Nunca fue muy aplaudido como actor, pero, cuando su carrera parecía haber tocado fondo, Ben Affleck sorprendió tras las cámaras con la excelente Adiós pequeña, adiós, a la que siguió la eficaz The Town y, finalmente, la oscarizada y muy competente Argo. Sin embargo, nadie es infalible y el estadounidense ha decepcionado con su último trabajo, Vivir de noche. Su estreno el mismo año en que han visto la luz Batman v. Superman: el amanecer de la justicia y El contable ha echado a perder el prestigio que había obtenido durante la última década.
Como sucedió en su debut en la realización, el director y actor adapta una novela de Dennis Lehane. Joe Coughlin (Affleck) es un gánster de origen irlandés en el Boston de los años veinte. Cuando rechaza someterse al chantaje del capo italiano Maso Pescatore (RemoGirone), el líder de la mafia irlandesa Albert White (Robert Glenister) es informado sobre el romance entre su amante (Sienna Miller) y el propio Joe. Caído en desgracia en Boston, Coughlin probará suerte en la soleada Tampa.
Hasta ahora, el cine del intérprete criado en Massachusetts se había caracterizado por su fuerza y fluidez narrativa, logradas mediante montajes ágiles asentados en sólidos guiones. Sin embargo, Vivir de noche carece de intensidad y energía, de nervio y garra para implicar al espectador. De hecho, el filme exhala desgana y desorientación.
La novela de Lehane no es perfecta, con ciertos acontecimientos previsibles y pasajes sin apenas desarrollo narrativo o psicológico. Esos defectos han llegado a la adaptación cinematográfica. Aun así, el guion no es el principal problema de la película. El gran error de Vivir de noche es su atropellado montaje, que parece fruto de la improvisación y deja entrever el nerviosismo del director por concluir su trabajo a tiempo para la temporada de premios. No en vano, la cinta llegó a las carteleras estadounidenses el pasado 25 de diciembre gracias a un estreno limitado en cuatro salas. Pero las prisas no son buenas consejeras, como demuestra la deslavazada sucesión de escenas que proporcionan al filme un ritmo irregular.
Puede que las taras más evidentes apunten a la sala de montaje, pero la fotografía de Vivir de noche tampoco hace pensar en una planificación milimétrica durante el rodaje. En efecto, las imágenes carentes de significado se suceden durante la mayor parte del metraje, por no hablar de unas persecuciones y tiroteos en los que los planos rara vez permiten seguir la acción. De hecho, bien podrían haber sido descartados en la posproducción. Lo mismo se puede decir de la recurrente voz en off, incapaz de transmitir las ideas y emociones que deberían figurar en la pantalla.
Tampoco los protagonistas acuden al rescate de este naufragio. Ben Affleck es un error de casting y debería haberse limitado a dirigir. En sus manos, Joe Coughlin es un individuo inexpresivo e impasible con quien resulta imposible empatizar y cuyas motivaciones apenas se esbozan. Sus compañeras femeninas, Zoe Saldana y Sienna Miller, apenas tienen material con el que trabajar.
De todas formas, hay interpretaciones notables y hasta sobresalientes en el cuarto largometraje del actor estadounidense. Brendan Gleeson y Chris Cooper aportan su sólida presencia e introspección para dotar de mayor entidad y trascendencia a personajes arquetípicos. No obstante, la reina de la función es Elle Fanning como Loretta Figgis, una adolescente ingenua a la que la vida pronto muestra su aspecto más sórdido y cruel. La candidez inicial deja paso a un exagerado fervor religioso y, finalmente, a la desolación. La conversación con el personaje de Affleck en la cafetería es, sin duda, el mejor momento de la cinta. Fanning, magnética y sutil, deja caer la máscara que porta Figgis y muestra su escepticismo y dolor. Brillante y auténtica. Aunque sea por unos pocos minutos, la convencional, correcta e irrelevante Vivir de noche abandona su desgana.