Santa y Andrés, el polémico filme del director cubano Carlos Lechuga, se empeña en reconciliar a quienes sufrieron la represión con quienes cumplían su deber.
La película Santa y Andrés trata de una mujer, trabajadora del campo y leal a su Comité Revolucionario, a la que se le encarga vigilar a un escritor homosexual para impedir que éste asista y contacte periodistas extranjeros durante un congreso.
Lechuga, similar a Tomás Gutiérrez Alea en Fresa y Chocolate (1993), plantea un encuentro entre dos personajes: un transgresor y un vigilante. Pero mientras que en Fresa y Chocolate ambos personajes dialogan en un contexto urbano y comparten el amor por la literatura para terminar comprendiéndose sobre ser revolucionarios cada uno a su particular manera, en Santa y Andrés el contexto es rural, la hostilidad evidente y la incomprensión constante e insuperable.
Carlos Lechuga sintetiza en el personaje de Andrés (Eduardo Martínez) experiencias de diferentes escritores cubanos concretos, lo que vuelve susceptible a ser criticada por inexactitudes históricas. A diferencia de aquellos relatos cubanos donde se discierne sobre logros y desaciertos y sobre si es preferible quedarse o abandonar la isla, en Santa y Andrés el ambiente se presenta tan hostil y sombrío que no se llega ni a titubear. Carlos Lechuga opta por fuertes metáforas visuales que invitan a ser interpretadas. En ese reto de innovación estética el director recurre también a un modo de autoficción. Es así como en Santa y Andrés éste se inserta a sí mismo en una foto como personaje de la biografía ficticia de Andrés, apareciendo como un amigo íntimo entre otros autores, posiblemente homosexuales y censurados en su momento. Los diálogos entre Andrés y Santa lo sugieren.
Como si el director hubiese anticipado su propia censura
Sin duda, el director supo que la censura y represión contra ciertos intelectuales y en el contexto rural es un tema difícil a tratar. Santa y Andrés fue rechazada, tanto en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana, como en el Havanna Filmfest en Nueva York. Lo cierto es que Santa y Andrés generó polémica y obligó a pronunciamientos públicos de personalidades, entre directores de cine, de festivales y funcionarios. Carlos Lechuga habrá conseguido poner el dedo en una llaga, pero llama la atención que luego de difundirse y recorrer festivales la película no haya sido mencionada más. La constelación de personajes ficticios situados en un ambiente impreciso, pero históricamente precisado, hace dudar de la calidad de la obra y de la intención del director. Sin embargo, los diálogos poseen calidad y el filme se presta a interpretaciones múltiples.
Una exégesis de lo que parece, pero no es
Intentemos aquí una interpretación completamente descabellada que identifica motivos bíblicos en una película que saltaría entre testamentos: en la escena en que Andrés duda del rol como escritor para la sociedad, Santa (Lola Amores) trepa un árbol de fruta con la agilidad de una serpiente para coger frutos que servirán a la producción artesanal de dulce de Andrés, quien –como un ermitaño– vive solo, aislado y en lo alto, consagrado al amor por las letras y escondiendo el manuscrito de su nuevo libro en la cloaca, es decir, en el lugar donde acaba lo que atraviesa nuestras entrañas y donde preferimos no mirar.
Andrés halla en la producción casera y venta ambulatoria de dulces de fruta un sustento y pretende de ese modo mantener una reducida relación con la comunidad. Santa en cambio le demuestra que tal relación requiere de entrega, pasión y amor. Andrés, quien parece no haber tenido ese conocimiento del bien y del mal antes, nos resulta un Adán. Santa deviene ya antes en una especie de María que se apiada de su hijo, en este caso Andrés, para acompañarlo en su martirio y llevarlo a su salvación. Ella, que suele lucir la cabellera rizada cubierta por un paño, se la suelta y luce un hermoso vestido para seducir –cual María Magdalena– a Andrés para cambiar la suya por una vida de placeres terrenales. Pero Andrés cultiva un amor superior, homosexual y entregado a las letras.
Continuando esta lectura con la Biblia en mano, Andrés nos puede resultar un Jesús Cristo cuyo camino a la ascensión –su huida por el mar– resulta inevitable. Y mientras Andrés anticipa su disolución y la pérdida de su identidad como escritor, Santa reclama una identidad más allá de la impuesta, quedándose a vivir en la Isla para limpiar estiércol de los animales que la rodean.
Las metáforas visuales de Lechuga son múltiples y alimentan la fantasía viva del espectador. Al punto de imaginar ver por una fracción de segundos al Ernesto “Che” Guevara muerto en Bolivia en aquella escena donde Andrés es hospitalizado para recuperarse de la punzada entre las costillas propiciada por alguien que no sabe lo que hace.