísperas–, mientras que en 1551 se establecieron las facultades de Medicina y Leyes –gracias a otra bula, esta vez de Julio III–. San Antonio de Portaceli vivía un momento de gran pujanza, que se prolongó hasta inicios del XVII.
El esplendor
Tal fue la importancia de la institución que llegó a influir en la génesis de la vida universitaria alcalaína. De hecho, Cisneros –impulsor del centro complutense– había ayudado a López de Medina en la elaboración de las Constituciones de la entidad seguntina. «Esta experiencia fundadora sirvió más tarde al Cardenal para crear la Universidad en Alcalá de Henares», señalaba Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo en D. Juan López de Medina, fundador universitario del Renacimiento.
No hay que olvidar que, en esta época, Sigüenza era una de las principales sedes episcopales castellanas. «Llegó a ser la cuarta más importante, al menos en cuanto a recursos materiales, gracias a las salinas de Imón y de otras localidades de la diócesis», recuerda el deán de la catedral, Jesús de las Heras. Esto posibilitó que personalidades mayúsculas, como Pedro González de Mendoza, ostentaran la mitra de la Ciudad del Doncel. «Era lógico el interés en que hubiera una universidad en la localidad, ya que un Obispado tan potente como el seguntino debía tener una institución de estas características. Era una señal de poderío», confirma De las Heras.
Un prestigio que se vio reflejado en la talla de los docentes que pasaron por sus aulas. Entre ellos, Fernando de Vellosillo, Pedro Guerrero, Juan López de Vidania o Pedro Ciruelo. Este último –teólogo, traductor y matemático– se formó en Salamanca y París. E impartió clases tres años en Sigüenza. Lo hizo desde 1502. Posteriormente, se fue a otros emplazamientos con mayor proyección, como las universidades de Zaragoza y Alcalá.
Precisamente, uno de los problemas con los que tuvo que lidiar San Antonio de Portaceli fue su fama de conceder títulos rápidos y baratos a alumnos sin capacidad adquisitiva. Pero, ¿cuál era el origen de esta mala imagen? Esta circunstancia se produjo, sobre todo, a partir del siglo XVII. «La lamentable situación económica y el ruinoso estado de los edificios hacían difícil la supervivencia de la institución. Era un centro donde no se seguían los cursos completos, habiendo alumnos que pagaban los derechos de examen para conseguir un título», explica el profesor emérito de la actual Complutense, Javier Davara, en Síntesis histórica de la Universidad de Sigüenza. «Las numerosas irregularidades de las matrículas, los pleitos inacabables entre los alumnos y los patronos y las discusiones entre el Colegio y el cabildo catedralicio, llevaron a la entidad a un estado de postración», complementa el docente.
En esta decadencia también influyó la competencia de otros lugares de estudio. «La irrupción tan fuerte de la Universidad de Alcalá hizo que en apenas 100 kilómetros de distancia existieran dos centros prácticamente calcados. Y mientras que uno –el de Sigüenza– se había hecho pequeñito, porque sus estatutos no permitían un número excesivo de alumnos, otro –el alcalaíno– se hacía grande», describe Jesús de las Heras.
Además, los diferentes poderes del Reino impulsaron aquellas universidades que se encontraban en localidades más habitadas, asegura la cronista municipal seguntina, Pilar Martínez Taboada. «La Ciudad del Doncel, conforme fueron pasando los años, ya no tuvo la importancia de los siglos XV y XVI, donde su obispos alcanzaron una gran relevancia, llegando a ser cardenales», añade. Por tanto, se acabó observando una reducción en el número de estudiantes matriculados.
El cambio de sede
En este contexto, el obispo Bartolomé Santos de Risoba (1650-1657) consiguió el traslado del centro educativo. Pasó de su ubicación inicial –emplazada en extramuros, al otro lado del Henares–, hasta su lugar definitivo, que se corresponde con el actual Palacio Episcopal. La razón del cambio era el mal estado de las instalaciones. Así lo exponía el prelado en una carta de 25 de agosto de 1651 dirigida al Ayuntamiento: «el Colegio de San Antonio se halla obligado a mudarse más cercano a esta ciudad por estar amenazado su edificio ruina». De paso, también se evitaban «las incomodidades que se ocasionaban a los catedráticos, quienes tenían que desplazarse hasta sus aulas atravesando el río y en pésimas condiciones durante el invierno», describe Javier Sanz Serrulla en Historia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sigüenza.
Pero, a pesar de esta «mudanza», no se esquivó el cierre de algunas facultades. «En 1771 se suprimieron los estudios de Medicina y Derecho, potenciando los de Teología –mediante el aumento del número de sus cátedras–, y permaneciendo los de Artes», explica Davara. De hecho, esta reordenación académica –junto con la prohibición de conferir grados en la cercana Osma– le permitió al centro universitario un breve resurgir. «El número de alumnos aumentó de forma espectacular, y de 36 matriculados en 1773 se pasó a 178 en 1794», describe Javier Davara.
Sin embargo, estas buenas noticias duraron poco. En el siglo XIX la universidad despareció definitivamente. La primera supresión llegó de la mano del segundo marqués de Caballero, ministro de Gracia y Justicia, quien impulsó la reforma de la educación superior de 1807. En la misma se clausuraban muchas universidades menores. Entre ellas, la seguntina. «Esta medida causó sorpresa por cuanto Carlos IV había firmado el 2 de mayo de 1804 un decreto confirmando al centro seguntino en todas sus constituciones y estatutos», narra Javier Sanz Serrulla en Las Facultades de Cánones y Leyes de la Universidad de Sigüenza. «Quisieron verse en la sombra las manos del obispo, don Pedro Inocencio Vejarano, y del rector del Seminario, don Pablo Jesús Corcuera, quienes estarían interesados en la supresión del Colegio y su conversión definitiva en Seminario», añade.
No obstante, esta decisión quedó sin efecto debido a la Guerra de Independencia –en la que los colegiales seguntinos lucharon contra las tropas francesas, formando un batallón ex profeso–. «Fernando VII, agradeciendo la ayuda prestada durante la contienda, restauró la Universidad por Real Cédula de 6 de septiembre de 1814 [tras una petición realizada por los estudiantes, el rector y el claustro]», indica Javier Davara.
Pero el Colegio continuaría poco tiempo. Apenas diez años más tarde, en 1824, San Antonio de Portaceli fue incorporado a Alcalá por decisión del ministro Calomarde. «Al no dotarse [económicamente] las cátedras previstas por Fernando VII, la Universidad de Sigüenza no logró salir de las dificultades existentes», afirma Davara. «El escaso número de alumnos y la constante amenaza de unirla con el Seminario, lograron herirla de muerte», añade el profesor.
La supresión definitiva de la institución tuvo lugar en octubre de 1837, por orden de la Regente María Cristina. Aquí finalizó la experiencia universitaria histórica de la Ciudad del Doncel. Un desenlace en el que influyó el mal estado del centro, pero también el cambio de paradigma que se estaba fraguando en el país. «En esta época se dio el paso entre el Antiguo Régimen y el sistema liberal, transformándose por completo también la enseñanza», concluye Plácido Ballesteros.