En nuestros días parece cuasi-infantil pensar que personas sin ninguna formación de alto nivel puedan acceder a cargos de gobierno, toda vez los requisitos obligatorios para acercarse a cargos gubernamentales implican necesariamente la posesión de un titulo universitario más años de experiencia en funciones relacionadas con el cargo que se busque desempeñar. Por esa razón básica, uno tiende a pensar que, si una persona llega a un alto cargo, es porque su nivel de conducta personal y social le aleja automáticamente de las posibilidades de incurrir en actos de corrupción. Lamentablemente, día tras día nos damos cuenta de que esta presunción apriorística es totalmente errónea: la política es un campo actualmente invadido por personas que carecen de requisitos formales, así como de méritos intelectuales para desempeñar sus altos cargos.
¿Que es la «corrupción»?
El término corrupción puede ser analizado desde muy diversos puntos de vista. En mi país se suele señalar que la corrupción es un acto contrario a la ley y, por tanto, al bien común, en que incurre un político cuando es sobornado por un empresario privado (aunque en sentido contrario hemos llegado a conocer que también sucede).
Buscando un concepto definidor más universal en el ámbito de lo político, citemos al teólogo venezolano Mikel de Viana, quien en un artículo publicado en Caracas, el 12 abril de 1998, lo definía así :
«El problema más serio en casi toda América Latina es que el Estado no ha actuado como la institución universal, abstracta, garante del Estado de derecho; por lo contrario, ha funcionado como mecanismo para fabricar fortunas, construir clases artificiales y privilegiar elites. En consecuencia, lo que se plantea, de cara al siglo XXI, es la reconstrucción del aparato del Estado, con el fin de que responda a políticas de largo plazo, y no a intereses contingentes y particulares […], por lo que ello implica opciones: una es la búsqueda del desarrollo al servicio de las personas y la otra, la búsqueda de equidad social para eliminar la oprobiosa pobreza».
Le agregaría a la definición que justamente el acto de corrupción más rapante es aquel que se comete por parte de politicos, ora en la derecha, o en la izquierda, afirmando que están en clara y definida lucha para eliminar la pobreza, cuando más bien se dilapidan los bienes del Estado en proyectos personalísimos, aspecto tan común en América Latina que, lamentablemente, se ha convertido en un parámetro definidor muy cercano al Bien Personal, muy alejado del Bien Común.
El caso Odebrecth- por citar el mas conspicuo en la actualidad- tiene hoy día en el banquillo de los acusados –allí donde la justicia tiene las manos limpias- a políticos pertenecientes a todo el espectro en los más conspicuos países latinoamericanos, con algunas honrosas excepciones a la fecha.
Ahora bien, de frente a esta situación, los que se autodenominan intelectuales y tratan de sujetarnos a sus lúcidas «interpretaciones» de la realidad social, están en la obligación de tomar una posición definida de frente a tales actos. Eso nos obliga a buscar un término que defina que entendemos por intelectual. Y aquí el asunto se complica, toda vez que no basta que nos quedemos con el criterio de quienes se autodefinen como intelectuales y además le agregan el adjetivo de «izquierda» para hacerlo (extrañamente) «legitimador», porque ya sabemos que –por razones históricas- desde la posición contraria, no es usual que suela recurrirse a autodenominarse intelectual, así como tampoco se le ocurriría a nadie en su sano juicio a agregarle el adjetivo «de derecha» que tiene ya un tono altamente «deslegitimador» .
Pero no nos interesa quedarnos en el ámbito de lo estrictamente político material, sino que nos ocuparemos también de quienes incurren en actos de corrupción, quienes desde una posición apriorística, ideologizada, postulando que sus ideas son las únicas que deben primar. Y, más grave aún, es el hecho de que quienes así se pronuncian busquen hacerlo desde sus posiciones políticas, autocalificándose de intelectuales amparados en sus titulos universitarios y en sus cargos de alto nivel bien actuales, como en el pasado.
¿Quién es un «intelectual»?
El filósofo norteamericano Nozick, especialista en problemas de ética, en su libro Rompecabezas socráticos, permite que saquemos como ideas muy sintéticas las que siguen: intelectuales no son sólo todas las personas inteligentes, con alto grado de educación formal, sino, más bien quienes trabajan como intermediarios en el flujo de las ideas: novelistas, poetas, periodistas y académicos, que se encuentran ubicados en puestos claves: universidades, gobiernos, medios de comunicación. No son intelectuales los que trabajan con números o conceptos exactos: físicos, matemáticos, químicos, ingenieros ,así como tampoco son intelectuales los artistas, ni los legisladores.
Ahora bien, en el mundo capitalista, en donde los intelectuales gozan de más libertad de expresión para formular sus ideas , no son –necesariamente- los mejor remunerados, aunque gocen de mucho reconocimiento, dado que la sociedad capitalista no funciona bajo el principio: «a cada uno según su mérito o valor», por lo que el mercado premia sólo a quienes logran satisfacer las necesidades de otros y el tamaño del premio depende de la demanda que existe por ese producto o servicio.
Ahora bien, como a través de los siglos los intelectuales han evaluado las diferentes actividades humanas, han sido ellos mismos quienes se han colocado en la cumbre y, como suelen escribir sobre sus temas preferidos, prácticamente mantienen una dictadura en esas materias.