Y habla el volcán:
«Me dicen Zencapopoca por humear mucho a momentos, aunque mi nombre antiguo es Tlachihualtepetl, conocido por los hombres de antaño. He contemplado el transcurrir de los tiempos y con ello el devenir de los seres que cumplen su ciclo vital. Pero mi ciclo vital es más lento, mis noches son largas y mis amaneceres repentinos, aunque en mis sueños vigilo el sueño de los hombres y su proceder. Dicen que mi último despertar ocurrió alrededor del 820 de nuestra era, cuando inesperadamente cobré conciencia de mí mismo.
»Los hombres de diversas épocas y tiempos han sido atraídos por mis tierras fértiles y las lluvias abundantes que emanan de mis entrañas, llamados por los tesoros que en mí encuentran, por lo que a manera de reciprocidad me regalan una parte suya. Traspasando el tiempo, entro al espacio de los hombres para escuchar sus requerimientos y vislumbrar la huella finita que deja su paso por mi geografía. Por ello, he acudido en sueños a los hombres que aún creen en mí, para escuchar sus peticiones y manifestar las mías…
Los cuatro elementos de la naturaleza que en el lenguaje de los magos constituyen el campo gravitatorio de la sustancia y, al propio tiempo, el depósito de donde extraemos la materia para construir nuestros cuerpos, no es sino, de acuerdo a su particular lenguaje, éter en distintas frecuencias vibratorias, bajo la sintonía de su cosmovisión. Pero, al hablar de los elementos de la naturaleza debemos tener en cuenta que cada uno, sea la tierra, el agua, el fuego o el aire, no son simplemente fórmulas químicas, sino que son entidades: la entidad agua, la entidad tierra, la entidad aire y fuego, que lo llenan todo.
Nos damos cuenta de que el número cuatro es básico en el estudio de los elementos, y de la fuerza que a través de ellos adquiere el mago por su dominio, por su control; además, nos introducen en el mundo de lo oculto, a través de criaturas pertenecientes a su esencia, que llaman en algunos lugares, los gnomos de la tierra o espíritus de la tierra, las ondinas de las aguas, las salamandras del fuego y las sílfides del aire; porque todas estas fuerzas están trabajando en proveer la capa sustancial, que precisa la omnipotencia para manifestarse en los planos inferiores; son, por decirlo de alguna manera, al igual que el átomo físico, la base donde se estructura todo el universo, bajo la perspectiva del mago.
Dicho de una forma más sutil, la persona que logra controlar los cuatro elementos, es decir, que logra comprender a la perfección estas fuerzas elementales, se convierte en un dios, porque no sólo domina sus cuatro cuerpos: el físico, el etérico, el astral y el mental, sino que domina también los cuatro reinos de la naturaleza: el material o mineral, el vegetal, el animal y el humano. En Oriente, y en la América precolombina, la sociedad y la naturaleza representaban para la mente lo inexpresable: las plantas, las rocas, el fuego; todo está vivo. Nos observan y ven nuestras necesidades; observan el momento en que nada nos protege y en ese momento se comunican con nosotros. En México, la estirpe de los chamanes del rayo, conocidos habitualmente como graniceros (herederos de los antiguos teciuhtlazqui nahuas) son conocidos por dominar enteramente a los elementos de la naturaleza con maestría absoluta, con el añadido de poder de controlar y «comunicarse» con el clima, para el bien según parece.
Los graniceros se dedican entonces a manejar el tiempo: pueden hacer y deshacer nubes, «mandar el rayo» y evitar tormentas, granizadas y heladas que perjudican las milpas (agroecosistema mesoamericano cuyos principales componentes productivos son maíz, frijol y calabaza); su profesión es, por tanto, esencial para los campesinos.
Estos chamanes se inician exclusivamente por acción divina: son tocados por un rayo. Para ellos hay dos realidades: la visible y corpórea, y la invisible, que es donde residen los «trabajadores del tiempo»; estos seres sagrados están en contacto con el espíritu de los graniceros, confiriéndoles sus poderes sobrenaturales.
Del mismo modo que varios hechiceros, chamanes y brujos de todo el mundo, los graniceros nahuas creen que el aprendizaje oculto solo se logra con el espíritu separado del cuerpo; entre ellos, la separación se da en muchos casos por medio de una «enfermedad iniciadora».
La principal característica de un granicero es la de «representar a un individuo que ha sido escogido por Dios para que le sirva como intermediario entre su reino y sus hijos que habitan en la tierra». Para ser elegido, es necesario pasar por varias pruebas, pero la mayor, sin duda, es la de ser marcado por la acción del rayo.
El rayo es reconocido como el símbolo que mantiene unido al hombre con los dioses; es la conexión activa entre ambos. Es el aspecto más humano del control del orden de la naturaleza. Hay dos maneras de ser «marcado» las cuales, adicionalmente, indicarán una diferencia de «prestigio y poder» atribuidos al mago:
Los rayados: los más gloriosos, que son aquellos que fueron tocados por un rayo femenino que los mata y un segundo rayo masculino que los resucita.
Los cuarteados: estas personas son marcadas de manera indirecta por la fuerza del rayo, pero la descarga eléctrica es tal, qué deja inconsciente al elegido (se dice qué esta privado y muy comúnmente inicia un viaje en forma espiritual al reino de Dios).
Estos expertos del tiempo, que aún en nuestros días los encontramos en algunos pueblos campesinos del centro de México, sobre todo cercanos a las montañas y montes, como el Popocatépetl, La Malinche o el Pico de Orizaba, son herederos de un complejo cultural mítico religioso de procedencia prehispánica. Los mesoamericanos eran grandes observadores de la naturaleza, llegando a considerarla como sagrada y pensaron que debía ser cuidada y reverenciada como dadora de vida de plantas y animales.
Otra particularidad de los graniceros es la de curar a otras personas con sus manos acompañados de sus rogativas al Todopoderoso; también hay casos en los que se les amplía la visión a través de los sueños y así pueden comunicarse con el espíritu de las montañas y los elementos sagrados.
Actualmente a los que trabajan con las nubes, que es el clima, se les denomina diferencialmente de acuerdo a su región: graniceros en el centro de México, tiemperos en Puebla, misioneros del temporal en Morelos, y media docena más de nombres, como quiaclasque, cuitlama, aurero, señores del temporal, temporalistas, aguadores, hijos del rayo, y otras tantas denominaciones.
Ellos toman esto como una bendición de los dioses, quienes los han elegido para proteger a sus pueblos y comunidades, y lo consideran la misión más importante de sus vidas. Los graniceros se funden en espíritu con la naturaleza y, sobre todo, con los fenómenos atmosféricos de destrucción.
Como lo mencionamos, el rayo los confirma y los decreta como «Señores del Tiempo».
Y habla el volcán:
«Dicen que los dioses habitan el cielo o la tierra. Se sabe que circulan a través de ellos, traspasando mundos para impregnarse de la esencia del todo. Yo sé que combinan lo húmedo con lo seco, en un intento de impregnar la tierra y traer la vida donde sólo imperaba la muerte. Pero sólo un dios tiene dentro de sí el poder del rayo y la tormenta; sólo un dios sabe cómo ser lluvia, viento granizada y trueno al mismo tiempo. Dentro de él están contenidos el infierno y el cielo, todo lo que es y todo lo que jamás será. Aquel que domine ese dios tiene el mundo entre sus manos y un aliado en su corazón.
Yo soy el camino y la llave a aquel que intente semejante proeza…»