Desde su llegada a la meta en la Avenida de los Campos Elíseos, bicicleta al suelo, un minuto de reposo en los brazos de sus amadas, hemos escuchado repetidamente la palabra fantástico.
A partir del triunfo en París, donde fue recibido por miles de daneses, con sus banderas, que viajaron especialmente a homenajearlo, fue aplaudido en Holanda y a su regreso a Dinamarca, Jonas Vingegaard, ha sido felicitado, entrevistado y escuchado.
El día miércoles 27 de julio de 2022, en un avión privado desde Holanda y escoltado por aviones F16, de la defensa aérea, envueltos con banderas de lona rojo y blanco, llegó, a mediodía, al aeropuerto de Copenhague. La ruta a la plaza del ayuntamiento, en el centro de la capital, estaba desde temprano ahíta de personas engalanadas con camisetas amarillas o de pepas rojas y con banderitas de papel en las manos.
Un cabriolé amarillo lo trasladó a él, su mujer Trine y su hija Frida hasta la plaza. Jonas saludaba con la mano derecha y miles de veces se la rozaban y él no lo evitaba. El trayecto fue lento pues en muchas esquinas era difícil abrirse paso, por la multitud concentrada y el deseo de todos de saludarlo, darle la mano, encontrar sus ojos y demostrarle admiración. Fantástico.
La llegada a la plaza fue recibida por truenos de alegría y relámpagos de aplausos emitidos por los miles y miles concentrados bajo la consigna: Vingegaard – Vingegaard – Vingegaard…
La tradición danesa es recibir a los deportistas que logran lo máximo, Copa de Oro o Camiseta Amarilla, servirles panqueques y abrirles el pequeño balcón de la casa de la capital.
Jonas Vingegaard fue recibido por la alcaldesa, ministros de negocios y de cultura y representantes de la Asociación del Ciclismo. Escuchó palabras leídas que resaltaban la epopeya y respondió a capela y emocionado. El resumen de su resultado, en sus propias palabras, fue: “fantástico”.
Salió al balcón, recibió ovaciones; la plaza, avenida y calles adyacentes estaban repletas por una multitud que había llegado temprano, esperado de pie, para vivir el momento en que Jonas se asomara al balcón, a compartir su triunfo con ellos y cantar todos juntos el himno nacional y hablar en pocas frases, de su emoción.
De la plaza en un auto cerrado cruzó H. C. Andersens Boulevard para llegar a Tivoli, donde 25 mil personas lo estaban esperando. Estuvo horas firmando autógrafos y sonriendo ante teléfonos que pedían selfis. La tribuna y el lugar eran el mismo del principio del Tour de France, que por vez primera partió desde Copenhague. Discurso del Embajador de Francia en Dinamarca y un cariñoso saludo de Jonas al público que había recibido unas gotas de lluvia mientras agitaba sus banderas de papel y gritaba su nombre.
Fantástico. Si, fantástico es la palabra que resume el triunfo deportivo de un joven que creció alejado de los Alpes, en un país dónde la altura máxima es de 171 metros y ganó la camiseta de pepas rojas.
Inolvidable la escena en que ve caer a su rival, el ganador del año pasado, Tadej Pogacar, Vingegaard llegó segundo, baja la velocidad para esperarlo y se dan la mano. Ningún danés se sorprendió.
Formidable que Macron lo salude personalmente y cuando aún faltan dos días de carrera, lo proclame ganador. Siempre supo lo que quería. Es sin duda la receta que lo llevó a la meta.
Jonas Vingegaard escribió en el Libro Azul de su escuela que quería participar del Tour de France, participó y ganó. Fantástico, como hoy, es en Dinamarca el hombre más querido. Su mayor ambición es ser buen padre. Sus seres más amados Trine y Frida.
Un gigante bajo y delgado
Hace varoniles las lágrimas
Se emociona emocionando.
Emana bondad y gratitud
Todos anhelamos contagiarnos.
Fantástico.