En el disco de Pablo Loaiza1, Unicornios Violeta2, figuran composiciones y arreglos que van más allá de lo formal para pronto incorporarse en nuestra sensibilidad más profunda y, seguramente, en nuestros afectos musicales más entrañables. Sabemos que toda exploración musical como la de Loaiza, remite a una indagación interior y, en una espléndida obra sonora como esta, el llamado caluroso y vibrante a nuestra historia personal es inequívoca. Así, en el escenario que estos músicos nos presentan, se hace posible el diálogo gozoso, inteligente y amable entre la música y el auditorio, entre el compositor, la agrupación de músicos y los oyentes, para converger en un ánimo profundo e íntimo. Una clara evidencia de ello es el texto que ustedes tienen ante sus ojos... comparto pues, a modo de celebración, mis meditaciones acerca de cada una de las composiciones de este disco.

Invisibles párpados

Súbitamente los dos abrieron sus ojos en la madrugada (tal como sucede con las primeras notas del piano de Emilio Reyna3 y la guitarra de Todd Clouser4 en esta composición); y en ese instante lo decidieron (tal vez aún en medio de un sueño): a partir de ese momento, se dijeron, usarían su imaginación para alzarse contra todos aquellos que quisieran sofocar su tiempo juntos. Un par de horas más tarde partieron sin rumbo. A los tres días de viajar saludaron a la pobreza. Luego, encontraron que era bueno extender sus cuerpos en la playa. Se rieron porque sus huellas en la arena dejaban rastros muy parecidos. Si algún dios los hubiera mirado desde las alturas habría notado que, unidos, parecían un solo ser. Se movían cadenciosamente: como si fueran las contracciones de un animal fantástico y colosal saliendo de su capullo, en pleno final de su metamorfosis.

He aquí que este dios, al verlos, se preguntaría asombrado: “¿Quién, hace no mucho tiempo, habría adivinado que ellos serían tan amables al conocerse, tan imprudentes al desvelarse, tan justos al explicar, tan clementes para aprender, tan necios al defenderse, tan libres para acordar, tan pequeños al confundirse, tan misericordiosos al encontrar sus propias palabras, tan ciertos al juzgarse, tan diestros para sacudirse el polvo de los prejuicios, tan poco graves al regocijarse, tan optimistas para hacer planes y cambiarlos, tan inocentes al atreverse, tan distraídos para perderse y después buscarse, tan gigantes para hallarse, tan vehementes al argumentar, tan vertiginosos al compartir, tan ligeros al asumirse, tan filósofos para amar, tan vastos al desear, tan niños al añorar, tan irónicos al mirarse, tan misteriosos para adivinarse y tan apacibles a la hora de descansar, como si retozaran en medio de una manada de felinos?”

Lucasio

Una melodía brota jovial desde una fuente inesperada, sale a tu encuentro, la oyes nuevamente mientras caminas hacia tu hogar. Imaginas a Aarón Cruz5 pulsando su bajo, dejando caer notas que saltan de un lugar a otro, que se esconden mientras aletean sobre tu cabeza, te traspasan y te convocan desde la lejanía. El espacio trazado en esta música es amplio, con el ritmo amable y sincopado; más adelante, los otros instrumentos se incorporan y, mientras la pieza avanza hacia ti haciendo piruetas, parece que es ella la que te observa desde algún rincón, y lo extraño de ese pensamiento te sorprende y anima. Luego, durante algunos compases, el sonido del grupo llega a tu regazo como si te estuviera esperando desde hace mucho tiempo. Así, la melodía de Lucasio te maravilla y te acompaña, jubilosa, en el trayecto.

El bosque eterno de los niños

Los sonidos de la infancia constituyen un delicado útero melodioso que nos resguarda. En cada época, las voces del mundo se superponen formando una membrana de armonías que nos envuelve hasta volverse esencial, como nuestra propia raíz. Más aún, podemos pensar que la existencia musical del ser humano consiste en tratar de recuperar los sonidos en su simpleza y su pureza, los mismos que nos rodearon desde nuestros primeros días. Esta pieza nos devuelve gran parte de esa música esencial y originaria que hemos estado buscando y que, de manera súbita, nos remite a nuestra propia semilla.

A la vez, nos encontramos con una melodía que expresa hallazgos en lugares impensados, el tema se deslía en diálogos brillantes entre los miembros de la agrupación. Digna es de notarse la declamación de Todd Clouser: todo ello nos brinda un elixir vibrante, que nos insinúa rutas por explorar, colores por añadir a nuestras experiencias sonoras y perspectivas imprevisibles que nos convidan a enriquecer nuestro mundo melódico.

Misterios, amor y otoño

I

El sonido largo y acompasado de una carreta que avanza hacia donde, horas más tarde, saldrá la luz. Las varas que crujen al paso lento y extenso de una carreta. El entrechocar de guijarros que se desmoronan al paso de las ruedas de madera. Los gemidos sordos de un animal herido. La desvelada discusión de los grillos vocingleros: siseo nocturno de los insectos. El tamborileo ubicuo de la lluvia al derramarse sobre el mundo. La percusión insistente de un pájaro que horada la madera. El aleteo de una lechuza que desciende a las capas de los árboles para cazar, y el escándalo de polluelos asustados. El discurso arpado de una pequeña cascada. La caída repentina de un nido sobre la hojarasca: crisol donde se funden los destinos.

II

El estertor del tren bigardo de las seis de la mañana. Un ventarrón que, bramando, arranca y dispersa los tallos frágiles de los tulipanes. El gruñido rítmico del entrechocar de las mazorcas al desgranarse en la mano del abuelo.
Las ramas sacudidas por el viento frío, nuncio del otoño, que nos provoca una angustia etérea que no sabemos explicar. Los susurros de una voz desconocida que canta las oraciones en la hora primera, con las que intuimos que la divinidad es, en realidad, un eterno flujo azaroso. Todos los sonidos anteriores, condensados en el suspiro lánguido y profundo que Santiago Arias extrae del bandoneón al pulsar el nácar de sus botones, inaugurando nuevos abismos en el alma que se expanden con cada nota larga, y se pliegan con las exhalaciones nostálgicas del fuelle, envolviéndonos en un abrazo infinito, definitivo.

Amante de lo irreal

A la salida de la fábrica, en una tarde carcomida por el frío inesperado de un otoño incipiente, se encontraron en la plazoleta, ya vacía a esa hora. Casi les dio pena mirarse y reconocerse: tenían el cabello sucio y el rostro cubierto de un polvo negro que caía a su alrededor, esparcido por la brisa insistente. Las calderas de vapor dejaban salir su agitado y ronco hálito con una respiración entrecortada y sin ritmo. Ellos se miraron poco a poco y se sonrojaron, ¡cuán adustos son los rostros de los explotados! Esa tarde los dos sonreían torpemente por cualquier cosa, sin apenas hablar de nada. Caminaron por el rumbo con paso incierto y, finalmente, entraron en una puerta que rechinó al abrirse. Él sostuvo la mano de ella y subieron a una pequeña estancia sin ventanas. Dentro del cuarto, ella se desvistió en la oscuridad temiendo exhibir sus ropas remendadas y desgastadas hasta la decoloración. Él hizo lo mismo maquinalmente, como obedeciendo una orden lejana y anónima. Luego se abrazaron y se besaron frotando sus labios con rudeza. No había lecciones de poesía de por medio, ni promesas de futuros imposibles de cumplir. Sólo sus cuerpos unidos por la furia que impone un deseo inopinado. Luego se hizo el silencio y el reposo que sigue a la creación de la tierra. Entonces sus cuerpos ingrávidos percibieron la sutileza de una armonía metálica y generosa. “Es la armonía de todo este mundo”, dijo ella. La vibración lejana de su voz fue como una despedida antes de su vuelta a la negrura esencial del sueño. En suma: no era más que el amor mismo, en toda su infatigable, azarosa y pura simplicidad, tan ancestral como libre y espontáneo, desprovisto al fin de cualquier destino.

Felpita Suavecita

El saxofón de Jahaziel Arrocha y el piano de Emilio Reyna tributan sus expresivas líneas al amparo de un blues jubiloso. El tema de la composición es expresivo y abierto, destila libertad y atrevimiento, que son cualidades de la agrupación entera. Los solos acontecen desde las márgenes de la forma de la melodía, juegan alrededor del ritmo vibrante que se transporta imaginativamente en la intervención de Pablo Loaiza. A veces la música evoca la pirotecnia festiva de una fiesta patronal, otras, parece que acompaña un auténtico delirio de danzantes en procesión que bailan acompañados de percusiones frenéticas, así mismo, al escuchar este blues somos convocados a un rito que festeja el ancestral pacto de libertad establecido entre los mortales y sus dioses.

Unicornios violeta

Te aproximas a casa atravesando una arboleda que fue recorrida también por ancianos de otras épocas. Un sonido lejano e indefinido llega a ti. La música es inestable, se mueve en círculos arrastrada por el viento. El tema es tan azaroso que llama poderosamente tu atención: caminas entonces con paso decidido y vivaz. Pero luego desaparece entre las ramas que no dejan de moverse.

Has decidido poner atención a esa música cuya melodía todavía permanece incierta. Las notas hacen un rodeo y regresan a ti, ahora más nítidas, pero todavía no se dejan atrapar fácilmente.

Puede ser, piensas, una pieza nostálgica, pero… ¿cuál precisamente? ¿Acaso una sonata? ¿Tan insumisa y desconocida? No, no puede ser. Quizá una balada dulce y lánguida, pero, ¿tan inasible?

Unos pasos más adelante, la melodía sigue más misteriosa e indescifrable que antes. Tratando de aguzar el oído, te detienes un momento para hacer un esfuerzo y atraparla. Para ti, identificarla ya se ha vuelto un auténtico desafío y, al detener tu paso, la música se escurre otra vez entre los arbustos. Sostienes el aire. Nuevamente, esa música llega a ti y vuelve a extinguirse. Segundos después, renace y te alcanza, pero siempre sin dejarse reconocer… “¡Por los dioses: qué encantamiento tan desconocido! ¿Qué suerte de magia tan extraña es esta?”, exclamas, ya con azoro.

Entonces, cierras los ojos y te concentras para escuchar mejor. En un intento ansioso por repetir el tema que llega a ti, obstruyes con las manos tus oídos, para concentrarte en su breve recuerdo, y excluir así los sonidos exteriores. En ese instante, las notas que tanto buscabas afuera, se revelan en toda su pureza: lo que habías estado escuchando es, finalmente, la música inimitable y única de tu propio ser.

  • Músicos: Pablo Loaiza (Costa Rica), batería y composición; Emilio Reyna (México), piano; Aarón Cruz (México), contrabajo; Todd Clouser (Estados Unidos), guitarra y voz; Santiago Arias (Argentina), bandoneón; Jahaziel Arrocha (Panamá), sax tenor.
  • Grabado el 5 de noviembre de 2023 en Animalito Récords (Ciudad de México).
  • Producido por Pablo Loaiza y Jorge Guri.
  • Ingenieros de grabación: Dani Aztatl y Jorge Guri.
  • Mezclado y masterizado por Jorge Guri en Lúcuma Estudio (Costa Rica).
  • Diseño y arte por Vonna Misterio.

Notas

1 Cuenta oficial en Instagram de Pablo Loaiza.
2 Detalles del álbum Unicornios Violeta.
3 Cuenta oficial en Instagram de Emilio Reynas.
4 Cuenta oficial en Instagram de Todd Clouser.
5 Cuenta oficial en Instagram de Aarón Cruz.