Parece últimamente que el frío se va replegando hacia el armario de la ropa de invierno. Ya podemos salir a la calle con el abrigo desabotonado (excepto los de Bilbao, que no necesitan botones en ninguna época del año) e incluso pasear a media tarde con la típica chaqueta de entretiempo. Los más afortunados geográficamente hablando incluso la lucen colgada del brazo.
Las tentativas de buen tiempo nos desvisten y nos exponen a las miradas avezadas de aquellos que captan ya el perfume de los almendros en flor. Vamos, que comienza a florecer la primavera y la sangre de alguno que otro se altera al ver “des-petalarse” a las jovencitas. Y viceversa, por supuesto.
La búsqueda de pareja parece empezar a bullir cuando asoma el buen tiempo, y a mí, como futura psicóloga, siempre atenta a la conducta humana desde un punto de vista científico (Dios me salve de Sálvame), me vienen a la cabeza algunas preguntas.
Todos hemos escuchado alguna vez que la pareja se elige en función del parecido que tiene con los propios padres. Nos suena el complejo de Edipo, el de Electra, incluso el “no soy tu madre” espetado por algunas féminas con más firmeza que el “yo soy tu padre” de Luke Skywalker en Star Wars.
Pero, ¿qué dice la ciencia sobre la elección de pareja? Pues bien, parece que es verdad que entre los seres humanos, la elección de pareja guarda una cierta relación con algunas características de los propios padres. Efecto que se da de manera especial entre los varones. “Si es que ellos son más simples”, pensará alguna irónica lectora.
Esta especie de complejo de Edipo, o más bien de Electra, proyectado en la búsqueda de pareja se da también en otras especies. Como animales que somos, (unos más que otros), sirva de ejemplo el caso de las cabras y las ovejas. Cuando se crían juntas desde el nacimiento, los machos, al llegar a la madurez tienden a interactuar social y sexualmente con hembras correspondientes a la especie con la que se han criado, aunque no sea la propia. Sin embargo, este efecto es menos frecuente y más reversible en el caso de las hembras. Este zumo (o smoothie para los más modernos) de medias naranjas con medias manzanas se explica por la impronta sexual.
La impronta sexual es una forma de aprendizaje temprano cuyos efectos sobre la conducta solo se manifiestan tras la madurez sexual, ya que es un proceso que interviene en la identificación de los individuos preferidos para el apareamiento. Tiene lugar durante un periodo temprano de especial sensibilidad (periodo crítico) y es irreversible. En realidad consiste en aprender a identificar a los miembros de la propia especie, y especialmente, a aquellos miembros de la propia especie que son del sexo opuesto. Al fin y al cabo nosotros nos distinguimos bastante bien, pero los ratoncitos reales no llevan ni el lacito de Mini Mouse ni los pantaloncitos rojos de Mickey para saber quién es quién.
Los datos experimentales muestran que son los machos los más afectados por el troquelado o impronta sexual: de 34 machos de pato silvestre criados por padres adoptivos de otras especies, 22 trataron de aparearse con individuos de la especie de los padres adoptivos, mientras que solo 3 de 18 hembras se comportaron de esta manera.
Los estudios que se han hecho en humanos han permitido detectar una cierta tendencia a emparejarse (casarse) con individuos del otro sexo parecidos a la pareja del progenitor del propio sexo. Es decir, las mujeres tienden a buscar como pareja hombres parecidos a su padre (o al marido de la madre, porque este efecto no depende de que el hombre sea el padre biológico), mientras que los hombres suelen preferir mujeres más similares a su madre. Esto podría considerarse una forma de emparejamiento concordante mediatizado posiblemente por un cierto grado de impronta sexual.
Hay que tener en cuenta que debe haber algún mecanismo que induce a buscar parejas genéticamente diferentes, al menos lo suficientemente diferentes como para evitar lo que se conoce como reducción de la fertilidad por endogamia. Baste recordar a Carlos II, llamado el Hechizado, último de su dinastía y víctima de la endogamia familiar. Murió estéril, epiléptico y parece que padecía el síndrome de Klienefelter.
Volviendo, o más bien siguiendo, con el reino animal, entre las codornices del Japón hay una tendencia demostrada a que los emparejamientos se hagan entre individuos parecidos, pero no demasiado. Alguna mente maliciosa estará pensando que hasta las codornices son más listas que… algunos humanos.
Mientras tanto, sirva como curiosidad el caso de Islandia. Los cerca de doscientos setenta mil islandeses que pueblan la isla hoy descienden de un pequeño grupo de vikingos noruegos llegados alrededor del 900 a. C. Teniendo en cuenta que apenas ha habido inmigración desde entonces, salir a ligar y acabar dándote arrumacos con una prima lejana es un problema si la cosa se pone seria. Por ello, un islandés astuto cual codorniz japonesa, ha creado una aplicación móvil, ÍslendingaApp, que permite consultar el parentesco que se tiene con otra persona. Así se vence la impronta sexual que pueda haber gracias a la tecnología.
Sin olvidar que hay muchos más factores influyen en la búsqueda de pareja, la próxima vez que critiques a tu suegra, piensa que igual te pareces más a ella de lo que te gustaría.