Esperábamos su avión a las 11.30 de la mañana, pero como es habitual en Roma, siempre sucede algo inesperado, sobre todo si se habla de aeropuertos. Había huelga de los funcionarios de aduana y el avión pudo aterrizar solo a las 13.00, con una hora y media de retraso.
Un mes antes nos había dicho que se marcharía a los Estados Unidos, invitado por no sé cuál institución, eran los días en que se fraguaba la revancha oficial contra el fallido atentado al general Augusto Pinochet y claro, sus deseos de dejar esa pesadilla y la acumulada ansia «por salir a respirar», como él mismo ahora nos confirmaba.
La comunicación telefónica fue más fácil hacerla directamente y no pasar por la operadora. Había problemas con la línea.
El cambio horario al parecer lo encontró apenas levantado, no por ello menos jovial y cortés. Su estadía en los Estados Unidos se prolongaría hasta mediados de marzo. Al cortar, pensé que era una lastima: no asistirá a nuestro estreno.
Un tiempo después Carmen Balcells, la mítica agente literaria, me contó que José Donoso se encontraba en la Feria del libro de Frankfurt. Algo me dijo que no seria imposible verle. Justamente.
Una mañana, muy temprano, me telefoneó la directora italiana de teatro Caterina Merlino. Me decía: «Antonio, hace cinco minutos me llamo José Donoso desde Frankfurt, dice que llega mañana a las 11 y media». Media hora después habíamos contratado una dactilógrafa y el guion que preparábamos de su libro El obsceno pájaro de la noche, aparecía, por fin.
José Donoso llegó acompañado por una valija gigante, “he equivocado todo, nos dijo, traje ropa para superar la antártica y aquí aun es otoño y uno se cuece”. Roma, cómplice, con su mejor clima, entibiaba el paisaje. «El Mediterráneo, ahhh, el Mediterráneo”, dijo suspirando, después de contarnos que el por Italia ha pasado muchas veces, la conoce entera, que gran parte de su obra esta impregnada de ese hálito hospitalario que el paisaje, los vinos y las gentes de esta tierra, siempre le han brindado.
El viaje desde el aeropuerto fue una odisea automovilística, que duró unos buenos 80 minutos. Al llegar a la casa donde se hospedaría, nos manifestó su intención de descansar, nos llamaría por la noche, dijo. No pasaron más de 60 minutos que Donoso ya nos llamaba. Apareció por el teatro por la noche, con sus ojos de niño y su barba de marinero inglés.
Los días romanos de Donoso, con su figura imponente y a la vez juguetona, nos hicieron olvidar, por momentos, que no vivía aquí, sino en Chile, y que no era simplemente un escritor chileno, sino el mas importante escritor chileno de hoy, uno de los mas importantes de Latinoamérica.
Donoso había llegado a Roma después de haber presentado su último libro en la feria de Frankfurt, La Desesperanza, la primera novela que escribiera después de su regreso a Chile, después de un exilio voluntario, comenzado «mucho antes de que sucediera nada». Este exilio le permitió mirar «desde lejos esa realidad», para desde allí descubrir una identidad común. Con esto, Donoso se acerca a ese ámbito que tiene que ver más con mi generación que con la suya, como diría Cristian Warnken, donde la naturaleza chilena casi no existe, porque se la busca en artificio.
La Desesperanza es la historia de una pareja que se reencuentra en Chile. Él un cantante de suceso exiliado en París. Ella, una hija de la burguesía, militante de la izquierda. El encuentro sucede durante el funeral de Matilde Urrutia (la viuda del poeta Pablo Neruda). El itinerario es la plena conciencia del horror cotidiano, de allí se suceden las diversas tramas laterales que documentan este «verdadero informe sobre la desesperanza», que es a su vez una crónica literaria en clave, que delata el poder de la alucinación obsesiva que caracteriza a Donoso.
Pudieran quizás los antecedentes dados hacernos venir en mente una suerte de cronología ya leída y releída, escrita y rescrita, por los muchos escritores que ha dado el exilio; sin embargo esta desesperanza no se subscribe a ello, sino que al contrario, como toda la narrativa de Donoso se inscribe en una labor literaria mayor.
A José Donoso no le gusta hablar de política. En la novela, sin embargo, no ha podido dejar de hacerlo. «Esta es la única novela que podía escribir, porque esta es la única realidad que existe en Chile, donde se ha llegado al limite de que no hablar de política es absolutamente reaccionario y donde al mismo tiempo es inútil hablar de política». Prefiere hablar de sí, de los seres que lo rodean, de su hija que se casó con el hijo de un hermano suyo, «su primo», dice arrugando la frente. «¡Esta loca!, le he dicho que le nacerán hijos con rabos de cerdos, pero nada, ella es obstinada como su padre».
Habla también de su madre, «una señora muy respetable y distinguida, amiga del presidente Alessandri, amante de la libertad y las buenas costumbres», que en los últimos años de su vida, durante la presidencia de Allende, obsesionada por el terror a quedarse sin víveres, acumuló (acaparar se decía en ese entonces), conservas y de cuanto hay, distribuyendo todo por toda la casa. La despensa reventaba de café y mermeladas, la cantina llena de azúcar y harina. La pobre murió finalmente de hambre, producto de un cáncer que le había inmovilizado la boca.
O de él mismo, que se arriesga siempre a derrumbarse cada vez que termina de escribir un libro, producto de una serie de enfermedades violentísimas, que le vienen inesperadamente: la hemorragia de una úlcera cuando terminó la última línea de El obsceno pájaro de la noche: «me encontraba en la casa de mi amigo Luis Buñuel, cerca de Zaragoza. Había terminado de escribir aquella tarde, de pronto caí al pavimento. Buñuel me llevó en brazos al lecho y me hizo preparar una violentísima sopa de ajo. Por muchos días no reconocí a nadie, ni siquiera el tiempo que vivía». O de la embolia que lo clavó un mes en el hospital, la primavera pasada, cuando terminó La Desesperanza.
Entre anécdota y anécdota, Donoso nos habla, sin quererlo, de la realidad chilena de su novela, «si no hubiese experimentado también yo ese horror cotidiano, no habría podido escribir este libro», nos dice, pese a que yo mismo vivo privilegiadamente, en una suerte de ghetto intocable. «¿Pero qué derecho tengo yo de ser libre, si mi país no lo es?», mientras lo dice, sus ojos se hacen nostálgicos y me recuerdan su último artículo publicado en un diario español, El País, «El espacio literario», cuando una escritora portuguesa, a la cual le sugirió paciencia, para esperar el advenimiento de la democracia y esta le respondiera – «¿Y mientras tanto? ¡Se nos va la vida!».
Donoso, consciente de esto, ha intentado un buen antídoto. Un actor de Sueños de mala muerte, que Donoso escribiera para Delfina Guzmán (publicado en “Cuatro para Delfina”), me contó que cuando este se desesperaba de depresión, llamaba por teléfono a Delfina, para advertirle que se encontraría entre la platea del teatro durante el espectáculo, así ella al final de la función lo llamaba al escenario a compartir los aplausos con los actores. «Fue una gran terapia», nos confirma, y nos cuenta que ahora esta escribiendo una obra teatral para Broodway y que a esto se suma la preparación que estamos haciendo nosotros del Obsceno pájaro.
Pero Donoso, pese a su eterno desarraigo, ¿cómo ve el futuro? «Me es dificilísimo ser optimista, el optimismo me parece a este punto, una enfermedad o mas bien una manía contemporánea. La realidad es la que es. Una realidad que no puede llevarnos nada mas que a la desesperación».
José Donoso Yáñez (Santiago, 5 de octubre de 1924 - 7 de diciembre de 1996) fue un escritor, profesor y periodista chileno que formó parte del llamado boom latinoamericano de los años 1960 y 1970. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1990.
Estos recuerdos los escribí en abril del año 1987, después de su visita a Italia.