Nos movemos, a veces por propia voluntad y otras, la mayoría, porque nos obligan a ello. Guerras, crisis económicas, políticas inestables, dictatoriales o separatistas, exilio, muros, vetos… o simplemente una inquietud personal por aprender, conocer y experimentar otros sitios, otras personas, otras culturas nos empujan al cambio. Sea cual sea la razón del viaje, un factor común nos acompaña: el miedo a la incertidumbre.
Emprendemos un largo camino con la mochila cargada de todo aquello que aprendimos en el lugar de donde venimos. Y una vez dado el primer paso, deseado u obligado, no hay marcha atrás, nunca volveremos a ser los mismos, aunque algún día regresemos al que fue nuestro hogar. Nos convertimos, sin ser realmente conscientes de ello, en eternos viajeros, en personas sin un único hogar cultural, destinados a vivir entre diferentes mundos y a desarrollar nuestra capacidad de supervivencia por excelencia, la adaptabilidad.
El comienzo del viaje
Con tan solo asomarnos a las innumerables pantallas con la que habitamos, o prestar atención a nuestro entorno, podemos hacernos una idea de los motivos que nos impulsan a abandonar nuestros lugares de origen y dirigirnos a destinos potencialmente más favorables. Los grandes desplazamientos desde el sureste al noroeste del mundo nos indican la dirección del camino y de los flujos económicos. Unos huyen de amenazas y peligros, de la guerra y la destrucción, del hambre y la muerte, de la impotencia y el dolor… e impulsados por el instinto de supervivencia recorren miles de kilómetros en busca de refugio. A los escasos recursos de la huida, las dificultades del viaje, el rechazo y la lucha por el derecho de acogida, se suma, si hay suerte, un estatus de refugiado, el miedo a un futuro inminente en un destino no escogido y desconocido, el sentimiento de desarraigo, la incertidumbre del tiempo de estancia y de la posibilidad de retorno.
Otros encuentran sus motivos en la precariedad, el desempleo, el desahucio, las deudas, la ausencia de oportunidades, la frustración… y llenan sus maletas con expectativas dispuestos a emprender el viaje. Algunos de ellos van preparados, en sus bolsillos el pasaporte en orden y puede que hasta títulos universitarios, conocimientos de la lengua del lugar destino, incluso algún contrato de trabajo y siempre la posibilidad de regresar. Pero también están los que van de vacío, desesperados por una mejor vida saltan vallas y fronteras, cruzan mares en patera, consiguen escapar de las autoridades y se convierten en ilegales sentenciados a vivir en la clandestinidad o bajo otra comprada identidad. Posiblemente todos lleven como compañero al miedo por la inseguridad del que pasará. Sin embargo, éste se torna más poderoso, más angustioso cuanto más vacíos estén los bolsillos, menos lícitos los documentos, menos claro el provenir.
Hay quienes toman la decisión por voluntad propia. Otras posibilidades laborales, cursar estudios, aprender lenguas, conocer y experimentar diferentes culturas y estilos de vida… son razones suficientes para embarcarse en una nueva aventura. Probablemente la inquietud por lo desconocido este presente, aunque siempre podrá encontrar sosiego en la factible opción del billete de vuelta. Como ocurre con las visitas a corto plazo ya sea por trabajo, negocios, intelectuales, lúdicas, turísticas… Esta última puede variar de destino y permanencia según los recursos, la disposición y la curiosidad, como en el caso de los denominados “mochileros”, que en su a afán por descubrir no temen recorrer autopistas y ciudades, pueblos y veredas, océanos y arroyos… para saciar su espíritu explorador.
La llegada: el encuentro con lo desconocido
Sea cuales fueran las razones de la despedida, existe un factor común en todo viaje: la llegada y el encuentro con lo desconocido. Al enfrentarnos a una sociedad diferente con su propia lengua, mentalidad, comportamiento, costumbres… experimentamos los que se conoce como Choque Cultural1. Este choque puede causar confusión, inseguridad, ansiedad e incluso estrés o depresión al sentirnos perdidos e incomprendidos en una cultura distintas a la nuestra. Por otra parte, también podemos entenderlo como una oportunidad para explorar, aprender y crecer como personas. Nuestra predisposición hacia este nuevo reto y el manejo del sentimiento de inseguridad que esta experiencia genera, dependerá de una serie de circunstancias: experiencias similares anteriores, motivos del desplazamiento, situación legal, conocimiento y similitud con el país de destino, tiempo de permanencia, el tipo de sociedad receptora, si existe un pluralismo cultural, previa inmigración o si posee estructuras sociales que faciliten la adaptación a los recién llegados.
Sumado a estas circunstancias, existen otros factores que influirán de forma decisiva en cómo nos enfrentamos y procesamos este desafío ante lo desconocido: son nuestros valores y cualidades personales2. De modo general se distingue entre dos tipos de personalidades opuestas. Por un lado, están los individuos con una motivación orientada hacia la certeza y con valores conservadores y de poder. Este tipo de personalidad tiende a evitar la ambigüedad y la complejidad de lo desconocido, y a buscar seguridad, conformidad y una clara limitación de estatus. En consecuencia, estas personas son más propensas a tener dificultades a la hora de integrarse en una nueva sociedad, procesar la inseguridad que produce esta experiencia y son más reacios a la transformación interna que ello supone.
Por otro lado, están aquellos individuos con una motivación orientada hacia la incertidumbre y valores abiertos al cambio y universales. Estas personalidades están abiertas a arriesgarse y experimentar lo desconocido, suelen intentar encontrar información para resolver la ambigüedad, siempre dispuesto a aprender y consideran iguales a todos los individuos. Estas personas, por lo tanto, tienen más facilidad para adaptarse, manejar de forma positiva el sentimiento de inseguridad, adquirir conocimientos y transformarse dentro de una nueva cultura. A pesar de la utilidad de las categorizaciones, solo nosotros mismo y nuestra experiencia personal podrá definir como combinamos estas personalidades opuestas.
Estancia y transformación
El conjunto de circunstancias, motivación y valores personales determinaran no solo la llegada, sino también como continuamos enfrentándonos a nuestros miedos y construyendo nuestro futuro en el lugar de destino. Una vez superado, o no, el choque inicial, intentaremos adaptarnos y encontrar un sitio en el nuevo entorno, es el llamado proceso de Aculturación3. Sin embargo, existen casos en los que los recién llegados optan o son forzados a lo contrario, a la “marginalización” o “exclusión”. Esto sucede cuando las personas evitan tener relaciones y contacto con los demás, tanto con la sociedad receptora por ser o sentirse discriminados o excluidos, como con sus paisanos al rechazar o perder interés en mantener su cultura de origen. Normalmente este aislamiento genera grandes dificultades a la hora de sobrevivir, además de acrecentar el sentimiento de inseguridad, causar confusión, estrés e incluso depresión.
También puede ocurrir que la persona busque seguridad y refugio en su identidad cultural y comunidad nativa, y rehúya el contacto y la adaptación al grupo predominante del lugar de acogida. Entonces se produce la denominada “separación” o “segregación” cuando es la sociedad receptora quien impone esta división a través de la discriminación y el rechazo a otras culturas. Aunque esta situación también puede provocar ansiedad en el individuo debido al dudoso porvenir en un medio que rehúsa conocer o del que es excluido, el respaldo de la comunidad nativa ofrece cierto sosiego y estabilidad para poder subsistir.
Por el contrario, están aquellas personas que tienden a desligarse e incluso desechar su cultura e identidad original, y persiguen la interacción y el contacto diario con la colectividad predominante con el fin de ser aceptados en el nuevo entorno. Es el estadio de la “asimilación” o del “crisol de culturas” según la lógica del grupo receptor dominante. Aquí se produce el efecto opuesto a la “separación”, ahora la persona encuentra el apoyo necesario para afrontar la incertidumbre del porvenir en la sociedad de acogida, al apartarse y negar su propia cultura y a su comunidad nativa.
Un paso más allá está ideal de adaptación, la “integración” en una sociedad receptora “multicultural” donde la diversidad cultural y étnica es aceptada como algo propio. Se considera que una persona está integrada cuando es capaz de mantener su cultura original y al mismo tiempo interactuar con el grupo predominante de acuerdo a sus pautas culturales. Esto permite al individuo poseer una mayor facilidad para adaptarse, reducir el estrés de la incertidumbre y desarrollarse en el nuevo entorno. Si las circunstancias y el tipo de sociedad receptora lo permiten, el individuo podrá acercarse a este estado ideal pero también podrá pasar por las diferentes fases y variar su orden dependiendo del contexto y de su experiencia personal.
La ilusión de la integración
Si bien todos los casos anteriores suponen una transformación en el individuo, ya sea la tendencia al aislamiento, la reafirmación de la cultura e identidad nativa o la completa absorción de la cultura del destino de acogida; la integración representa el mayor de los retos del cambio. Existen varias teorías que explican como la persona puede llegar a integrar dos o más culturas a su personalidad original con el fin de sobrevivir en diferentes contextos.
- Según el Modelo de Fusión4 el individuo va incorporando patrones culturales a los ya existentes, sin que entren en conflicto, para poder desenvolverse en el nuevo medio sin tener que renunciar a su cultura nativa.
- El Modelo de Alteración5 describe cómo la habilidad de la persona para cambiar su comportamiento y pautas culturales instantáneamente en función del medio en el que se encuentre.
- El Modelo Híbrido6 define la aparición de una nueva personalidad donde se mezclan la cultura nativa con la adquirida a través de la interacción con el nuevo entorno cultural.
El resultado es un individuo bicultural o multicultural capaz de adaptarse y sobrevivir en distintos entornos. Sin embargo, esto no garantiza que la persona se identifique y se considere integrada en ambas culturas. De hecho, es probable que se produzca el efecto contrario. Puede ser que aunque el individuo comprenda y sepa adaptarse a diferentes dinámicas y patrones culturales, sienta que no pertenece completamente a ninguna cultura. Es el caso del denominado sin hogar cultural7.
Por una parte, estas personas poseen una gran capacidad de adaptación a nuevos contextos y entornos, facilidad para aprender lenguas y diversas conductas sociales y culturales, y procesar positivamente la ansiedad que genera el encuentro con lo desconocido. Pero por otra parte, son incapaces de identificarse e integrarse enteramente en una única cultura, ya que ello conllevaría renegar o rechazar parte de su personalidad bicultural o multicultural. Este sentimiento de no pertenencia puede generar confusión, conflictos de identidad, baja autoestima, aislamiento y depresión.
Vuelta a casa: un viaje sin retorno
Tal vez un ejemplo claro de este sentimiento de desarraigo sucede cuando tras una larga estancia fuera del lugar de origen, decides volver al hogar donde perteneces, donde todo es familiar y no hay necesidad de enfrentarse a lo desconocido. Tras un primer momento de euforia y alegría por el reencuentro con la familia, los amigos y un ambiente cotidiano, es muy probable que sobrevenga una sensación de desorientación e incluso vértigo al descubrir que todo es diferente y no conseguir sentirte realmente en casa. Es el Choque Cultural Inverso 8, el tiempo ha transcurrido para todos, tus allegados y tú mismo habéis cambiado, de alguna forma todo es distinto y te sientes fuera de lugar. Es entonces cuando se inicia el mismo proceso de adaptación que sufriste cuando te marchaste a otro país, pero a la inversa.
De nuevo podrás experimentar diferentes fases de adaptación. Quizás al principio la sensación de confusión e incomprensión te lleve a un estado de abatimiento y tiendas a excluirte o separarte, al menos por un tiempo. O tal vez la urgente necesidad de sentir que perteneces a un lugar te haga ignorar y olvidar todo lo que aprendiste durante la estancia lejos de tu casa, y volver a asimilar el rol de la persona que fuiste y que la gente de tu entorno esperas que seas.
O a lo mejor prefieras perseguir la ilusión de la integración y mantener esa nueva personalidad multicultural que adquiriste, a pesar de tener que aceptar que jamás serás el mismo que cuando te marchaste, que probablemente siempre sentirás que no encajas ni te identificas completamente con una solo cultura o estilo de vida, que nunca tendrás un único hogar, que te has convertido en un eterno viajero que constantemente estará dispuesto a enfrentar nuevos retos, a aprender del mundo y a trascender las fronteras geográficas, sociales o culturales que se empeñan en construir.
Referencias
1Berry, J. W. (1997). “Immigration, Acculturation, and Adaptation Applied Psychology: An International Review”, Volume 46 ,Issue 1, pp. 5-68. Hermans H. J. and Dimaggio G. (2007).
“Self, Identity, and Globalization in Times of Uncertainty: A Dialogical Analysis”. American Psychological Association, Volume 11, Issue 1, pp. 31–61.
2 Roccas, S. and Brewer, M. B. (2002). “Social Identity Complexity Personality and Social Psychology Review”, Volume 6, Issue 2, pp. 88–106.
3 Berry J. W. (2005). “Acculturation: Living successfully in two cultures. An International Review”, Volume 29, Issue 6, pp. 697-712.
4LaFromboise, T.; Coleman, H. L.; Gerton, J. (1993). “Psychological impact of biculturalism: Evidence and theory”. Psychological Bulletin, Volume 114, pp. 395-412.
5Benet-Martínez, V. and Nguyen, D. A. Multicultural Identity: What It Is and Why It Matters, The psychology of social and cultural diversity.
6Pieterse, J.N. (1995). Globalization as hybridization Global modernities, pp.45-68. M. Featherstone, S. Lash, & R. Robertson Editors. London. Hermans, H. J. and Kempen, H. J. (1998). “Moving Cultures The Perilous Problems of Cultural Dichotomies in a Globalizing”. Society American Psychologist, Volume 53 Issue 10, pp. 1111-1120.
7Hoersting, C. R.; Jenkins, R. S. (2011). “No place to call home: Cultural homelessness, self-esteem and cross-cultural identities”. International Journal of Intercultural Relations, Volume 35, Issue 1, pp. 17-30. Vivero, V. N. and Jenkins, S. R. (1999). “The existential hazards of the multicultural individual: Defining and understanding "cultural homelessness"”. Cultural Diversity and Ethnic Minority Psychology, Volume 5, pp. 6-26.
8 Corey Heller. Returning Home After Living Abroad. Multilingual Living Magazine.