¿Quén fue el gran amor de Beethoven: Therese Brunszvik, Josephine Brunsvik, Amalie Sebald, Giulietta Guicciardi, Elisabeth Katharina Ludovica Magdalena Brentano o alguna otra dama que aún permanece en las sombras?
Muchos biógrafos nos dicen que Beethoven careció de peripecias amorosas debido a su sordera progresiva, que había empezado a afectarle ya desde antes de 1800 y lo dejó sordo por completo en 1819. No obstante, los recientes estudios señalan más bien que, a pesar de sus limitaciones físicas, Beethoven tuvo una vida amorosa bastante activa, si bien desafortunada en cuanto al matrimonio se refiere.
¿Qué era eso que le impedía llevar al altar a sus amadas? Pobre no era. Contrario a Mozart, que murió prácticamente en la pobreza y trabajando hasta el último momento que se lo permitieron sus fuerzas, Beethoven gozó de holgura relativamente temprano en su carrera, tanto que los editores se disputaban sus obras e incluso le llegó a ser asignada una pensión anual con la que podía componer más a sus anchas.
Sin embargo, dado que Beethoven se codeaba como compositor y maestro de música entre la nobleza, era ahí que solía fijar la mirada y, siendo así, ante la ausencia de alcurnia, el talento y la holgura económica no le bastaron. No fue la sordera en realidad el principal motivo, si consideramos las enfermedades de la realeza, desde la simple gota hasta los más complicados síndromes.
Somos humanos después de todo, la «realeza» y nosotros, los que no pertenecemos a ella. Pero por asuntos de jerarquía social, ahora como antaño, el nombre de la familia tiene su peso, quizá más antes que ahora. Es en este paradigma de desigualdad social donde Beethoven circunscribe su música, y es eso lo que lo lleva a admirar a Napoleón Bonaparte en sus inicios como político y genio militar, que ante sus ojos era un paladín de la justicia, y luego a aborrecerlo, al sucumbir éste ante los envenenados frutos del poder.
Entre los años 1804 y 1807, Beethoven estuvo enamorado de la condesa Josephine Brunswick, viuda de Joseph Graf Deym que, por su parte, le correspondía, pero no llegaron a casarse debido a las rígidas restricciones sociales de la época y la estricta separación entre la nobleza y el vulgo, por lo que la relación cesó. Fue durante este período que Beethoven concluyó Leonore, como deseaba llamar a la que sería su única ópera y a la que le llegó a componer cuatro oberturas diferentes para, por último, a regañadientes, cambiarle el nombre a Fidelio.
El 20 de noviembre de 1805 fue la fecha de la primera representación, pero la presencia de las tropas de Napoleón en Viena impidieron que el público acudiera de manera numerosa. Serían necesarios más años para que se valorara su ópera, y muchos más para entender cuán revolucionara es su música, aún en nuestros días.
¿Y del hombre en sí? Sabemos muy poco, y no por propia elección, sino por la decisión de uno de sus primeros biógrafos, Anton Felix Schindler, músico austriaco y ayudante de Beethoven que, desobedeciendo sus órdenes de mostrar la verdad, cometió el “crimen” de manipular sus cuadernos, acaso en una afán de protegerlo, de no dejar que la posteridad supiera la angustia de sus últimos años.
Con ello, empero, nos privó de conocer la verdad más de cerca, para así poder entender mejor cómo el hijo de un director de orquesta alcohólico y una mujer débil, propensa a la enfermedad e hija de un cocinero, llegó a ser uno de los más relevantes compositores de la historia. Quizá el recuerdo de su madre lo llevó a buscar una mujer ideal, su amada inmortal. No lo sabemos. Solo disponemos de la carta que escribiera en 1812, donde la llamaba «mi ángel, mi todo y mi más gran ser interno».
Historiadores musicales como Maynard Salomon habían afirmado anteriormente, basándose en estudios, que esa mujer podría haber sido Antonie Brentano, a la que se describe como una encantadora vienesa, esposa de un comerciante de Fráncfort y madre de cinco hijos. Antes se especulaba con que el amor fatal y más grande de Beethoven fue Josephine Brunsvick, o también su cuñada Johanna, que fue presentada como la amante de Beethoven en la película Amor Inmortal.
Ahora el musicólogo checo Jaroslav Celeda y el alemán Oldrich Pulkert tienen nuevas propuestas de quién pudo haber sido la famosa amada inmortal. Algo que sí se sabe es que Antonie Brentan tuvo un hijo, nacido nueve meses después de que Beethoven escribiera la famosa carta. Josephine Brunsvick también dio a luz un hijo algunos meses después y en ambos casos se sospecha de Ludwig van Beethoven como padre. No son por cierto, los único casos.
De origen flamenco y plebeyo, Beethoven fue obligado desde muy pequeño, por capricho de su severo padre, a estudiar música. Lo trataba con crueldad. Lo encerraba en el sótano. Aún así, el niño comenzó a brillar, variando las notas indicadas en las partituras, y con ello improvisando e inventando ya desde tan temprano. Debido al clima de angustia en que vivía, Beethoven fue aislándose en sus propias fantasías y en la música hasta que en su temprana juventud, comenzó a consolidarse en su carrera de músico.
A diferencia de Mozart, Beethoven no fue un niño prodigio, pero sí de un empeño prodigioso, por lo que tras la muerte de sus padres se mudó a Viena y encontrar finalmente el nicho que estaba buscando para su talento y esfuerzo. Compuso, se relacionó con otros artistas, publicó su primera obra importante y comenzó a dar conciertos. Una época plagada de ininterrumpidos triunfos personales que lo motivó a proponerle matrimonio a la cantante Magdalena Willmann, que, sin embargo, se negó por considerarlo «feo medio loco».
Beethoven falleció a los 56 años. Sobre su muerte han existido siempre muchas especulaciones. A lo largo de su vida, el compositor padeció varias dolencias, desde dolores abdominales crónicos a cirrosis hepática, nefropatía, pancreatitis crónica, depresión y alteraciones gastrointestinales, bronquiales, articulares y oculares. El Centro de Tratamiento Pfeiffer en Illinois, Estados Unidos, concluyó al analizar un mechón de su cabello y un fragmento de su cráneo, que podría haber padecido saturnismo dada la alta concentración de plomo encontrada.
Este metal es neurotóxico, y cuando está presente en la sangre, circula por todo el organismo ocasionando daños neurológicos irreversibles al llegar al cerebro. El saturnismo (o plumbosis), sin embargo, era más frecuente encontrarlo en el gremio de los pintores, debido al alto contenido de plomo presente en los pigmentos que utilizaban. Un ejemplo claro es el de Francisco de Goya quien, después de trabajar en sus cartones se retiró en 1792 (año en que nació Rossini, cuyas melodías eran admiradas por Beethoven, que a la sazón tenía doce años) para recuperarse de una dolencia que acabaría por dejarle (curioso el paralelismo) sordo en 1793.
A finales del primer semestre de 2017, la ópera de Colonia, la ciudad en la que iniciamos nuestro viaje beethoveniano, presentó un nuevo montaje de Fidelio, de la mano del veterano maestro de escena Michael Hampe, quien fuera intendente de dicha casa por muchos años y precisamente lo era en aquel montaje que llevaron a Hong Kong. Lo vemos de repente de pie frente al coro dando las indicaciones de la escena de los prisioneros que son sacados al patio para que Fidelio pueda ver si entre ellos se encuentra Florestán, pero no se halla allí.
Los prisioneros cantan «Oh welche Lust» (Oh, qué alegría), al ver de nuevo el sol y sentir el aire fresco sobre sus rostros. El maestro Hampe quiere que los cantantes muestren el cuadro humano con la mayor crudeza, y para ello se vale de la estética de Rembrand para colocar los personajes en posiciones dramáticas, y así va cantante por cantante acomodando a cada detalle, hasta el más mínimo.
Y dice: «Luego, cuando viene el solo de oboe en el momento en el que Leonore se encuentra finalmente con Florestán liberado por el ministro del rey, me verán llorar. No importa cuántas veces haya montado esta ópera, es uno de los momentos musicales y dramáticos en los que siempre lloro». Lo dice no solamente un extraordinario director escénico, sino un músico, pues el maestro Hampe tocó el violoncello en su juventud.
Él sabe de lo que habla, es uno de lo grandes que nos queda, pensamos todos viendo como a sus 82 años tiene energía de sobra para soportar los largos ensayos escénicos. Todo sea por el arte, por la libertad que nos propicia, por ese vuelo del pensamiento de la mano de la música y la palabra. Que sea un camino hacia una sociedad más justa y más libre.