En 1961 estuve en una conferencia de un misionero que buscaba ayuda para asistir a unos indígenas que habían salido de un retiro casi bicentenario de las montañas donde nacen los rios Caura, Ventuari y Padamo, que son afluentes del río Orinoco. Tenía entonces 23 años, me había graduado de odontólogo en la Universidad Central de Venezuela, estudiaba biología y había leído sobre las expediciones de Percy Fawcett buscando una ciudad perdida en la selva.
Pero, quizás, lo mas importante entonces es que había hablado en muchas oportunidades con Gustavo Heny y Carlos Freeman, quienes eran amigos de mi padre y quienes habían estado buscando, junto con Jimmie Angel, las minas de oro que habrían abastecido al Perú antes de la conquista. Descubriendo sin querer, el salto mas alto del mundo, que gracias a estos dos amigos llevaría después el nombre de “Ángel”.
Empiezo este escrito de esta forma, porque siento que debo justificar el porqué dejaba la práctica de la profesión para la que había estudiado, las comodidades con las que vivía en la ciudad, mis amistades y la actividad deportiva como nadador de la selección nacional, para salir a vivir en la selva vestido como un indio, comiendo como un indio y pensando como ellos.
Porque entonces pensé, y eso lo puedo decir ahora, que esa sería la manera de encontrar las calzadas y las edificaciones que Heny y Freeman decían haber visto cubiertas por la selva en la confluencia del río Erebato y el Caura, que fue uno de los lugares donde se construyeron 19 fuertes de dos pisos de alto en 1775, para proteger y abastecer la ruta que les permitiría entonces alcanzar el Lago Parima y la ciudad del príncipe “Dorado”. Todo había ido bien en la relación con los indígenas Makiritare, hasta que quisieron cambiarle la religión y someterlos a una misión.
Por lo que a finales de ese mismo año de 1775 estos indígenas Makiritare decidieron destruir en una sola noche todos los fuertes doradistas y muertos todos los españoles que los ocupaban. Y estos eran los mismos indígenas que ahora me recibían a los 186 años de aquella rebelión y que desde entonces se habían mantenido escondidos en las montañas, hasta que aceptaron la visita del famoso misionero Daniel de Barandiarán, quien fue el conferencista que solicitaba la ayuda y a quien acompañé en su regreso a la selva en el alto río Erebato.
Después de esta explicación de motivos, que en cierta medida empleo aquí como una credencial, paso a hablar brevemente sobre la simbología de los dibujos que engalanan la cestería tejida por los indígenas Makiritare, la cual es considerada la mejor y más compleja de toda la Amazonía y del resto del mundo. Gracias al haber convivido entre ellos y por mi conocimiento de esa lengua del tronco Caribe, me dispuse a escribir un largo tratado sobre el arte y la sabiduría ignorada que posee esta etnia. Debido a la falta de preparación y de humildad que tienen casi todos los que provienen de la cultura en que nací, ha sido desalentador el dar a conocer el valor de una cultura que, a lo largo de miles de años, sirvió a estos hombres para, sin otra ayuda que la de su cerebro, obtener el conocimiento necesario a la hora de vivir exitosamente en el entorno selvático.
En un lugar del Amazonas donde he vivido, y a un costado del río Cunucunuma, hay una meseta muy alta llamada Kushamakari, donde Atta-Wanadi, el tercer mensajero o avatar del Dios de los Makiritare construyó su casa, pero poco después, un gran ave negra le secuestraría a su novia llamada Kaweshawa. Desesperado por el suceso, este avatar decidió fabricarse otra esposa y recostando su “maraka” contra una hermosa cesta adornada con unas ranas, se puso a pensar en darle vida y así creó a Wanadi-hiámo-hidi (la que fuera esposa de Dios). Pero esta esposa no le sirvió, debido a que pasaba todo el tiempo maquillándose. Poco tiempo después, supo del lugar donde se encontraba secuestrada su novia Kaweshawa y para rescatarla se convirtió en un gran pájaro carpintero llamado Wanadi-tonoro que después de haber convertido a Kaweshawa en otra rana llamada Kékue, logró cargarla por una pata y sacarla de donde estuvo secuestrada.
Claro que esta historia, que se considera parte de la cosmovisión relatada como una saga llamada “Watunna”, es mucho mas larga que lo que he contado y para saber mas sobre esta historia y sobre los demás protagonistas que participan en Watunna y son representados en las maravillosas cestas que tejen los hombres Makiritare, habrá que esperar hasta que el colector de arte Juan Carlos Maldonado imprima el libro que ya terminé.
Por ahora una muestra de algunas cestas y su significado.