El comedor escenifica la sala contigua a la cocina de una casa de labranza de cierto nivel socio-económico. Lo habitual en las zonas rurales de la provincia es el cortijo de pequeño tamaño donde hogar y sala coinciden en una misma estancia, sirviendo de dormitorio la mayoría de las veces, ya que las cámaras del piso estaban dedicadas al almacén del grano, secadero de jamones y productos de la matanza, etc. En zonas económicamente más fuertes (Depresión de Antequera…) se da un tipo de viviendas de mayor especialización en los usos de los espacios, correspondiendo, también, a un mayor nivel social. El comedor que se presenta en el Museo corresponde a esta tipología, pese a la sencillez que lo domina.
La selección de piezas expuestas, mesas tocineras, bazares, ruecas, lebrillos, orzas, máquinas para picar carne, etc., así como buena parte de las de la cocina, son utensilios empleados en las matanzas, actividad, todavía en uso, que mantiene la realización de objetos y técnicas sólo posibles por procedimientos artesanales y contribuye a la vigencia de todo ello.
Si la mar fuera la primera seña de identidad de Málaga, el vino ha sido la segunda. Reconocida la calidad de sus uvas desde la época islámica, la industrialización tuvo como motor impulsor la fabricación en hierro de los flejes de las botas para la exportación del vino de Málaga. Este importante sector económico queda materializado a lo largo de la crujía sur de la planta baja en la sala 7.