Hay dos tipos de habilidades que se repiten constantemente en las diversas ofertas de empleo que se publican en Internet, independientemente del puesto o industria para el que sea la vacante: “excelentes dotes de comunicación” y “gran capacidad analítica”.
A pesar de dedicarme a la comunicación, he de decir que a lo largo de mi etapa educativa, tanto en el colegio como en la universidad, podría contar con los dedos de una mano las veces que se fomentó en cualquier clase algunas de estas dos habilidades. Y ya es delito teniendo en cuenta que estudié Periodismo… pero de la calidad de las clases que recibí en la facultad mejor hablamos otro día.
Lo más triste es que aún hoy en día, en la mayoría de las aulas, se siguen dando clases magistrales en las que el profesor habla y el alumno, haya entendido o no la lección, se tiene que limitar a aprendérsela –de memoria casi siempre-. La comunicación sigue siendo principalmente unidireccional lo que no da pie a conversar, debatir o sacar conclusiones por parte de los pupilos.
Me alegra saber que Sócrates fue muy crítico con la educación tradicional griega, que Cicerón lo hizo con la romana y que algunos humanistas como Erasmo se oponían a la educación medieval. No por esto me estoy comparando con semejantes genios de la filosofía, la política o la teología. Simplemente creo que es bueno cuestionarse los métodos tradicionales y abrazar, por qué no, nuevas formas educativas más acordes con lo que se exige en el actual entorno laboral y personal en constante cambio desde hace unos años.
Un entorno en el que se requieren unas competencias diferentes a las que se le exigían a nuestros abuelos o, incluso, a nuestros padres, y para las que no solo es importante aprender dónde están los ríos de España o cómo se hace una integral matemática (que también). Ahora, más que nunca, es fundamental añadir a nuestro currículo habilidades como saber trabajar en equipo, aprender a escuchar y a ser asertivo, a presentar ideas de forma estructurada, saber resolver problemas cotidianos o, simplemente, hablar en público.
En mi época, por ejemplo, se le daba más peso a la escritura y la lectura que a la expresión lingüística. Y no me refiero a saber leer en alto, que era todo lo que hacíamos, sino a saber exponer ideas, escuchar las de otra persona, ser capaces de sacar conclusiones, de compartir desacuerdos o cambiar de idea. En definitiva: a usar el lenguaje para expresarse en condiciones, pensar y, por ende, aprender.
Igualmente, recuerdo que siempre nos sentaban en clase de forma que solo le veíamos la nuca a nuestros compañeros, pero nunca nos dieron la oportunidad de juntar las mesas en otro formato que fomentara actividades en común. Fomentar el trabajo en equipo con simples métodos educativos o con cambios de formato de las aulas (no solo en grados infantiles sino ya siendo adolescentes) son prácticas que se van instaurando también en las aulas poco a poco.
Que levante la mano el que no haya tenido que trabajar en una oficina en distintos proyectos, con grupos de personas muy diferentes a los que hay que escuchar, con los que hay que argumentar y discutir –en el buen sentido de la palabra – siguientes pasos, nuevas ideas o progresos realizados. O quien no haya tenido que presentar a su jefe o jefes, a su equipo o en convenciones, a otros colegas, cualquier proyecto, idea o presentación previa investigación de datos y con conclusiones convincentes.
Nuevas metodologías
Ahora, en esas escuelas más innovadoras (o menos tradicionales, según como uno quiera verlo) y probablemente en muchas más en un futuro próximo, se están impartiendo clases con metodologías más ad hoc a los tiempos que corren y las exigencias del mercado laboral.
Además de los ya citados portentos de siglos anteriores y de personas como María Montessori o Rudolf Steiner, personas que dejaron una importante huella en el ámbito pedagógico, quien, curiosamente, ha mostrado interés hacia las nuevas formas de enseñanza es el director de La Guerra de las Galaxias, George Lucas. A pesar de que esa sea su faceta más conocida, lo que mucha gente desconoce es que Lucas fundó en 1991 la Fundación Educativa George Lucas, una institución sin ánimo de lucro que surgió de la mala experiencia escolar que tuvo el propio director de cine cuando era joven. Lucas simplemente se aburría en clase y no encontraba motivación en aquellas tediosas lecciones que recibía en formato de clase magistral. Gracias a su espíritu curioso y creativo, una vez que fue padre, se dio cuenta de que la escuela de sus hijos seguía por los mismos derroteros que en su época: era una fábrica de estudiantes desmotivados que no eran incentivados para encontrar la diversión en el aprendizaje continuo.
El objetivo de su fundación es identificar y difundir nuevos formatos innovadores, replicables y basados en evidencias para ayudar a los estudiantes a aprender de forma más óptima. La idea es hacer que los estudiantes adquieran los conocimientos que se requieren para enfrentarse a la época actual. Donde la innovación es la norma y no la excepción. Un mundo de escuelas cuya enseñanza se basa en la realización de proyectos, una enseñanza social y emocional y con acceso a la nueva tecnología. Y en esta nueva forma de educación están implicados, no solo profesores y alumnos, sino padres e integrantes de la comunidad educativa.
A partir de ahí creó una plataforma online llamada Edutopia desde la que no solo proveen de información útil para poder crear proyectos educativos en las escuelas, sino que a los que están interesados en desarrollarlos en sus centros se les ofrece las conexiones en su comunidad para llevarlos a cabo.
Asimismo, en 2013 creó “Lucas Education Research”, cuya misión es apoyar los casos de éxito en clases, escuelas y distritos que impactan de forma positiva el aprendizaje de los estudiantes. Así, diseñan y evalúan prácticas educativas que puedan ser replicadas y escalables.
Muchos de los proyectos que viene desarrollando esta fundación se llevan implementando en algunos colegios españoles como Montserrat en Barcelona, Escuela IDEO en Madrid o el Colegio San Gregorio de Aguilar de Campoo en Palencia.
Entre los proyectos mencionados se encuentran:
La evaluación completa
Una evaluación efectiva califica una lista completa de las habilidades del estudiante entre las que se incluye las sociales y emocionales y no solo las estrictamente académicas. A través de diferentes formas de evaluación se sabe hasta qué punto el estudiantes está comprendiendo esa clase o asignatura: observación y diálogo, preguntas de test o cuestionarios, realización de proyectos en equipo o individualmente que deben presentar a toda la clase e incluso la propia autoevaluación de los alumnos sobre su aprendizaje. Es una forma de saber cuándo un estudiante no está entendiendo algo y es una forma de calificar no solo la comprensión de la materia sino el contenido, cómo lo comunican, el trabajo en equipo, etc.
Estudios integrados
Implica la combinación de dos o más temas en una lección, proyecto o clase. Los profesores muestran las interconexiones trabajando conjuntamente con otros profesores de asignaturas diferentes. Un ejemplo sería hacer conexiones entre asignaturas usando diferentes enfoques disciplinarios para resolver un problema. Así, un profesor puede pedir a sus alumnos que diseñen o construyan un puente en una clase de artes plásticas, mientras que aprenden la historia de puentes famosos del mundo, puentes que se mencionan en poesía o en literatura así como los principios matemáticos y los procesos de ingeniería que implica la construcción de uno de ellos. Los beneficios son numerosos: aumenta el interés y la retención, crece la motivación, las habilidades para resolver problemas, el conocimiento de los contenidos y una mayor comprensión de las conexiones entre asignaturas.
El aprendizaje basado en proyectos
Se trata de trabajar en equipo para resolver problemas de toda índole relacionados con el mundo actual. Es el “aprender haciendo” que no es nada nuevo, dado que ya Confucio, Aristóteles o Sócrates abogaban por esta práctica. Consiste en hacerse preguntas, investigar y desarrollar un pensamiento crítico. Por ejemplo, en vez de aprender sobre nutrición solo con una clase magistral, se les pide a los estudiantes que desarrollen un posible menú más sano para el comedor del colegio. O en vez de aprender sobre el pasado con un libro de texto, los estudiantes se convierten en historiadores y realizan un documental sobre un hecho que haya sido relevante en su ciudad en épocas anteriores. Es una forma de que los estudiantes investiguen proactivamente, aprendan a desenvolverse y adquieran un conocimiento más profundo.
Aprendizaje social y emocional
Consiste en trabajar cinco competencias fundamentales que son clave para construir una sólida base para las relaciones sociales y para responder a los retos de la vida actual: conocimiento de uno mismo, autocontrol, concienciación social, habilidad para relacionarse con otros y la toma responsable de decisiones.
Todas estas nuevas metodologías se apoyan en dos pilares importantes: por un lado profesores con una motivación y calidad muy altas que están en constante formación. Estos, junto con los padres, tienen un papel crítico a la hora de guiar y orientar a los estudiantes a través del proceso de aprendizaje alimentando los intereses y la confianza de éstos. Y por otro lado, la integración de un uso inteligente de la tecnología combinada con los nuevos enfoques educativos. No consiste en dar una clase de informática sino en utilizar el mundo digital para la investigación, y el trabajo en equipo que permitirá a los alumnos familiarizarse con un mundo tecnológico que es el que se van a encontrar en sus futuros puestos de trabajo. Una tecnología que también sirve a los profesores para dar sus clases, para evaluar los conocimientos de sus alumnos o para, simplemente, hacer que una clase sea más interesante y divertida.
La mayoría de estas metodologías tienen sus orígenes en el pasado y, por lo tanto, no es un invento de hace dos días por parte de cuatro colegios como algunos opinan. La idea es intentar que los estudiantes entiendan en vez de memorizar, que estén motivados en vez de distraídos, que sepan trabajar con otras personas y no en silos. En definitiva que sepan expresarse, escuchar, pensar, investigar, relacionarse, cuestionarse las cosas para aprender de forma comprensible y, por qué no, ¡para divertirse en clase!