Hace unas semanas tuve la desagradable sorpresa de comprobar cómo el Gobierno de mi propio país entra de lleno en la retórica cientifista del tercer milenio suprimiendo la asignatura de Humanidades del programa del último curso de Bachillerato, un momento clave antes de acceder a la educación superior. Una catástrofe de proporciones colosales en seres en formación, para los que precisamente leer y escribir, nutrir su pensamiento crítico, será clave a la hora de pasar a la etapa adulta.
Ahora bien, esto me llevó a cuestionar qué significa realmente la pedagogía y la educación. La sociedad actual no es ni de lejos parecida a la sociedad de la Ilustración ni a la sociedad que a finales del siglo XIX vio la eclosión de la Revolución Industrial. Es una sociedad exigente, rápida hasta el frenesí, extremadamente contradictoria, desorientada. ¿Por qué? No volveré a repetir la importancia de la educación en la formación de ciudadanos, pero, sobre todo, seres humanos libres, conscientes, que contribuyan al progreso social real, más aún en la Sociedad del Conocimiento.
No soy pedagoga, ni psicóloga, pero desde luego sí creo que tengo aceptables capacidades de aprendizaje, observación y análisis de la realidad que me rodea. Y lo que la realidad me transmite en el campo educativo es, cuanto menos, peculiar.
Hace ya un tiempo que se viene dando el debate acerca de la viabilidad y utilidad del sistema educativo tal y como lo conocemos en la nueva Sociedad de la Información. Psicólogos como el norteamericano Roger Schank, experto en Inteligencia Artificial y docente durante más de 30 años en Yale, se atreven a afirmar que en esta nueva era el sistema educativo ha quedado obsoleto para las nuevas capacidades que tienen las nuevas generaciones y las necesidades sociales que surgirán crecientemente a nivel profesional con el avance de la robótica.
Según Schank, las universidades no preparan a las personas para saber programar o saber cómo conseguir un nuevo trabajo, por lo que el concepto académico de universidad sólo sobrevivirá a través de unas pocas marcas muy reconocidas – Yale, Stanford o Harvard, entre ellas. El sistema educativo que se desarrolló en el caso estadounidense en el siglo XIX fue precisamente diseñado por Charles Elliot, primer Rector de Harvard, quien impuso las categorías de asignaturas como álgebra, química, literatura, historia o lenguas extranjeras porque eran precisamente los campos de estudio que ofertaba su propio centro. El utilitarismo y la eficiencia en su máximo exponente.
Actualmente está de moda el planteamiento del aprendizaje disruptivo que, frente al modelo jerárquico, vertical, de clase magistral propone un aprendizaje a través de materiales audiovisuales de apariencia o look & field sexy, en materias atractivas o que sean atractivas para el alumno en cada caso y que se base en la sorpresa y el interés. En la emoción. Eso sí, con poco contenido textual – igual la lectura exige un esfuerzo demasiado duro- y mucha apariencia. Sin evaluaciones, porque eso fomentaría la competitividad. Bien de postureo. Hablemos en el lenguaje millennial.
Universidades como la de Texas, la de Rutgers en USA o la de Mondragón en México, ponen en práctica estas “revolucionarias” propuestas. Ahora bien, proponen mucho material o píldoras didácticas envueltas en una apariencia o formato infantiloide tipo “Mr. Wonderful”, o hipervisual, pero poco contenido clave. Mucho lenguaje creativo y poco concepto y objetivo. Poca lógica en general. Algo bastante sospechoso en la era de la eficiencia.
¿Cómo hemos logrado los pobres ciudadanos oprimidos en el aburrimiento de la mnemotecnia sin sentido, los dictados o los exámenes aprender algo de historia, literatura o arte? ¿Cómo hemos podido siquiera llegar a desarrollar la Tercera Revolución Industrial, la del Conocimiento y la robótica, si somos esclavos de un sistema que sólo premia el aburrimiento y no piensa más allá?
No seré yo quien afirme que ningún tiempo pasado fue mejor, pero no puedo soportar las falacias de propuestas que buscan el lucro fácil con unas breves y poco desarrolladas ideas. En el caso de España, la Fundación Telefónica está llevando a cabo estas nuevas propuestas educativas a través de María Acaso, reconocida experta tanto en España como en Latinoamérica como líder en esta revolución de la “re-educación”.
Parámetros como “cambiar la dinámica de poder” – luego nos preguntamos a qué vienen esos estallidos de violencia social o maltrato directo (bullying, violencia de género) cuando no se tiene un concepto de autoridad ni de respeto básico, o “dejar de evaluar y pasar a investigar” – como si en el proceso de lectura y estudio no se tuviese que investigar-. Más aún, como si el proceso de evaluación fuese un trauma innecesario cuando es simplemente un medidor de esto tan millennial que es la eficiencia: algo que mide la calidad del producto que en este caso es el conocimiento, bajo unos parámetros conocidos en un breve periodo de tiempo.
¿Cómo unir disciplina, rigor, constancia, perseverancia con lo sexy, con lo atrayente? No hay soluciones mágicas. La vida es algo más complejo que prestar atención solo al sentimentalismo o a la gratificación inmediata. A lo que me apetece hacer en cada momento concreto. Los seres adultos somos complicados porque la vida no es una fiesta de niños de cinco años disfrazados de sus personajes Disney favoritos.
Muchos sabemos que el carismático y sonriente Walt es culpable de algunos males del mundo, pero no de todos. No habíamos podido llegar a imaginar que es el más acérrimo enemigo del poliamor al establecer en la educación de pobres niños indefensos un concepto romántico definido por el heteropatriarcado. Es que, según se establece en el blog de Acaso, el poliamor es disruptivo y los niños son poliamorosos sin saberlo. Pero esa es otra historia.
Lo que podemos intuir en todo este maremágnum, aunque no seamos reconocidos expertos, es que para conseguir algo, se necesita compromiso y esfuerzo. Nada es gratis en la vida. La educación – más allá de dogmas libertadores – nos prepara para ello a través de un camino hecho de tesón, rigor, disciplina y también pasión. No de eslóganes publicitarios.