Son múltiples y diversos los aspectos que contribuyeron en el triunfo del candidato republicano Donald Trump en las recientes elecciones celebradas en los Estados Unidos -no voy a detenerme en ellos-, sin embargo, uno de los factores de gran influencia y que pueden ser considerados como decisivos para la comprensión de este fenómeno, sin duda es el criterio racial.
Los Estados Unidos de Norteamérica han sido en el pasado y aún en la actualidad uno de los países más racistas de toda la América colonizada. Tras la abolición de la esclavitud, el racismo que la justificara no transmutó como en América Latina hacia formas más sutiles; por el contrario, cobró un carácter abiertamente explícito, confrontador, violento y exacerbado. El racismo en EE.UU. se institucionalizó mediante la segregación, la cual sería instaurada con las leyes de Jim Crow con el propósito de detener el avance de los derechos de la población afroamericana ante el temor de la población blanca de ver disminuido el monopolio de poder económico, político y social que se habían asegurado durante el periodo colonial esclavista.
Sin embargo, tras la aprobación de la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derecho al Voto a finales de la década de los 60 y como mecanismo de distracción ante las tensiones raciales, se introduce el imaginario de una era posracial, es decir, de la superación del racismo, el cual se profundizaría con la elección de Barack Obama como presidente en 2008. Empero, la realidad es que los sentimientos de superioridad racial de la población blanca conservadora en los Estados Unidos no desaparecieron, la idea de una democracia racial no es más que una ficción que ha ocultado las desigualdades raciales que aún anidan en esa sociedad.
Contrario a las afirmaciones de la opinión pública caracterizada por la negación del racismo, o la afirmación de que Estados Unidos transitó hacia una etapa posracial, la elección de un afroamericano como presidente de los Estados Unidos contribuyó a reavivar el racismo, el rechazo al multiculturalismo, así como, la sensación de pérdida de control y poder social por parte de la población blanca conservadora. Este hecho favoreció el reagrupamiento de los grupos de odio, incluyendo el Ku Klux Klan, el movimiento neonazi, neoconfederados, skinheads racistas, entre otros; los cuales, según Southern Poverty Law Center -principal organización en EE.UU. que hace un seguimiento de los grupos de odio y otros extremistas en lucha contra el racismo y la intolerancia- se han incrementado significativamente cada año; un ejemplo de ello es el Ku Klux Klan, el cual pasó de 72 grupos activos en 2014 a 190 durante el año 2015.
Estas consideraciones cobran mayor validez con la reciente elección del magnate Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. La campaña electoral de este candidato se caracterizó por sus polémicas intervenciones en las que enfatizó la construcción de “otredades”, la explotación del odio, la recurrencia al racismo, la xenofobia y la misoginia como discurso aglutinador de las masas, aunado a una permanente y desmesurada criminalización de las minorías. La narrativa incendiaria de Trump lograría convocar a los sectores más conservadores y racistas de los EE.UU. quienes vieron en el candidato la posibilidad de restablecimiento del poderío y la supremacía blanca -aparentemente amenazada, disminuida y en declive desde el ascenso al poder de un presidente afroamericano- y que se evidenciaría en la consigna Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez.
Esta demagogia racista y prejuiciada le garantizarían el explícito apoyo de los grupos de odio y supremacía blanca como el Partido Nazi de Estados Unidos y el Ku Klux Klan, además de asegurarle -según las encuestas de salida realizadas por Edison Research- el apoyo en la contienda electoral del 58% de la población blanca de Norteamérica, mayor de 45 años, mayoritariamente sin formación académica y auto reconocidos como políticamente conservadores. Por ello, no es azarosa la ocurrencia de numerosos episodios racistas contra las minorías de los EE.UU que han sido documentados desde la elección presidencial, entre los que destacan expresiones anti-afroamericanos, anti-inmigrantes y anti-musulmanes.