A veces no somos conscientes de hasta qué punto la historia humana se forma y se construye en un relato. Como un cuento. Necesitamos desesperadamente vernos reflejados en un todo que nos defina, en el que se incluyan nuestros miedos, nuestras victorias, nuestros fracasos y también nuestras esperanzas.
Lo que nunca nos planteamos es nuestro papel clave en el desarrollo de esa historia que se está escribiendo desde el presente para la posteridad. Siempre tendemos a pensar que esa, la Gran Historia, sólo se escribe desde el poder – económico, político- al que le interesa manejar al grueso de ciudadanos a su antojo para sus propios intereses. Aun siendo así, subestimamos el poder de la gente no sólo para movilizarse y armar ruido en la calle, sino movilizarse en serio por metas y objetivos loables y justos. Hoy quiero rendirle un homenaje sincero a esa «fiel infantería» que diría Pérez-Reverte. Especialmente a aquellos que, superando clichés provincianos y caciquiles, han logrado formar una ética de valores sólidos y justos.
Desde que tengo uso de razón y leí El Maestro de Esgrima tengo una relación de embelesamiento fascinado con Arturo Pérez-Reverte, principalmente a través de la visión del mundo que transmiten sus personajes. Las mujeres son siempre inteligentes, valientes, decididas, iguales a cualquier hombre en la lucha por la supervivencia y sus objetivos. Adela de Otero, Angélica de Alquézar, Teresa Mendoza, Tánger Soto, Mecha Inzunza o Eva Rengel no son sólo bonitos envases de princesas Disney que acompañan al héroe. Ven la vida con el sentido práctico de cualquier mujer, no se quedan atrás en la acción y no piden permiso. Son proactivas, luchadoras e implacables.
Del otro lado, los hombres (tanto héroes como villanos) tienen una ética particular que se ciñe a lo siguiente: esta vida es una aventura fascinante, pero muy peligrosa, en la que hay que intentar disfrutar lo que se pueda cuanto se pueda, jugarse el pellejo exclusivamente cuando la ocasión lo requiere y especialmente por cierto código de honor – el amor está en él, aunque quizá un amor primario, más físico que romántico al uso – particular. El tiempo hay que aprovecharlo para sacar rédito de él en un mundo siniestro, de tejemanejes sórdidos desde el poder en el que no puedes fiarte de nadie. Los héroes cansados, a los que Pérez- Reverte hace referencia siempre y en los que todos podemos vernos reflejados.
En su última serie de libros, empezó el primero, Falcó, centrándose en la figura de un espía franquista que en realidad es un mercenario buscavidas y bon vivant a sueldo. Eso sí, del lado de los futuros vencedores gracias a la figura clave, casi paternal: el Almirante. Un experimentado, cínico, inteligente, inquisitivo y astuto militar que «ficha» a este personaje elegante para sobrevivir en tiempos inciertos, violentos y mezquinos. Casi como en los que vivimos. Eso sí, para una misión idealista y bucólica: liberar a José Antonio Primo de Rivera (bon vivant con pedigrí y glamour e ideólogo de Falange) de la cárcel.
Como el final de la Historia lo conocemos, él nos cuenta una visión particular de la intrahistoria de ese final que se nos hace verosímil y muy, muy humana. Si en un matrimonio tres personas son multitud, a la hora de gestionar el poder absoluto son una muchedumbre. Hay que eliminar cobardemente al mensajero, escoger bien el chivo expiatorio y fabricar una visión heroica de un trágico suceso con la que se pueda sacar rédito histórico fabricando mártires. Con buenos y malos aparentemente muy bien definidos aunque en la realidad la línea sea mucho más difusa e incoherente.
Aunque desde mi punto de vista quizá no es su historia mejor construida – no llega a las dosis de adrenalina aventurera de La Reina del Sur ni tampoco a la melancólica oda a tiempos más elegantes y refinados como El Tango de la Guardia Vieja o el canto a tiempos más nobles e ingenuos como en la serie del Capitán Alatriste- define muy bien que la realidad se repite de forma terca. Que no podemos confiar todo al azar porque la partida hay que saber jugarla y, sobre todo, que quienes finalmente escriben la historia son aquellos que no aparecen directamente nombrados en el Gran Relato oficial.
Son las personas – desde un camionero, una tabernera, un funcionario, a un joyero, un soldado, o un empresario, incluso a un espía a sueldo – que juegan sus partida lo mejor que pueden y saben. De un lado, para salvar el pellejo y disfrutar de la aventura y, por otro, para defender con pundonor que hay una sola cosa por la que merece la pena morir y matar. No se trata de dinero ni poder. Es el Amor con mayúsculas. Aunque suene cursi y anticuado.
Porque la libertad y el amor siguen siendo las herramientas más poderosas contra el statu quo, contra la cómoda indiferencia o la crueldad fría y calculada de los poderes (a veces medio ocultos, tantas veces palpables) que intentan gobernar nuestras vidas. Sólo nosotros tenemos la llave para ser víctimas o verdugos porque la dignidad no se vende. Por los libros y la vida va este homenaje a ti, maestro Pérez- Reverte.