Hoy fui a Módena. A las 11.30 tenía una cita con el peluquero. Después fui a beber un jugo de jengibre, limón y apio con un poco de ají fresco. A las 13.00 estaba ya por volver a la granja, pasando por el supermercado biológico, cuando una amiga llamó para invitarme a su casa para comer una ensalada y hablar con un conocido, que es técnico de teatro. Es decir, alguien que diseña, preparara, monta y desmonta las escenas para una obra de teatro. Un trabajo que me hizo pensar en la importancia de la escena en el teatro para evocar, sostener y reforzar el drama de una obra.
Desgraciadamente ya son pocas las personas que van al teatro, porque los gustos y la formas de comunicación están cambiando rápidamente por influencias tecnológicas y de estilo de vida. Los mensajes tienen que ser breves, tener una fuerte carga emotiva y capturar rápidamente la atención de los lectores u oyentes. Llegué a casa de la amiga y nos pusimos a hablar de estos temas, citando las diferencia de estilo comunicativo entre Obama y Trump y los textos más leídos en los blog, donde el ser sucinto, directo y usar el humor es fundamental.
Nos recordamos también de los discursos de horas y horas de Fidel Castro, que en la realidad actual serían considerados como una condena para y por el público. Lorenzo, el técnico de teatro, decía que el lenguaje se ha empobrecido y la atención y capacidad de profundizar los temas, cualquier tema, han sufrido enormemente.
Yo comenté que las exigencias para los textos eran siempre la misma: cortos y con un impacto inmediato. Cada vez que digo o escucho este mensaje, me pregunto a mí mismo: ¿y la capacidad de pensar, reflexionar y recordar, no tenemos que estimularla? Y volví a mi infancia y juventud, cuando todo era historias y mientras más largas mejor, siempre llenas de suspenso y sorpresas.
Mi teoría siempre ha sido que la humanidad es parte de una historia que se renueva y crece en miles y miles de historias, que se enredan entre ellas y las historias son parte de nuestra memoria e identidad, como la escena de una obra de teatro, y en ellas, en las historias conocidas, resuenan todas las otras historias posibles y nuestra capacidad de entender e interpretar, que desgraciadamente estamos perdiendo, deriva de la capacidad de escuchar, leer, interesarnos, contar y recontar.
Una parte siempre mayor de la población vive sola en familias de una o dos personas, los niños son siempre menos y con tiempo y espacios reducidos dedicados a ellos o en fin con juegos y pasatiempos, que excluyen la narración como parte substancial de la vida. El contrario de todo lo que fue mi niñez y juventud, donde pasaba horas escuchando historias fantásticas de todo tipo y me sentía parte de ellas, porque ellas, eran parte de mi cotidianidad.
Ya nadie habla de retórica, de la capacidad de atrapar, envolver y hacer partícipes a las personas en una historia o cientos de historias. Todo es acción y emociones no reflexionadas. Hace unos meses compré un libro, que explicaba las técnicas oratorias de los presentadores de TED y uno de los consejos era, obviamente, ser breve, nunca más de 18 minutos, concretizar con ejemplos personales y apelar a los sentimientos y emociones de las personas con pocos mensajes, que fuesen fáciles de visualizar, recordar y entender.
Pero para mí lo importante es hacer pensar y discutir, que la gente no se conforme con lo dicho y busque más informaciones para ampliar y matizar los argumentos y posiciones, haciendo suyas las historias e presentándolas a sus grupos y en manera personal en conversaciones informales y esto me hace pensar a uno de mis enseñantes, en la escuela, que siempre me preguntaba: ¿y tú, Pedro, cómo lo dirás, si la presentación la hicieras tú?
El populismo que avanza es la negación de la narración reflexiva y de la historia, el presente es espacio sin extensión, sin pasado ni futuro. La lógica no tiene sentido y lo único que importa es aceptar y dejarse llevar.