Se nos inculca a diario que la cadena alimentaria agroindustrial, globalizada y manejada por corporaciones trasnacionales, nos ayudará a sobrevivir el caos climático y la inseguridad alimentaria con nuevas tecnologías para una «agricultura inteligente», pero suponer que la cadena alimentaria agroindustrial, que funciona por el interés comercial, alimentará al mundo, no tiene fundamentos.
Sin duda es crucial el tema del hambre y de las necesidades alimentarias frente al crecimiento de la población mundial, pero está atravesando por supuestos tan equivocados como bien publicitados. El tema de fondo es que al menos 3.900 millones de personas padecen hambre o mala nutrición porque la cadena agroindustrial es demasiado complicada, costosa y —después de 70 años— simplemente incapaz de alimentar al mundo.
Sin dudas, el hambre tiene causas estructurales e históricas. Las hambrunas más famosas, de Irlanda en 1840 a Bengala en 1940, la Unión Soviética en la década de 1930 o China en 1950, e incluso Yemen y Sudán del Sur en años recientes, han sido catástrofes políticas o por lucro, o ambas.
El hambre crónica es pandemia en ciertos países ricos en recursos, como los de la región del Congo, abundante en tierras raras; o los ricos en petróleo, como Angola y Nigeria. Los acaparamientos de tierras han desestabilizado la agricultura y el pastoreo mientras los monocultivos de exportación prácticamente han expropiado algunos de los mejores suelos africanos, como ocurre con las fincas de nueces en África Occidental o de flores en África del Este. Y los mejores suelos sudamericanos, con la soja.
3.900 millones de personas padecen malnutrición
En un mundo lleno de comida, más de la mitad de nosotros no puede acceder a la comida que necesita. Lo más trágico es que tanto en números duros como en porcentajes, la proporción de personas mal nutridas va en aumento. La ONU calcula que 796 millones de personas no obtienen suficientes calorías, lo que puede interpretarse como que solo el 10% de los habitantes del mundo padece hambre (el porcentaje más bajo del que se tiene registro).
Más allá de la manipulación de cifras, la realidad confiesa que al menos 3.900 millones de personas (52% de la población mundial) padecen alguna forma de mala nutrición. Más allá de la falta de calorías (el «hambre» clásica), este número incluye los muchos que acceden a suficientes calorías pero sufren severa falta de micronutrientes, vitaminas o proteínas, o padecen enfermedades por consumo excesivo.
Debido al despojo de las tierras, resulta irónico que muchos campesinos y trabajadores agrícolas luchen contra la mala nutrición cuando son quienes alimentan a sus vecinos en las redes de subsistencia y contribuyen con su trabajo a la cadena industrial.
Casi todos –Gobiernos e incluso movimientos sociales- parten de la premisa de que la cadena industrial y sus tecnologías son imprescindibles no solo para alimentarnos hoy, sino para enfrentar los desafíos futuros. En esta imposición de imaginarios colectivos, el campesinados y los pequeños productores aparecen como datos folclóricos: no se duda de su existencia pero se los considera productiva y socialmente marginales, sin papel importante en la temática alimentaria.
Esa mirada es -coincidentemente- la consigna de las corporaciones trasnacionales e inclusive de científicos que son financiadas por ellas: sin semillas industriales y transgénicas, sin monocultivos industriales, maquinarias y gran cantidad de insumos y agrotóxicos, el mundo pasará aún más hambre ante el aumento de población y el caos climático, afirman, pontifican.
Pero la realidad es muy otra y los datos de la misma son sorprendentes unos y escalofriantes otros: El 70% del mundo obtiene comida de la red campesina alimentaria, que trabaja con solamente el 25% de los recursos (agua, suelo, combustibles) empleados para llevar la comida a la mesa. La cadena alimentaria agroindustrial utiliza más del 75% de los recursos agropecuarios del mundo, es de las fuentes principales de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), y provee de comida a menos del 30% de la población mundial.
Por cada dólar que se paga por un alimento industrializado se deben pagar otros dos dólares en daños ambientales y a la salud. El costo de los daños que ocasiona la comida industrial equivale a cinco veces el gasto mundial en armas.
La falsa panacea
O sea, es la cadena industrial, las trasnacionales y sus tecnologías, las que exacerban las crisis y producen más hambre, mientras que las redes campesinas y otros pequeños son quienes alimentan a la mayoría, señala un nuevo libro del Grupo ETC, que. actualiza la investigación de 2009 y 2014 sobre la red campesina alimentaria y la cadena alimentaria agroindustrial y destaca muchas contradicciones en la narrativa de la cadena, numerosos huecos de información en torno a la producción y consumo global de alimentos.
La cadena agroindustrial carece de la agilidad necesaria para responder al cambio climático, a través de una investigación sesgada y cada vez más escasa a medida que el mercado global de alimentos se concentra, mientras que la red campesina nutre y utiliza entre nueve y más de cien veces la biodiversidad (variedades y especies de plantas, animales, peces y árboles).
Los campesinos tienen el conocimiento, la energía innovadora y el tejido social necesarios para responder al cambio climático; tienen la visión y escala operativa para hacerlo y son quienes están más cercanos a quienes padecen hambre y malnutrición, sostiene el informe.
De cara a estas contradicciones entre datos reales y supuestos equivocados que son base de políticas nacionales e internacionales, el Grupo ETC, no solo se pregunta ¿quién nos alimenta hoy?, sino ¿quién nos alimentará en el 2030?, teniendo en cuenta que el mercado mundial de la alimentación, desde las semillas y la agricultura hasta los supermercados, es desde 2009 el mayor mercado mundial, superando a los energéticos.
Es, sin dudas, un rubro esencial para la supervivencia, y por ende no sorprende que las transnacionales se hayan lanzado agresivamente a controlarlo: tecnológicamente desde hace medio siglo, y desde hace unas dos décadas en nuevas regulaciones para favorecer a los oligopolios de mercado, una veintena de transnacionales que controlan ahora la mayor parte de este lucrativo mercado, desde Monsanto a Walmart. Pero dominar el mercado no tiene relación directa con alimentar a la mayoría de la población.
Aunque las trasnacionales controlan cerca del 70% de los recursos agrícolas globales (tierra, agua, insumos), lo que producen solo llega a un 30 por ciento de la población mundial. La mayor parte de los alimentos sigue viniendo de manos campesinas, indígenas, pescadores artesanales, recolectores, huertas barriales y urbanas y otros/otras pequeños, que con apenas 30 por ciento de los recursos agrícolas, alimentan al 70% ciento de la humanidad.
La experta Silvia Ribeiro señala que la cadena industrial desperdicia dos terceras partes de su producción de alimentos, devasta suelos y ecosistemas, ocasiona enorme daños a la salud y el ambiente, y por ella tres mil 400 millones de personas, la mitad de la población mundial, está mal alimentada: hambrienta, desnutrida u obesa.
Mientras, agrega, la red campesina y de pequeños proveedores de alimentos tiene un nivel mínimo de desperdicio, usa y cuida una enorme diversidad de alimentos con mucho mayor contenido nutricional, más saludables y con un impacto ambiental bajo o inexistente. Incluso negativo, porque contrarrestan la devastación causada por la cadena, como en el caso del cambio climático. Esto, aún tomando en cuenta que buena parte de los campesinos usan algún agroquímico.
Los datos del Grupo ETC -una organización de la sociedad civil internacional sin fines de lucro- señalan que para proveer ese 30% de los alimentos, la cadena industrial usa el 70-80% de la tierra arable, el 80% de los combustibles fósiles y el 70% del agua destinados para uso agrícola y, a la vez, cusa el 44 a 57% de los gases de efecto invernadero, deforesta 13 millones de hectáreas de bosques y destruye 75 millones de toneladas de cubierta vegetal cada año.
Definiciones
La red campesina alimentaria describe a los productores de pequeña escala, muchas veces familias encabezadas por mujeres, que incluyen agricultores, pastores y criadores de ganado; cazadores, recolectores, pescadores y productores urbanos y periurbanos. No solo aquellos que controlan sus propios recursos productivos, sino también a quienes trabajan para otros para producir y proveer alimentos, pero que han sido desposeídos de su tierra.
Es importante recordar que los campesinos no son siempre auto-suficientes y que algunas veces compran comida de la cadena agroalimentaria, y que la cadena a veces interactúa con la producción campesina. Los campesinos pueden o no cultivar todo lo que consumen, comerciar con sus vecinos y vender sus excedentes en mercados locales. Mientras cultivan todo lo que pueden bajo condiciones muy difíciles, muchas veces padecen mala nutrición, y sin embargo tienen alimentos para intercambiar.
«Campesino» a veces implica «indígena», pero no existe una palabra que describa adecuadamente la amplia diversidad de pueblos y formas de sustento comprendidos dentro de la red campesina alimentaria. Red no es sinónimo de agroecología, agricultura orgánica, permacultura o cualquier otro sistema de producción. Producir con agricultura orgánica puede acercarnos a la seguridad alimentaria pero no necesariamente a la soberanía alimentaria.
La cadena agroindustrial es una secuencia lineal de eslabones que van desde los insumos para la producción hasta lo que se consume en los hogares: genética vegetal y animal, agrotóxicos (plaguicidas y fertilizantes), medicina veterinaria, y maquinaria agrícola; transportación y almacenamiento, procesamiento, empacado, venta a granel, venta minorista y finalmente la entrega a los hogares o restaurantes.
Así como los campesinos no pueden entenderse fuera de sus contextos culturales y ecológicos, los eslabones de la cadena —desde los insumos agrícolas hasta los supermercados— deben entenderse dentro de la economía global de mercado, incrustados en un sistema dominante que incluye a banqueros, especuladores, reguladores y políticos.
La cadena agroindustrial controla las políticas sobre el recurso más importante del mundo: nuestra alimentación, recuerda el Grupo ETC.