Si el ser persona es lo que verdaderamente cuenta, no sería tan nefasto el que hubiese diferentes clases, pues por encima de su diversidad y aun en ella, sería visible la unidad del ser persona (...). Se trata, pues, de que la sociedad sea adecuada a la persona; su espacio adecuado y no su lugar de tortura.
(María Zambrano, 1958)
Parece ser que el sufrimiento presente en la historia del mundo no nos bastó, como tampoco nos bastó una declaración de los derechos humanos como base única y central desde la que construir un nuevo modelo al servicio de las personas. Hoy, en pleno 2017, en el mundo, se realiza más inversión en sostener sistemas económicos que en defender y fomentar la vida para construir desde ahí una economía humanamente sostenible que nos permita seguir evolucionando como especie, al menos yo entiendo que este aspecto es el fin último de nuestra supervivencia.
Intento mirar el mundo un poco desde arriba, como si ojalá pudiera salirme de él y observarlo con distancia, por un segundo, y mientras hago ese ejercicio, pienso que este texto que puede ser una locura no me parece más loco y sangrante que el escenario de dolor desde el que lo escribo, un escenario de riesgo de guerra mundial en el que estamos dejando que un grupo de personas puedan cambiar para siempre y una vez más el futuro de nuestra humanidad, destruyéndonos, personas que a la evidencia de cualquiera representan un riesgo para nuestra supervivencia y evolución, pero que en algunos casos han sido elegidas democráticamente.
Sí, así de absurdo, hoy, en pleno 2017, el trabajo que más impacto puede generar en la vida de las personas y en nuestra evolución no considera someter a un filtro de salud mental a cualquiera que quiera ser candidato a político, aun considerando que hoy por hoy, y a nivel global, en sus manos está la vida de personas de sus propias naciones y del mundo.
Lo escribo en medio de la desestabilización de economías locales y destrucción y precarización de trabajo, lo escribo en medio de bombas químicas, de refugiados, lo escribo en medio de índices crecientes de xenofobia y homofobia, lo escribo en medio del aumento creciente de índices de violencia, suicidio y depresión, lo escribo en medio de corrupción, vulneración y atropello profundo a los derechos humanos… lo escribo en medio de escenarios de violencia normalizada.
Mientras voy dibujando este triste escenario en mi cabeza, recuerdo el cuadro de Dalí del niño geopolítico viendo el nacimiento de un mundo nuevo. Una vez más desde la brutalidad del dolor y las guerras como argumento, pienso, para luego reflexionar que la violencia y la guerra como empresa no se va aminorar ante nuestro dolor y silencio, no se aminora porque sabe que a la larga los beneficios serán económicos. No se aminora porque cree en el camino de los traumas y el dolor como mecanismo de control. No se aminora, como no se aminoran aquellos discursos que nos hablan de que la economía tiene ciclos y que sólo sobrevivirán los más fuertes. Todos provienen de la misma lógica y raíz, un concepto de lo humano como utilitario subyacente a la brutalidad de un paradigma que lo está matando.
¿La era de los más fuertes?
En plena crisis española, con horror comencé a escuchar el discurso de la supervivencia de los más fuertes y ante eso me preguntaba qué es ser más fuerte hoy y hasta qué punto el mercado y el Estado, desde nuestras constituciones y compromisos con la declaración de los derechos humanos, han facilitado el proceso de fomentar la fortaleza y el bienestar y desarrollo desde lo humano.
Bajo este mundo que vivimos, hemos extremado el discurso de Darwin a tal punto que nos animamos a citarlo aun sabiendo que estamos en sociedades donde la base de esa fortaleza interna que sostiene nuestro bienestar y supervivencia se encuentra disminuida desde nuestra infancia y luego en la adultez. Nuestras relaciones y capacidad para relacionarnos han sido minadas y no es una locura afirmar, recordando a Bauman con su concepto de sociedad liquida y a Hofstede con su observación de tendencias hacia el individualismo en sociedades desarrolladas, que en esto el modelo económico que vivimos tiene mucha responsabilidad.
Al no hacernos cargo ni levantar una educación que ponga el foco en ayudar a comprender a las personas la interrelación entre nuestras biografías vitales y la forma en que se estructura nuestra realidad, servimos el abono para seguir perpetuando patrones disfuncionales que hoy por hoy, ayudados por el sistema que vivimos, hacen que nuestras relaciones comiencen a seguir las mismas leyes de mercado, y lo económico gobierne nuestra vida ordenándola a tal nivel que el fin último de nuestra existencia, y al menos desde la realidad que hoy escribo, parece ser vivir para trabajar quedando entre semana, aproximadamente y en los mejores casos, tres horas para compartir con otros o hacer otras actividades.
Cuando pienso en las bases de origen de esa fortaleza, que puede asegurar esa supervivencia a este sistema y su capacidad de superación, tampoco veo este argumento de la fortaleza como sostenible, en el momento en que pienso que nuestra infancia se encuentra desprotegida en sí misma y desde sus redes principales.
Un ejemplo concreto de ello es que en muchos países no contamos con políticas reales que faciliten una buena crianza. Un factor a considerar clave en este aspecto es que hoy aún están en cuestionamiento políticas que apunten a una racionalización de los horarios laborales; aun cuando se sabe el efecto que tiene la falta de bienestar emocional por incompatibilidad de roles como por estrés, o depresión en el caso de los padres que trabajan en el desarrollo emocional e incluso neuronal de los hijos. Aun cuando se sabe que los efectos del estrés en cualquiera pueden implicar un impacto epigenético.
A mi parecer, las tendencias observadas por Hofstede en sociedades desarrolladas hacia un mayor individualismo - aspecto que es hoy por hoy normalizado desde el sistema que vivimos , aún cuando somos seres sociales que necesitamos a otro para desarrollarnos- podrían hablarnos de que desde los modelos de administración que manejamos estamos ignorando un factor fundamental, y es que si pensamos en evolución humana, debemos considerar que los lazos emocionales están a la base de la mayoría de los procesos críticos para el desarrollo humano.
Este aspecto es muy delicado debido a que nuestras experiencias de relación median los procesos psicológicos del estrés, la autorregulación, la conformación de la citoarquitectura cerebral y su funcionamiento (Shore, 2001), a la conformación de esquemas que organizan las experiencias y nos permiten darles un sentido (Fonagy & Target, 1977) , el logro de las condiciones biopsicosociales para el desarrollo ( Shonkoff & Phillips, 2000), entre otros.
Junto a ello, es importante considerar que mientras más individualistas somos, mayor es la posibilidad de deshumanizarnos ante el otro y, en este sentido, considerando tendencias en índices de violencia, creo que es momento de preguntarnos si esta orientación hacia sociedades individualistas nos encajan con el modelo de sociedad que buscamos construir porque hoy por hoy ya podemos identificar varios núcleos de mejora a nivel de políticas donde mucho de lo que vivimos hoy podría prevenirse integrando aspectos tan básicos como los comentados.
Una oferta de respuesta violenta como la que hoy se nos está ofreciendo y ante la cual muchos levantan la mirada finalmente nos aleja de la posibilidad de encontrarnos y evolucionar y en este sentido, un aspecto clave para comprender esta observación pasa también por considerar que, según la investigación que realizo Hofstede, el grado de individualismo de un país estaría estrechamente relacionado con la riqueza del mismo , observándose que los países pobres y de menor desarrollo económico serían más colectivistas.
Luego, si pensamos en el entorno que vivimos de constantes amenazas el individualismo tampoco estaría jugando a favor del desarrollo humano, en tanto una de las implicancias del colectivismo es que el grupo viene a ser en un contexto de inseguridad e incertidumbre un espacio protector estableciéndose mayor filiación entre los miembros de la comunidad. En este sentido, a mayor cercanía, mayor visión humana del otro, a mayor visión humana no anónima, no cosificadora, menores son las posibilidades de violencia y abuso. ¿Qué tipo de sociedad venimos impulsando hasta ahora cuando apenas nos vemos en el espacio público?.
Si a esto unimos las bases de la conducta resiliente, una persona que está inserta en un contexto colectivista tendrán mayores posibilidades no sólo de acceder a redes de apoyo, sino también de acceder a modelos que le permitan y le ayuden a desarrollar su propia resiliencia. Considerando todos estos aspectos, ¿qué medidas se están tomando a día de hoy para fomentar que las personas contemos con tiempo para invertir en nuestras relaciones y espacios de convivencia y participación social?. Me hablan de crisis en lo económico, cuando la economía es un síntoma de cómo nos estamos enfermando y cada día contamos con menos redes.
En una era como la que vivimos, llega un momento en que cualquier sociedad que quiera fomentar la supervivencia de su población deberá considerar los sistemas y procesos involucrados en el desarrollo y en la capacidad de resiliencia, ya que los mismos ponen el acento en nuestras relaciones y demandan una actuación conjunta desde la conformación de redes hasta la facilitación de procesos de vinculación que promueven el desarrollo desde nuestras relaciones significativas.
Si consideramos que las bases que permiten el desarrollo de competencias cognitivas y emocionales están en la infancia y hoy por hoy se sabe que las posibilidades de desarrollo de herramientas de este tipo que abrirán o cerraran puertas a nivel de posibilidades en la vida de las personas , se encuentran cruzadas por la desigualdad social, ¿Qué tipo de desarrollo humano y meritocracia estamos impulsando en sociedades donde la desigualdad social aparece como un problema estructural de años?
Ante esto y la tendencia creciente a la desigualdad cabría considerar que se ha observado que mayores niveles de desigualdad se traducen en una mayor prevalencia de trastornos mentales, y junto a ello como afirma Moreto , “de forma directa o indirecta las desigualdades sociales se han utilizado una y otra vez para predecir la seguridad del apego”, esto significaría que la calidad de los vínculos que podemos establecer y también el nivel de desarrollo que podemos alcanzar también se encontraría mediada por las condiciones socioeconómicas en las cuales las personas nacemos crecemos y vivimos.
Con respecto a este punto, en EEUU se ha observado en estudios realizados que, existe una relación entre la seguridad del apego que podemos alcanzar y las desigualdades sociales, señalándose que “sólo una pequeña parte de los niños pertenecientes a familias de bajos ingresos tienen un apego seguro, mientras que la mayoría de los niños de clase media tienen un apego seguro. Esto varía según los modelos sociales y económicos” (Moreta;2003). En otro estudio realizado en EEUU, la muestra correspondiente a un área urbana presentó la siguiente distribución a nivel de estilos de apego; un 24% de los niños de clase media baja presentó apego seguro y un 32% fue clasificado como inseguro/desorganizado, en la clase media el 65% fue clasificado como seguro, y un 10% en la de desorganizado (Van Ijzendoorn, Golberg, Kroonenberg y Frenkel 1992, en Moreta; 2003) .
Si pienso en el desarrollo humano desde las tendencias mundiales en depresión e impacto que puede tener esto en las próximas generaciones me encuentro con que una investigación publicada en Maternal and Child Health Journal (2012 ) señalaba que la depresión de los padres podría tener importantes consecuencias negativas en la conducta de sus hijos. Según este trabajo en el que participaron más 7,200 familias, cerca del 25% de los niños con padres que tenían síntomas de depresión sufrían problemas emocionales o de conducta. Si la depresión sólo afectaba a uno de los progenitores, la cifra era del 15% en el caso de que los padres fueran los que sufrían síntomas depresivos, y del 20% si eran las madres.
Según el mismo estudio, los factores más importantes asociados con la depresión eran la pobreza, vivir con un hijo que tenía necesidades especiales, vivir con una esposa o pareja que estaba deprimida y tener una mala salud física. El factor predictivo más potente de depresión era el desempleo -los desempleados tenían 6,5 veces más probabilidades de estar deprimidos-. Cabría considerar que los factores señalados por esta investigación están presentes en nuestro entorno y comienzan a formar parte estable de nuestra realidad. Digamos que la salud mental y el desarrollo de nuestros niños depende de cómo estamos los adultos, por tanto si no existe un cuidado y preocupación y respeto por la vida de quienes deben criar y generar red, ¿qué podemos esperar para las nuevas generaciones?
Este aspecto que señalo se puede constatar al observar que durante las últimas décadas se ha producido un aumento significativo de los trastornos mentales en niños, adolescentes y jóvenes en el mundo. La prevalencia de trastornos mentales y del comportamiento en niños y adolescentes se sitúa alrededor del 20% de la población. En el caso de nuestro país, ya el 2012, en el primer estudio de epidemiología psiquiátrica en niños y adolescentes chilenos, se señalaba que la prevalencia de trastornos mentales era del 22,5% (19,3% para los hombres, 25,8% para las mujeres), siendo los trastornos del comportamiento disruptivo y los trastornos ansiosos los problemas más comunes. Los trastornos mentales de niños y adolescentes, el consumo de alcohol y drogas, así como la tasa de suicidios en adolescentes – que en los últimos 10 años nuestro país duplico la tasa de suicidio adolescente, representando el segundo mayor aumento entre los países de la OCDE- tienden a presentar cifras más elevadas en Chile que en el resto del mundo.
Para mí el sistema que vivimos ha fracasado en el momento en que olvidó que la base de este mundo es lo humano, aspecto que me parece innegable en el momento en que, hoy por hoy, hablando de datos empíricos y duros, durísimos realmente, el coste de su fracaso se refleja en que a nivel mundial las tasas de suicidio han aumentado un 60% en los últimos 50 años. En el caso de Chile y con el estandarte de ser uno de los países en que en mayor medida se implanto el sistema neoliberal , se observa que, en los últimos 15 años, las tasas de suicidio han tenido un aumento creciente -un 55% entre 1995-2009-, siendo el país de la OCDE donde más han aumentado estas tasas, sólo superado por Corea del Sur.
La incidencia del modelo económico que vivimos en la salud mental queda también patente cuando recordamos que el informe de la OMS Efecto de la crisis económica en la salud mental de los europeos (2011), además de dar cuenta de un detrimento notable de la salud mental de los mismos desde que la crisis comenzó, señalaba que las personas, especialmente los hombres, que sufren una situación de desempleo, recortes en sus ingresos y conflictos familiares presentan un riesgo significativamente mayor de padecer algún tipo de problema de salud mental (principalmente depresión, trastornos de abuso de alcohol y suicidio), en comparación con la población general.
En esa misma línea , otro estudio desarrollado por Martin Stuckler, de la Universidad de Cambridge, que daba cuenta del aumento de suicidios en la UE, observó que el incremento parecía ser mayor en países que enfrentaban la crisis financieras . En relación a esto, según datos del Ministerio de Salud de Grecia, la tasa de suicidios aumentó cerca del 40% en los primeros cinco meses del 2011 en comparación con el año anterior. En el caso de España, se observó que, el año 2008, los suicidios ya se situaban como la primera causa de muerte violenta (INE, 2010).