Los Warriors se confirmaron como los auténticos dominadores de la NBA al alzarse por segunda vez en tres años con el anillo el pasado 13 de junio. La temporada anterior había culminado de manera inesperada con la derrota en la final tras remontada de los Cavaliers. Pero este año no podía volver a ocurrir y para ello se hicieron con uno de los mejores jugadores del momento.
Los de Cleveland han sido los rivales a batir en el último trienio en el que se ha repetido la misma final. En todas las ocasiones los Warriors eran favoritos, y más el año pasado tras haber firmado el mejor récord de la historia en temporada regular superando a los Bulls de Jordan. Aquella suspensión a Draymond Green cambió el sino de la serie y los de Ohio, con unos James e Irving heroicos, lograron dar la campanada.
Pero en la final de este año ya no existía tal factor sorpresa. Los Warriors estaban avisados. A pesar de volver a acreditar el mejor balance de victorias-derrotas durante los primeros 82 encuentros, esta vez supieron ahorrar energías y no dejárselas en el camino. Además, contaban con una incorporación decisiva: Kevin Durant.
Al inicio del curso casi todo el mundo daba como favoritos a los de Oakland, pese a que algunos escépticos planteaban la dificultad que podría suponer adaptar al alero al estilo de juego y, sobre todo, a la química de un vestuario donde estaban muy claros los roles.
Pero todo fue sobre ruedas desde el principio hasta el final y KD ha encajado a la perfección alternando y compartiendo protagonismo con Curry. Las pérdidas de Bogut y Barnes, que parecían poder hacer resentir el rendimiento defensivo del equipo, apenas se han notado y la aportación de Durantula ha cumplido con creces las expectativas.
Siendo honestos, ninguno de los dos contendientes tiene en la actualidad rival que le pueda disputar la soberanía en sus respectivas competencias y ambos equipos llegaron a la final con demasiada facilidad. De cara a la final, Cleveland contaba con LeBron y Kyrie como sempiternas bazas principales y a ellas se unía la de un revivido Kevin Love. Al ala-pívot californiano se le veía con más energía que en las pasadas campañas y con un acierto exterior más que decente. Con esta pieza rindiendo al máximo las opciones de los campeones del Este para repetir título aumentaban.
Otra de las supuestas ventajas de que podría gozar Tyronne Lue se correspondía con la aportación de los suplentes. Al haber perdido varias piezas, los Warriors parecían haber flojeado en este apartado. Daba la sensación de que Deron Williams, Kyle Korver, Iman Shumpert, Richard Jefferson y Channing Frye podrían sacar buenos parciales ante McCaw, Livingston, Iguodala, Clark, West o McGee. Siempre con LeBron en pista ordenando las jugadas de ‘su’ segunda unidad. Pero nada más lejos de la realidad, ya que el banquillo californiano demostró ser muy superior. En cuatro de los cinco encuentros fueron mejores que la segunda unidad de Cleveland. Los que salieron del lado de Steve Kerr anotaron 145 puntos por los 92 de los que lo hacían después de estar sentados a la vera de Lue, consiguiendo un +45 los primeros y un -9 los segundos durante los cinco choques que duró la serie.
Por otra parte, apartados que se apuntaban como claves como el rebote (229 Warriors y 218 Cavs) o las pérdidas (67 cada franquicia) se mantuvieron muy igualadas, más allá de que en algún partido concreto se dieran considerables diferencias. Tampoco fue decisiva la faceta del tiro de tres, ya que los porcentajes de acierto fueron casi calcados (38’2% de acierto).
Lo que sí es de resaltar es que se hayan dado tan amplias ventajas en tres de los encuentros (uno de ellos se lo llevó Cleveland). Tan solo el tercer y el quinto partido tuvieron emoción, si atendemos a la incertidumbre del marcador final. Lo que es innegable es que la serie fue una exhibición de juego ofensivo con acciones de altísimo nivel, sobre todo en estos dos partidos más igualados. Las anotaciones fueron elevadas en exceso, si consideramos que se trata de una final de la NBA. Golden State logró 122 puntos de media por partido, mientras que Cleveland consiguió 115.
En lo que rodea a este último dato posiblemente encontremos el apartado más influyente en el devenir de la serie. Y es que por más que LeBron (33’6 puntos por partido superando el 56% de acierto en tiros y apuntalándolo con un triple-doble de media) firme actuaciones grandiosas, tan solo cuenta con el apoyo fiable de Kyrie Irving (casi 30 puntos de media con más de un 46% de acierto en tiros). Love, quien venía en aparente gran forma, no respondió a lo presumible y promedió 16 sin llegar al 34% de acierto en tiros de campo.
Las apoteósicas actuaciones del base de Melbourne y del alero de Akron fueron contrarrestadas por la del Big Three de los Warriors. Klay Thompson, más irregular que de costumbre esta temporada y algo apagado en playoffs promedió 16 tantos por encuentro acertando en cerca del 43% de los lanzamientos que intentó. Stephen Curry, pese a estar tapado por KD y LBJ, anotó cada noche una media de 24’6 puntos con una puntería casi idéntica a la de su Splash Brother. El genio de Akron se dedicó a repartir juego a sus compañeros (rozó las 10 asistencias por noche) y estuvo más liberado del peso de la anotación, que recayó sobre el fichaje estrella: Durant. El genial alero fue el factor decisivo de la serie y se correspondió con el paradigma de matador. Promedió 32’6 puntos con un acierto inusitado, teniendo en cuenta que gran parte de sus tiros son lejanos: casi un 56%. Y no solo los números avalan a la apuesta de los Warriors para recuperar el trono, sino que en los momentos más calientes fue el capitalino al que no le tembló el pulso y quien cerró los partidos en favor de su equipo.
Cleveland ha de cambiar el modo de juego
El despliegue ofensivo en esta final fue llamativo y quizás los Cavs deben aprender que tienen que defender mucho mejor si quieren tener opciones ante el mejor equipo ofensivo de la historia. Normalmente un partido de alta anotación lo van a ganar los Warriors. Si hay ritmo frenético y campo abierto los de Kerr se mueven mejor. Han de defender mejor los tiros abiertos, ser mucho más agresivos y deben incorporar algún pívot intimidador para evitar penetraciones fáciles, ya que Tristan Thompson es tan solo un especialista en el rebote ofensivo. Asimismo, han de subir el nivel del banquillo, en la actualidd con más nombre que productividad. Si quieren jugar de tú a tú a estos Warriors, les puede dar como mucho para ganar dos partidos. Hacer el juego más trabado, más físico y más lento les debería convenir, aunque los actuales campeones manejan todas las facetas y son sublimes también en el juego estático con la circulación de balón. Evitar las coléricas rachas de los de la bahía debe ser una prioridad para que no se vuelvan a repetir las diferencias tan enormes que dejan sin opciones a los de Ohio mucho antes de que se cumplan los 48 minutos.
Con Durant mostrando esta inteligencia para elegir los tiros y con Draymond Green sabiendo asumir su rol de stopper, perdiendo protagonismo en ataque, los Warriors parecen invencibles si mantienen este banquillo y la conexión Curry-Thompson. Veremos si pueden mantener este nivel (en términos de resistencia física y de confección de estructura salarial), que es uno de los mejores de todos los tiempos.